No salgo de casa el 4 de abril y no es capricho; es necesidad porque ese día me mata, cada año.
Puedo vivir el resto de los 364 ya sea sin dormir, sin apenas sonreír. Puedo hacerlo, sí, porque he estado muerta tantos años, y qué risa me da la gente que no entiende la muerte en vida porque ésos no han vivido, entonces.
Ahora, que he vuelto de esto de superarlo todo, barreras incluidas, miro hacia atrás y no sonrío, no, pero ya no me asusta tanto equivocarme.
Yo no tenía intención de cambiar de vida, lo prometo. Yo sólo conducía. Conducía y mandaba un mensaje. Conducía y quería llegar a tiempo del “Viva los novios” y entonces, nos equivocamos a lo grande porque yo no te vi ni tú a mí. Tú, que llegabas tarde al cine, te saltaste el semáforo en rojo y el resto es niebla porque la vida, la que tú y yo conocíamos, se nos apagó y llegó, sin darnos tiempo a decir nada, otra cosa que no sé cómo llamar ni creo que tú sepas.
Hay que ver la de cosas que suceden en paralelo, la de vidas que podríamos haber vivido, haber rechazado. Yo no sé de planos extraños, me da miedo el programa de Iker. Tampoco sé si hay otros mundos y, la verdad, me la trae floja porque entender éste en el que muero viva ya me quita el sueño.
Yo sólo sé que un 4 de abril, a las 18:34 pm se rompió el cuento, el tuyo y el mío.
Te atropellé sin querer, y te juro que no lo vuelvo a escribir. Que ya ni te lo digo, que hasta los huevos te tengo, eso me dices.
Sin querer, eso suena tan pobre, tan corto… yo sólo quería llegar a la boda de mi amiga, quería leerle un poema de Pedro Salinas y verla emocionarse y que me abrazara y me dijera que no hay nadie que lo lea como tú, amor, que esta boda sin ti no es boda; sólo botellón. Yo sólo quería eso, te lo prometo.
El tiempo empuja, o era el viento, en otra vida, en Edimburgo… no sé. Ahora algo me empuja a no hacer nada porque es 4 de abril.
La droga de los antidepresivos también empuja a vivir sin querer.
Yo lo sé y tú, también.
A mí me hace salir de la cama cada día, a ser persona y dejar al personaje patético y triste que soy desde las 7 de la tarde a las 7 de la mañana; esas doce horas, aún con droga, soy yo. O lo que queda de mí en mí.
Cuando te atropellé, qué cosas, sonaba una canción en el coche, era una de los Hollies, su “Sorry, Suzanne”. Vaya broma, coño.
Y no porque tú te llames así, qué va, sino porque tú estás en ese perdona sin parar, en el que vivo.
Tardé mucho en tomar aire, el suficiente para ir hasta tu casa. Mi abogado, joder, cómo suena eso de “mi abogado”, bah, el de oficio, que así muere el glamour, me desaconsejó que te visitara, que esto no es una película, hostias, que ni puta gracia le va a hacer a ese pobre hombre que vayas a verlo, eso me dijo. Creo.
No le hice caso, claro, y llegué hasta el portal de tu casa, que ni de coña me lo imaginaba así, ya ves, porque yo creía que alguien que se llama Pelayo viviría en un portal pijo.
No sé si te acuerdas de ese primer momento, de cuando abriste la puerta, de las torpezas que se nos adelantaron porque no es lo mismo tocar el timbre de un portal y entrar con tu propio pie que hacerlo en silla de ruedas. Qué te voy a contar de hacer lo propio al otro lado de la puerta y abrir desde tu silla y dejar ¿espacio? en esa mierda de pasillo que son los pasillos para los que no podemos caminar.
No sé si te acuerdas de los silencios en esa tarde. Yo, sí.
No sé cuánto dura una hora sin hablar pero sí sé cuánto se puede llorar en 60 minutos. Si eso es lo mismo, entonces vale porque eso fue lo que hice. Tú no lloraste, no esa tarde.
Yo, que pensaba no volver, volví y tú que creías que no llorarías más, volviste a mojarte el cuello de la camiseta.
Nos equivocamos, dices, nos equivocamos a lo grande y a veces, cuando salgo de tu casa, no sé si eso fue o no un error porque en estos años he aprendido mucho. Tú te ríes, yo he aprendido una mierda pero no me doy de hostias con las paredes del pasillo, torpe, me dices.
Y tienes razón, soy torpe y cuando me equivoco, siempre es a lo grande.
Hace dos días fue 4 de abril y te has empeñado en que salgamos el año que viene a celebrar que ya no nos asusta ese día.
A mí, sí. A mí, siempre.
Pero si volvemos a cagarla, si volvemos a equivocarnos a lo grande, que sea a tu lado.
Bueno, al lado de tu silla.
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