Hace años que no la ves. Tienes pensado llevarla a un lugar casi a la altura de su recuerdo, la Brasserie du Gothique. Son las dos y cincuenta minutos del viernes 12 de abril. Pasan cinco minutos de la hora acordada, pero al parecer ella aún no ha llegado. Esperas.
Apoyada en la pared de enfrente, hay una mujer tan hermosa que parece recién salida de un cómic de Ana Miralles. Le cae sobre los ojos un mechón de pelo rizado, castaño y brillante que se escapa, rebelde, de su cola de caballo. Lleva una cazadora de piel marrón claro, con hombreras, ceñida a la cintura y larga hasta media rodilla, que te recuerda a las de las aviadoras del siglo pasado, como Amelia Earhart o Elisabeth Sauvy. Bajo la cazadora se adivina una camisa blanca y un chaleco gris. Te gustan sus botines de piel marrón.
Con la cabeza gacha, concentrada, ella teclea en su móvil. Se detiene un momento y mira alrededor. Ves sus ojos, y te dices que tal vez al principio del mundo, cuando todo era puro, tus ojos también tuvieron ese mismo fulgor azul. Sí, decididamente tiene un aire a alguien. Hace tantos años ya.
La mujer apoyada en la pared deja de teclear y se guarda el móvil en un bolsillo de la cazadora. Inmediatamente, tú recibes un WhatsApp.
Hola, estoy aquí. Ya he llegado.