Revista Motor

Equivocarse, confundirse, hacer otra cosa

Por José María José María Sanz @Iron8832016

Equivocarse, confundirse, hacer otra cosaEquivocarse, confundirse, hacer otra cosa diferente de lo planeado. Planear bien, planear mal. No planear, ir a la aventura. Ir para allá. Y volver a casa, que es lo más importante. Tras pasar la Presa de El Villar, al llegar a Robledillo de la Jara, a la derecha, ahí es donde se abre la M-130. La última vez que pasé por aquí estaba en un estado de deterioro avanzado y hoy estaba perfectamente asfaltada. Bueno, perfectamente asfaltada no, porque está llena de esos pequeños baches tan diuréticos que presentan las vías que se han asfaltado con poca ciencia y mucho electoralismo. Lo cierto es que en el tramo que he recorrido hoy solo había ciclistas.

Equivocarse, confundirse, hacer otra cosa de lo planeado. Mire el lector si este motero no se equivoca veces... Yo creo que lo de equivocarme lo llevo en el ADN. La ventaja que tengo es que lo sé, soy consciente de ello, sé que me equivoco con mucha frecuencia. No es que me guste, pero lo hago y, aun así, tiro para adelante. Por ejemplo: hace unas semanas me ha picado el bicho que hace que quiera cambiar de moto. En esta situación caben dos salidas: cambiar de moto o no cambiar de moto. Una de las dos opciones ha de ser la correcta, diríamos con la lógica en la mano. O las dos opciones son correctas. O las dos son incorrectas. Tengo para mí que lo de las decisiones es un mundo. Sí, una decisión es un mero objeto mental, es una opinión que se consolida y recorre los pasos de la sublimación solo que al revés y consigue que lo que es meramente gaseoso se transforme en algo tangible. Elegir, decidir, dar un paso, cambiar de moto, cambiar de rumbo. Nada es fácil.

Carreteras para motos y carreteras para moteros. Las carreteras para motos se diferencian en que están llenas de motos de colores que te adelantan en recta, en curva, en prohibido, rozando o sin rozar, venga alguien o no venga nadie. Menudo susto se ha dado el chavalín que estaba al borde de la calzada de su pueblo, El Berrueco. Yo iba el primero a la velocidad de la vía, que era de 70 km/h. A varios cuerpos de distancia venía un utilitario sin más pretensiones que adelantarme para llegar a casa de la suegra, que hoy era domingo. Tras el utilitario venía la enésima moto de colores del día. En cuanto la línea continua ha empezado a tartamudear, el utilitario ha puesto el intermitente y ha comenzado su maniobra de adelantamiento. El individuo de la moto de color, que tenía más prisa que ninguno, también ha comenzado su adelantamiento y lo ha hecho justo cuando coincidíamos los cuatro en línea: el idiota de la moto, el chavalín viandante, el señor del utilitario y yo. El episodio ha sido muy instructivo y ha suscitado en mi una breve reflexión: no debería conducir cualquiera y no debería votar cualquiera.

He parado en el barranco del río Rialto, en la cara sur, donde he hecho las fotografías. He estado escuchando el rumor casi imperceptible de las pocas aguas que lo transcurren y he tomado a raudales el sol de las doce. Unos minutos de gloria en un día de gloria.

No me ha importado deshacer el plan dos veces. Primero una y luego otra para, finalmente, hacer otra cosa distinta. Cuando voy en moto procuro no perder las referencias que me he propuesto, pero también procuro hacer lo que me da la gana en cada momento. Por eso, al llegar a Robledillo de la Jara me he ido a la derecha en vez de seguir hacia Berzosa del Lozoya, qué coño!

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