A mi Fresno, in memoriam.
El mes de mayo se muere. Le quedan apenas unas horas, sus latidos parecen perderse en el golpeteo de las bolitas de granizo que rebotan en el techo vidriado del patio de la casa.
Durante las tormentas y lloviznas, mi mente irremediablemente piensa en los pajaritos. Hoy por la mañana unas crías, alborotaban el pasillo con un escándalo casi musical cada vez que mamá pájaro les traía de comer algo que había encontrado por ahí, entre las flores y ramas de la bugambilia.
El pensamiento se va desmoronando y deslizando hasta convertirse en pequeños remolinos que se cuelan por las diminutas grietas de la duela del salón.
Siempre me ha parecido que el mundo se ha puesto triste, nadie puede ser feliz, cuando ha sido invadido de asfaltos y concretos, de vidrios y maderos muertos.
El mundo, se siente pesado y gris. Sus azules van decolorándose y sus verdes deforestándose.
¿Sabías que los árboles también se suicidan? Mi teoría es que esto no es más que una natural reacción ante el miedo de ser derribados sin contemplación.
Los árboles siempre tienen la razón. Las personas no.
¿Te has dado cuenta de que las personas lo invaden todo? Sus avances triunfantes van de conquistar espacios de oxígeno y vida, a veces da la impresión de que desean convertir cualquier cosa valiosa en dinero.
Hay humanos tan insensibles que no merecen serlo, es como si en sus ácidos desoxirriobonucléicos existieran instrucciones para construir muros y fortalezas, donde sí tengan cabida sus grandes egos, como si estuvieran desprovistos de células.
Apenas hace unos meses, un hermoso fresno de unos diez metros de alto, que regalaba todos los días sus ramas a familias de aves como primaveras y loros, fue canjeado, sí, como si se tratase de una simple mercancía y sus verdes hojas de pantones inimaginables, pudieran cambiarse por diez machetes, mismos que serían sus propios verdugos. La insensibilidad de una funcionaria de alto nivel autorizó el trueque y fue derribado.
Con pesar y lágrimas contemplé quince años de ramas y once metros de hojas, reduciéndose a un montón de vida sobre un camión de basura. Hay personas que no lo son, no respiran oxígeno, se nutren de dinero y ambición. Saben equivocarse a lo grande.
Los árboles platican entre sí, sus raíces se comunican e intercambian información valiosa para la supervivencia del ecosistema. Saben también cuando uno de sus hermanos ha sido injustamente derribado. Sienten temor.
Hace unas horas ví un árbol suicidarse, calculo que habrá tenido unos doce metros de alto, la noche había caído y llorado una larga tormenta anticipándose a la pérdida de ese amigo verde.
El mundo está triste. Los árboles ya no quieren seguir en pie.
Te abrazo en el imaginario.
Te sigo amando querido fresno.
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