Cuando, desde la cofa de mayor, el vigía de la nave capitana de la flotilla gritó hasta desgañitarse, ¡¡El manto de Satán, por la aleta de estribor!!, todos sabían lo que significaba y las graves complicaciones que aquello les acarrearía, pero nadie pudo suponer que aquel sería el primero de una cadena de acontecimientos que, doscientos años después, acabaría provocando fenómenos entonces desconocidos que pondrían en jaque la estabilidad económica del siglo XX, y acabarían produciendo una catarsis en la del XXI que sus descendientes se resistirían a reconocer hasta que fuera demasiado tarde para remediarlo.Se trataba de una muralla impenetrable de nubes, oscuras como la noche y amenazadoras como la muerte, que la naturaleza levanta siempre alrededor de una borrasca cuando se hace demasiado profunda. Hasta tal punto era aquel el caso, que cuando fue avistada por el vigía ya había dejado de ser una simple tormenta tropical y había alcanzado la potencia de un ciclón tropical[1] para, pasadas veinticuatro horas, seguir profundizándose y conseguir naturaleza de huracán. Se trataba de un fenómeno meteorológico característico de aquellas latitudes que, aunque no suele presentarse entre los meses de octubre a mayo, sin que los marinos lo sospecharan, estaba a punto de manifestarse y hacerles vivir una pesadilla de resultado incierto.El cargamento estaba debidamente estivado en los buques y la expedición preparada desde primeros de marzo, pero no recibió autorización del almirantazgo británico para levar anclas hasta el día 15 de Abril. Cuando le fue pasada la orden, el capitán John Hawkin, destinado a capitanear la flotilla, la puso en cuestión argumentando que consideraba que había una cierta probabilidad de que aquel temible meteoro pudiera perjudicarlos solo con que se anticipase en unos días a la fecha en que solía manifestarse. Pero, a pesar del buen juicio de su planteamiento, únicamente consiguió que le contestaran del almirantazgo alegando que existían razones de Estado que no hubieran permitido adelantar la partida ni hacían posible su aplazamiento hasta pasada la época de los ciclones.Así fue como el capitán John Hawkin se encontró comandando una flotilla de diez navíos ingleses que procedentes de Jamaica navegaban con rumbo a Gran Bretaña portando un valioso cargamento de azúcar. Pero muy por encima de aquel interés mercantil, la verdadera urgencia de la travesía estaba justificada por la voluntad del monarca Jorge III, del Reino Unido[2], quien había pedido que le fuese llevado el valioso colgante de oro que la Malinche[3] estuvo luciendo en su cuello en las grandes celebraciones mientras fue la concubina de Hernán Cortés, y que había sido encontrado recientemente, después de haber desaparecido sin dejar rastro el día que murió. Por otra parte, la razón de Estado que exigía que la expedición levara anclas sin demora, consistía en que el monarca quiso que su hija Carlota, Carlota de Hannover[4], luciera el colgante en la ceremonia de su investidura como Princesa Real, que iba a celebrarse meses más tarde, el veintidós de junio de 1789.Cuando el capitán Hawkin miró con el catalejo y a la distancia vio las nubes, supo que desgraciadamente el vigía no se había equivocado, y constató que en la amplitud del océano eran perseguidos por el meteoro más temido por todos los marineros de todos los mares: aquel al que acompañan vientos que pueden superar los doscientos cuarenta kilómetros por hora[5], lluvias torrenciales que llegan a saturar la capacidad de los imbornales, provocan olas de más de quince metros de altura y destruyen sin piedad cuanto encuentran a su paso. El grito desgañitado del vigía tuvo lugar treinta y seis horas después de haber levado anclas en Port Royal en Jamaica, desde donde la flotilla zarpó y tomó rumbo noroeste para aprovechar las corrientes marinas y rodear la Isla de Cuba, con la intención de proseguir poniendo rumbo norte a la búsqueda de latitudes más septentrionales, donde encontrarse con los llamadoscontralisios[6], los vientos de poniente generados en el sector sur de las borrascas que intermitentemente se generan en el Atlántico Norte, con la intención de aprovecharlos por la popa hasta conseguir arribar en el transcurso de cuarenta días a Galway, en El Reino Unido. Imposibilitado por las circunstancias para retornar a Port Royal, y aunque sabía que tenía perdida su carrera contra el destino, el capitán Hawkin ordenó a los barcos a su mando que mantuvieran todo el trapo desplegado y persistieran en el rumbo noroeste, con la esperanza de conseguir refugiarse a sotavento de Cayman Island antes de que el viento y las olas les arrastrasen irremediablemente al naufragio.Las naves, que progresaban rápidamente recibiendo mar y viento por la aleta de babor[7], aguantaron valerosamente con el velamen desplegado, cumpliendo a rajatabla la orden del capitán de no arriar ninguna vela si no había sido previamente reventada por un viento cuya potencia no dejaba de crecer. La carrera contra el meteoro duró treinta y seis horas y estuvieron a punto de ganarla, pero finalmente ninguna de las naves consiguió ponerse al abrigo de las islas, y se vieron impíamente arrojadas contra los arrecifes de sus costas meridionales, donde los lugareños pusieron toda su habilidad y medios para paliar los efectos del naufragio. Sin embargo, y pese a su empeño, no consiguieron salvar ninguna de las naves, ni prácticamente nada de valor de la mercancía transportada, aunque sí, rescatar heroicamente a la dotación, incluido el capitán Hawkin, quien, para garantizar el favor de su Soberano, se aseguró de portar consigo el valioso colgante de la Malinche. Pese al naufragio, el resultado de aquella expedición fue muy satisfactorio para el Monarca, pues, aunque los armadores tendrían que asumir la perdida de las naves; y los mercaderes, la del cargamento de azúcar, él consiguió recibir la preciada joya que tanto había anhelado. Pletórico con el resultado de la operación y admirado por la heroicidad de los nativos, el Soberano eximió a la colonia del pago de todo tipo de impuestos.Aquel ingenuo y generoso favor del Rey Granjero —pues así era llamado en reconocimiento de su carácter llano y afable—, que en la actualidad aún permanece vigente, creó un precedente que con el devenir de los tiempos permitiría crear, a partir del siglo XX, la más importante plataforma de negocios del mundo, los Paraísos Fiscales[8]No sería hasta dos siglos después del hundimiento de aquellos buques, cuando los clientes modernos de los Paraísos Fiscales iban a necesitar, aparte de aquellas exenciones fiscales, de otras características específicas para que un reducto pudiera alcanzar tal catalogación, ya que la impunidad fiscal con que pretenderían operar desde tales plazas necesitaría ineludiblemente de otros tres requisitos complementarios: evitar radicalmente la transparencia fiscal, no permitir a los bancos locales el intercambio de información para propósitos fiscales con otros países, y permitir a los no residentes beneficiarse de todas aquellas ventajas.Aquella fue la conclusión a la que llegó el Gobierno Helvético ciento cuarenta y seis años después del naufragio, en 1934, y en base a tales premisas promulgó la Ley de Secreto Bancario[9] que convirtió desde aquel momento a Suiza en un enclave financiero hecho a la medida para servir de refugio a los frutos del expolio nazi a los judíos de Europa, y a otros capitales que huían de la fiscalización del resto de los países.Para cualquier país moderno constituye un serio problema el hecho de que una parte de la producción de sus administrados escape sin participar en los gastos comunes financiados a través de los impuestos, puesto que ello obliga a las autoridades a incrementar la presión fiscal que ejercen sobre el general de la población, penalizando injustamente con ello a los ciudadanos que no hayan incurrido en evasión de impuestos. Pero no obstante a tal perjuicio, y siempre desde la perspectiva de las autoridades monetarias, eso no es lo peor, sino la certeza de que antes o después, los fondos defraudados y emigrados conseguirán aflorar, dispuestos a comprar productos nacionales, desequilibrando así su balanza de pagos y deteriorando al mismo tiempo la cotización de su moneda en una proporción directa al montante evadido.A partir de los años sesenta del siglo XX, ciertos estados modernos fueron conscientes de aquellas circunstancias y, copiando el modelo suizo, iniciaron una frenética carrera para repescar en los mercados exteriores, no solo los recursos financieros que hubieran conseguido escaparse sin tributar dentro de sus propias fronteras, sino todo el dinero que hubiera en esta situación, viniese del país que viniese, y estuviese en la divisa que estuviese pues, aceptado el hecho de que esos fondos no habían tributado, al menos que ayudasen a mantener un sistema financiero equilibrado.En esta lid, no puede discutirse sobre la legitimidad del hecho de que los Estados pretendan desarrollar todo tipo de estrategias para conseguir atraer hacia el seno de su sistema monetario todos los recursos financieros que queden a su alcance en el mercado internacional, puesto que de ello dependerán el equilibrio de sus balanzas de pagos y la estabilidad en los cambios de sus respectivas monedas. Para alcanzar ese objetivo, los Estados modernos disponen básicamente de dos herramientas indiscutiblemente legítimas: un eficaz aparato productivo, capaz de captar divisas a cambio de sus productos y servicios, en el llamado balance por cuenta de renta[10], y una fiabilidad económica y política en el ámbito internacional, unida a un adecuado tipo de interés para remunerar a los extranjeros que decidan hacer sus inversiones comprando su Deuda Pública Soberana, operando en este segundo supuesto mediante el mercado internacional de divisas por el llamado balance por cuenta de capital.La creación de los Paraísos Fiscales constituye en este contexto la tercera, más moderna y más heterodoxa, de las herramientas que los Estados pueden utilizar para atraer capitales extranjeros, dando lugar con ello al planteamiento de una de las más importantes polémicas en el campo de la ética económica, en el supuesto de que tal binomio, ética y economía, pudiese considerarse compatible. Para ello, bastaría con que los Estados promulgasen su propia ley de secreto bancario y habilitasen un mecanismo para reincorporar los fondos conseguidos de aquella forma al sistema financiero reconocido como legal. Este mecanismo es el que ha permitido, por ejemplo, que Suiza, que no destaca por tener ninguna mercancía que exportar ni paga ningún interés por los depósitos bancarios en divisas a los inversores extranjeros, disfrute de una estabilidad envidiable para el franco suizo, su moneda, en el mercado internacional de divisas.Gran Bretaña, aplastada con los daños producidos por la Segunda Guerra Mundial, con graves desequilibrios en su balanza de pagos y una seria dificultad para mantener en aquellos tiempos el equilibrio en el cambio de la libra esterlina, analizó el éxito helvético y vio la oportunidad de subirse al carro y resolver ambas circunstancias simultáneamente y de un plumazo, copiando el modelo suizo para algunas de sus ex colonias, ahora llamadas Territorios Británicos de Ultramar, dependientes de su Graciosa Majestad. Así nacieron, a lo largo y ancho de todo el mundo, una pléyade de Paraísos fiscales que enseguida fueron imitados por los Estados Unidos para algunos de sus estados periféricos, y por otros países independientes de ínfima extensión cuya situación geográfica lo permitiera. Ante aquella situación, que planteaba para el común de los países un agravio comparativo insalvable, los gobiernos de muchos Estados, particularmente los de los que no habían tomado la decisión de poner en práctica tan discutible herramienta para la captación de recursos financieros, recurrirían a los organismos internacionales en demanda de que tales actividades fuesen limitadas y reguladas, sin obtener hasta el momento, por parte de los apelados, en contestación a sus pretensiones, más respuesta que evasivas o colaboraciones cínicas o torticeras de poca o ninguna trascendencia práctica.La isla Gran Caimán[11], un territorio británico de ultramar de apenas ciento noventa y siete kilómetros cuadrados; en pleno mar Caribe; a ciento setenta y seis millas náuticas de Yucatán, Méjico; seiscientas quince de Barranquilla, Colombia; y seiscientas de Miami, constituye un buen ejemplo de ese polémico tipo de antiestados.
La tarde era húmeda y calurosa, y la agradable y abarrotada terraza de The Crab Restaurant permitía a sus clientes una magnífica panorámica sobre el extremo occidental de la isla Gran Caimán, donde toda la actividad se centraba alrededor del puerto de Georgetown. Puro Caribe… y paraíso fiscal puro, donde coexisten, ignorándose recíprocamente, turistas simplemente ansiosos de sol y playa, con agentes económicos de la más variada procedencia a la búsqueda de sofisticadas prestaciones financieras. En una de sus mesas, Kumar Kirpalani se enfrentaba a una suculenta langosta que el maître había hecho acompañar de la salsa picante característica de aquel prestigiado restaurante. Había pasado el mediodía, y para una buena parte de los altos cargos de los casi seiscientos bancos de la ciudad era la hora de almorzar, pero el acontecimiento no respondía exclusivamente a una cuestión nutricional o gastronómica, sino que brindaba la oportunidad de hablar relajadamente con los colegas de otros bancos, con los asesores, con los técnicos, con los agentes residentes… porque en aquellos negocios, una buena parte del trabajo es mejor hacerla fuera de la sede. En aquel ambiente se masca la necesidad de máxima discreción, y el secreto que más eficazmente se guarda es el que se desconoce; y el contacto celebrado con la mayor discreción, el que no consta que haya tenido lugar; pudiéndose concluir, por tanto, que nadie sabe lo que sabe nadie.Kumar Kirpalani, oriundo de un pequeño poblado cercano a Bombay, políglota, y emigrante junto a su familia al Reino Unido en 1950 cuando solo tenía dos años de edad, tuvo la suerte de llegar a Cayman Island justo en el momento que había que llegar. Su gran perspicacia y el hambre se encargarían de añadir el resto. Desde hacía años había conseguido llegar a ser Presidente del Investment Cayman Bank (ICB), uno de los offshore banks[12] más reputados de Georgetown, de las Cayman Island, de todos los Paraísos Fiscales del continente americano… y del mundo, y ello a pesar de tener que reconocer que hablar de la reputación de los Offshore Bank es tener ganas de tratar sobre un asunto sumamente espinoso.Kumar levantó la mano cuando desde su apartada mesa vio pasar al lugareño que esperaba. Se trataba de Henry Walton, uno de los técnicos que se dedicaban en la isla a preparar, generalmente por encargo de los presidentes de los bancos, los paquetes denominados comanche, un conjunto de documentos e instrumentos de distinta índole que permitirían constituir y desarrollar las actividades propias de las sociedades pantalla[13] solicitadas por los clientes que planeaban operar en el ámbito offshore. El menú de los servicios que ofrecía Walton incluía facilitar las identidades ficticias de los supuestos accionistas y de los consejeros de las sociedades que se pretendieran constituir, asesorar para la apertura de cuentas numeradas y las identidades de las personas a cuyo nombre podrían hacerse girar las transacciones, sellos de caucho correspondientes a la nueva sociedad, certificados de acciones, actas de constitución, pasaportes de camuflaje… Todo ello hecho a la medida del cliente que lo demandara, por cuyos servicios reclamaba unos honorarios a partir de tres mil dólares americanos, según fuera la naturaleza de los elementos requeridos.Walton se sentó a la mesa con Kumar y se saludaron cortésmente, dispuestos a tramitar una operación que para ellos sería pura rutina. Los datos de la sociedad, según el encargo de un cliente colombiano, figuraban en el interior de un sobre que Kirpalani tenía sobre la mesa y que Walton cogió antes de que mediara palabra entre ellos.—¿De qué tipo de operación se trata? —preguntó Walton, mientras abría el sobre, intentando adelantarse a la información que pocos segundos después iba a tener por escrito y a su disposición.—Según los datos que tengo, me ha parecido que se trata de un cliente “Viper”[14] — contestó Kumar, mientras chupaba con fruición una de las sabrosas pinzas de la langosta que estaba constituyendo su condumio de aquel día.Walton terminó de abrir el sobre y le bastaron unos segundos para analizar su contenido—. Esto va a costarle al cliente ocho mil quinientos dólares —dijo, dando por sentado que, como de costumbre, la mitad de aquel importe iría a engrosar los beneficios personales de Kumar.Entre los clientes que venían a solicitarles sus servicios y asesoramientos existían dos tipos bien diferenciados, y ambos contertulios lo sabían perfectamente: los meros defraudadores fiscales, y los clientes cuyos fondos provenían de actividades criminales, tales como terrorismo, tráfico de drogas o armas, prostitución… A los primeros les llamaban Clientes Inocentes, y a los últimos, Clientes Viper.En los casos de mera defraudación fiscal, la solución propuesta por Kumar siempre era la constitución de unfideicomiso[15], que en aquel caso consistiría en que el dinero que se quisiera ocultar, propiedad de un determinado cliente, quedara depositado en una cuenta del offshore bank cuya titularidad y control se confiara a un ciudadano censado legalmente en Cayman Island que se contratara como agente residente, y que quedara comprometido, previo pago de una remuneración que se pactara, a no tocar ni un centavo del fideicomiso depositado. A petición del cliente, cuando la relación se diera por terminada, los fondos quedarían libremente a su disposición, sin más limitaciones que las que impusiera la legislación bancaria británica, quedando preservado ad eternum el secreto bancario y la opacidad fiscal del depósito constituido. Pero aquel no era el caso que aquella tarde había provocado la reunión de aquellos dos profesionales, ya que el cliente, colombiano, representaba a destacados miembros de diversos cárteles de la droga.La descripción del personaje que estaban analizando dejaba poco lugar a dudas sobre la naturaleza de aquel negocio, siendo un típico ejemplo de los clientes llamados viper, y la solución tenía que ser enfocada, por tanto, de forma muy diferente a la del simple fideicomiso, ya que ningún ciudadano en su sano juicio, ni siquiera un caimanés, se hubiera comprometido con una organización criminal en algo tan delicado como la custodia de sus fondos a cambio de una simple remuneración, por importante que esta hubiera sido. En tales casos, la solución tendría que pasar por constituir una sociedad pantalla que pudiera ser utilizada a modo de espejo para esquivar una hipotética persecución policial internacional. Estos son los casos para los que es necesario un equipamiento completo comanche, y aquella era precisamente la especialidad de Walton.—Espero al cliente el próximo martes a primera hora. ¿Podrás tener preparado todo el material? —ordenó, más que preguntó, Kumar.—Puedes contar con ello —le contestó Walton, consciente de que no se le permitirían ni fallos en el material que preparase, ni demoras en su entrega.En todo caso, se tratase de un cliente inocente o de uno viper, los ciudadanos de Cayman Island, como los del resto de los ochenta y tres paraísos fiscales que al cierre de la presente edición existen repartidos por todo el mundo, se comportan con el más absoluto sentido platónico de la honradez: Ver pero no tocar, la vida les va en ello… porque los clientes de los offshore banks no son como los clientes comerciales de los bancos continentales, a quienes basta con rellenar, llegado el caso, una hoja de quejas o reclamaciones, pues en aquellas instituciones no hay avisos ofreciendo al cliente insatisfecho tal alternativa, ya que no hay reclamaciones… porque no puede haberlas.Pero cuando se habla de Gran Caimán como Paraíso Fiscal, no llega a comprenderse el fondo de la cuestión hasta que se consideran sus enormes cifras de negocio. Con un censo que no llega a los cincuenta mil habitantes, incluidos los ancianos y los niños, en aquella isla han llegado a concentrarse, si las estadísticas existentes sobre este negocio fuesen fiables, cuatrocientos mil millones de dólares depositados en sus quinientos cuarenta y cuatro bancos, setenta hedge funds[16] y treinta mil compañías offshore.La cuestión básica estriba, entonces, en que es fácil comprender que tal emporio no se ha montado por casualidad… como también lo es que nadie en su sano juicio pueda pensar, por ingenuo que sea, que tan enorme cantidad de dinero permanezca plácidamente perdida en medio de la nada, dormitando en las cámaras acorazadas de los offshore bank.
Tras veinte horas de navegación por mar abierto y después de consumir tres mil litros de gasoil, el Sunseeker de treinta y siete metros de eslora y dos motores de setecientos cincuenta caballos cada uno, propiedad de una sociedad panameña, comunicó por radio al puerto de Georgetown su inminente arribada procedente de Barranquilla, donde para garantizar la mejor acogida al nuevo cliente se movilizó inmediatamente la flor y nata de la marinería. Pablo Escobar, treinta y cuatro años, abogado, testaferro, administrador y hombre de confianza de varios cárteles de Cali y Medellín, navegaba a bordo acompañado por tres guardaespaldas y asistido por una tripulación compuesta por un patrón, su segundo y dos marineros.El objeto del viaje era formalizar con el Investiment Cayman Bank la apertura de una cuenta numerada para depositar allí los fondos resultantes de las actividades de sus representados, y realizar un primer ingreso por valor de diez millones de dólares.—El señor Escobar desea que lo reciba —sonó en el interfono del despacho de Kumar, la voz de su secretaria, afectada por una cacofonía metálica.—Dígale que pase —contestó Kumar, después de haber pulsado el botón rojo del intercomunicador, y una vez preparado para celebrar aquella entrevista que ya tenía prevista en su agenda para aquella mañana.Escobar no era alto ni bajo, ni gordo ni delgado, no tenía bigote ni gafas, y el castaño impreciso de su pelo invitaba a la confusión cuando tratara de describirse… Si Kumar, o cualquier otra persona hubiera tenido que describir su aspecto, no hubiera encontrado las palabras adecuadas… Así pues, era un personaje anodino, perfecto para la función que tenía que desempeñar, no así los tres guardaespaldas que lo acompañaban, cuyo aspecto patibulario resultaba claramente intimidatorio. Cualquiera que hubiera visto por la calle a aquellos cuatro hombres en realidad solo hubiera visto a tres, pues, hasta tal punto, Escobar hubiera pasado inadvertido.A invitación de Kumar, el recién llegado tomó asiento en el sillón situado a su izquierda, junto a la gran mesa de juntas de ébano sobre la que había una bandeja con seis vasos de cristal de bohemia preciosamente labrados y una champanera rebosante de un hielo que era repuesto cada vez que era preciso para que mantuviera convenientemente helado su contenido: dos botellas de agua de la marca Cloud Juice, cada una de las cuales contenía, según manifestación certificada por el embotellador, nueve mil setecientas cincuenta gotas de agua de lluvia de Tasmania. Aquella mesa y los doce sillones iguales, de cuero, que la rodeaban, ocupaban gran parte de la superficie de aquel amplio despacho donde reinaba el lujo, y las tres “EX” que caracterizan solo a los ambientes más sofisticados: la exclusividad, la excelencia, y el exceso.Los tres guardaespaldas del colombiano, en actitud expectante, permanecieron de pie todo el rato, detrás del cliente, entre aquella mesa y el mueble que constituía el bufete donde el banquero trabajaba habitualmente.Desde el punto de vista funcional, aquel despacho disponía de todos los adelantos técnicos de la época, especialmente en lo que se refería al campo de las telecomunicaciones. En tal sentido, mantenía plenamente operativo un complejo entramado de elementos que solo estaba a disposición de las instituciones más modernas del momento, de forma que, sin salir del despacho, se pudiera tener conocimiento en tiempo real sobre cualquier acontecimiento relevante que ocurriera en cualquier parte del mundo. Tal equipamiento estaba constituido por el “teletipo”, cuyo cansino tableteo no dejaba de resonar en la habitación contigua; el fax, que lograba transmitir o recibir de cualquier parte del mundo una hoja de cualquier documento en apenas unos segundos; e incluso las excelencias de Arpanet[17], un revolucionario sistema de comunicación, aún en fase de experimentación, que basaba su eficacia en la interconexión de redes y que, por tanto, solo podía ser utilizado por un selecto y reducido grupo de usuarios.Escobar tomó la palabra después de dar por completados los saludos protocolarios—Bien, señor Kumar, ¿tiene preparada la documentación? —Naturalmente, señor —contestó el banquero.Kumar trajo de su mesa de trabajo una cartera de cuero que exhibía un rotulo repujado en oro en el que podía leerse Rita Trade Limited, y empezó a desgranar su contenido.—Este es el acta de constitución de la sociedad pantalla. Compruebe, por favor, que aunque los socios y los componentes del Consejo de Administración son nombres ficticios, los apoderados indistintos son usted mismo y las otras dos personas que me indicó. Le incluyo en la carpeta el acta de constitución y las acciones al portador correspondientes a la sociedad Rita Trade Limited, que fue el nombre elegido por ustedes. Comprobará que la sociedad está domiciliada en el apartado postal número 103598 de esta ciudad. Esa es la dirección donde deberán remitir cualquier instrucción que nos quieran hacer llegar porque, si me lo permite, yo mismo asumiré el control del buzón. El capital social escriturado es de diez millones de dólares, que corresponde a un ingreso que, según fueron sus instrucciones, pretende usted formalizar en este instante, para ello he abierto una cuenta numerada[18] en nuestro banco.—¿Sería tan amable de explicarme en qué consiste una cuenta numerada? —preguntó Escobar, más por saber las condiciones particulares con las que iba a operar en aquella ocasión, que por conocer el concepto genérico de cuenta numerada.—Una cuenta numerada, también llamada cuenta cifrada, es una cuenta abierta en un banco offshore a nombre de un alias o un número —contestó Kumar en un tono rutinario, demostrando así que era la enésima vez que daba aquella explicación— . No es una cuenta anónima, puesto que el alias o el número que da título a la cuenta corresponde a una persona jurídica concreta y real, en este caso Rita Trade Limited, pero la interconexión que existe entre el alias y el nombre real del cliente es una información inviolable a todos los efectos, que queda custodiada en lo más recóndito de nuestra institución. En este sentido, disponemos de los mecanismos adecuados para garantizar la más absoluta inviolabilidad de esos datos en todos los supuestos, incluida la presentación de un mandato judicial que pueda generarse tras una eventual persecución internacional.—Aquí tengo los diez millones correspondientes al primer ingreso —dijo Escobar, mientras ordenaba con un gesto a uno de sus guardaespaldas que entregara dos de los maletines que traían.Kumar los abrió y volvió a cerrarlos, tras comprobar que estaban repletos de distintos tipos de billetes de la divisa norteamericana. Pulsó el botón del interfono y dio una orden: —Por favor, dígale al señor Sloan que pase.Sloan, el interventor del banco, apenas tardó unos segundos en entrar al despacho.—Por favor, hágase cargo de este dinero e ingréselo en la cuenta de Rita Trade Ltd. que estamos formalizando— dijo Kumar, dirigiéndose al recién llegado.Sin decir palabra, Sloan se sentó en una mesa auxiliar que había en el despacho, y a la vista del cliente, vació el contenido de los maletines, ordenó los billetes, y se puso a la tarea mientras banquero y cliente hablaban de temas intrascendentes. Tras un afanoso ejercicio, Sloan dijo: —Diez millones mil trescientos dólares americanos, sin contar estos cinco billetes de cien dólares, que son falsos.Escobar quedó totalmente satisfecho, a pesar de haber tenido que escuchar a Kumar cuando le recriminó: —No nos gusta que nos sometan a estas burdas pruebas de confianza.— Y mientras decía aquello, Kumar alargó su brazo para, educadamente, devolverle los billetes falsos y los mil trescientos dólares que sobraban en el ingreso.—Disculpe mi torpeza. —respondió el cliente, aunque la disculpa de Escobar mientras recibía los billetes sonó hueca, no encontrándose en el tono de sus palabras ningún aparente signo de reconocimiento de error ni arrepentimiento, quizás hecho con la intención deliberada de que su interlocutor lo tratase en lo sucesivo con la cautela debida. Mientras tanto, Kumar se dispuso a continuar detallando el contenido del equipo comanche, viéndose interrumpido por el cliente antes de que comenzara su explicación:—Explíqueme, si es tan amable, las limitaciones que existen para disponer de estos fondos.—En general— contestó Kumar—, estamos obligados a aplicar la legislación bancaria británica, especialmente en lo referido a la prevención y seguimiento del blanqueo de capitales.—Me temo que no estemos hablando de la misma cosa —replicó Escobar, sorprendido por el hecho de que en aquel ámbito fuera aplicable una legislación de similar naturaleza a la que le había obligado a emigrar a ultramar para formalizar aquella operación.—Disculpe si he llegado a desconcertarle —dijo Kumar, exagerando el tono irónico de sus palabras—. No tiene por qué preocuparse porque, en esta isla, el efecto de esa ley queda limitado a los reintegros hechos en efectivo, de forma que cualquier disposición de esta naturaleza que se haga de la cuenta debe ser inferior a tres mil dólares, o hecha mediante transferencia, tarjeta o cualquier otro procedimiento que teóricamente permita el seguimiento del flujo. Como podrá imaginarse, si ordenara una transferencia desde aquí a los circuitos bancarios continentales sin tomar las debidas precauciones, estaría descubriéndose y podría ser víctima de una persecución fiscal, pero mientras se mantenga dentro de las áreas offshore, tendrá totalmente garantizada la opacidad de la operación.—¿Debo entender —preguntó Escobar— que eso implica que estos fondos quedan condenados a permanecer indefinidamente en los circuitos offshore?—Solo en la hipótesis de que exista un delito fiscal que quiera usted que permanezca oculto —contestó Kumar devolviendo al cliente la carga de la cuestión, y procurando que sus palabras no quedasen afectadas por un tono irónico—, aunque ello no debe representar ningún inconveniente para su sociedad desde el momento en que desde aquí podrá dar cualquier uso a su dinero o realizar cualquier inversión, incluso en el mundo continental, con tal de que se tomen determinadas precauciones sobre las que le aleccionaré llegado el momento. Si me permite, continuaremos hablando de este asunto cuando tratemos de las inversiones que podemos proponerle para rentabilizar este depósito.—Antes de entrar en ese asunto, aún me queda otra cuestión que plantearle —intervino Escobar—. En multitud de ocasiones han venido a ofrecerme los servicios de la banca offshore situada en las zonas francas[19], presentes en algunas de las grandes ciudades de todo el mundo. ¿Qué diferencia hay entre los servicios que prometen ellos y los que ofrece este banco?—Las zonas francas de las que usted habla son espacios radicalmente blindados desde el punto de vista fiscal, creados en el ámbito continental, en el entorno geográfico de ciertas áreas cuya economía quiera impulsarse de forma preferente. En ellas se establecen determinados beneficios de carácter fiscal y administrativo, de forma que quede favorecida la competitividad de las empresas creadas en su seno, para de esta forma favorecer la actividad empresarial local y la consecuente creación de puestos de trabajo. Generalmente, su principal ventaja fiscal consiste en que es muy fácil realizar las importaciones temporales de mercancías para proceder a su manufactura y posterior exportación, pretendiendo con ello generar un tráfico industrial que parcialmente quede exento de tributación, y simplifique los controles administrativos que conlleva tal exención. El problema que genera este régimen fiscal a operadores como usted sería que, para evitar abusos fraudulentos, los fiscos de los países promotores de las referidas áreas establecen un férreo control sobre los agentes que operan en ellas, de forma que puedan garantizar que sus operadores no hagan un uso ilegítimo de los beneficios que se les brindan. Así pues, en la medida en que usted busque opacidad e impunidad fiscal para sus operaciones, esas zonas suponen la antítesis total a sus pretensiones, puesto que puede estar seguro de que, por el simple hecho de operar allí, estaría sometido a una permanente vigilancia por parte de la administración fiscal.Resuelto aquel inciso, Kumar rompió el precinto de una de las botellas que había en la champanera, sirvió agua en dos de los vasos, bebió un poco de uno de ellos, y prosiguió con la presentación de los documentos que había preparado a demanda de su cliente.—Este es el contrato de cuenta numerada y el resguardo de su primer ingreso —continuó Kumar, y le entregó el recibo que el interventor le trajo debidamente mecanizado—. En definitiva, lo único que dice es que nosotros cobraremos un medio por ciento anual por la custodia de los fondos, independientemente de las comisiones que cobremos por otros servicios. Sea tan amable de firmarlo al pie, y compruebe, por favor, que el apartado postal número 32015 de Medellín está bajo su control, porque allí mandaremos toda la correspondencia que se genere. Para evitar complicaciones no deseadas, en la correspondencia que les enviemos utilizaremos sobres camuflados, y el nombre de nuestro banco no aparecerá en ellos ni en ninguna otra parte, sino que en su lugar simplemente figurará Editorial Interamericana que, para dificultar persecuciones policiales, solo será usado por este banco en su relación con ustedes. Por otra parte, y si usted lo considera adecuado, las cifras que aparezcan en nuestra correspondencia podrán ir en miles de dólares, de forma que, en el caso de que llegásemos a realizar operaciones o a mantener saldos de cierta envergadura, los importes que figuren en los documentos no consiguieran llamar la atención de los investigadores del fisco en el caso de una eventual intervención.Kumar no dejaba de mirar el gesto de su interlocutor cada vez que explicaba algún aspecto que creía sustancial, y comprobó que en este caso se trataba de alguien que estaba muy acostumbrado a aquel tipo de operaciones, pues era evidente que conocía perfectamente el contenido de los documentos que le iba presentando para que firmara.—Las disposiciones de fondos podrán hacerlas desde el continente usando estas tarjetas de distintos operadores que hemos extendido a nombre de las personas que nos indicaron —continuó diciendo el banquero, mientras le hacía entrega de las doce tarjetas que había preparado para él—. Le ruego que las coteje con sus datos. Se trata de tarjetas que no dejan el más mínimo rastro sobre la naturaleza de estos fondos, y podrán ser utilizadas sin ninguna restricción en cualquier comercio o cajero automático del mundo. Este banco cobrará el uno y medio por ciento de los pagos o reintegros que se realicen por este conducto, independientemente de las comisiones que cobren los comercios o cajeros utilizados. Cada vez que Kirpalani entregaba a su cliente alguno de los elementos del equipo comanche, recababa su firma a título de aceptación de las condiciones que iba leyendo.—En este sello de caucho figura el nombre, domicilio e identificación fiscal en Islas Caimán de la sociedad que hemos constituido, Rita Trade Limited, podrá serles de utilidad en cualquier momento. Y, por último, estos son los pasaportes caimaneses de camuflaje para los miembros del Consejo de Administración de Rita Trade Limited. Puede comprobar que están extendidos a los nombres imaginarios que hemos creado para designar a los componentes del Consejo de Administración de la sociedad, pero se han insertado en ellos las fotografías que nos han facilitado. Le sugiero que los coteje y los custodie en lugar seguro.Aunque Escobar ya había tenido la oportunidad de trabajar con otros banqueros offshore, llegado a aquel punto, tuvo oportunidad de comprobar que se encontraba ante un verdadero profesional en la materia, ya que el abanico de servicios que le ofrecía estaba siendo extraordinariamente amplio, y el tono franco de sus palabras le impulsaba a depositar en él toda su confianza.—Excelente —dijo Escobar—. Quedan dos asuntos que son muy importantes para nosotros: cómo haremos ingresos en esta cuenta, sin necesidad de desplazarnos hasta aquí, y qué posibilidad hay de hacer inversiones legales en el continente.—Empecemos por explicar —dijo Kumar— cómo tienen que hacer los ingresos. Disponemos de bancos continentales que trabajan para nosotros en Colombia, México, Estados Unidos y el resto de países del mundo, y abriremos cuentas a nombre de Rita Trade Limited en las ciudades que a ustedes les interesen. Nosotros nos encargaremos, periódicamente y a nuestro criterio, de retirar esos fondos para depositarlos aquí, todo dentro de la más estricta opacidad fiscal. Considere que para ello disponemos de complicadas y sofisticadas pasarelas financieras cuyo mecanismo no es necesario que conozca. Debe tener en cuenta solo dos limitaciones: que los ingresos no sean ni inferiores a mil, ni superiores a cinco mil dólares, y que bajo ningún concepto debe hacer reintegros en esas cuentas, pues ambas circunstancias podrían dar lugar al inicio de un eventual rastreo policial. Nuestra comisión por este tipo de operaciones será del dos por ciento sobre el importe de los ingresos realizados.—¿Qué tendremos que hacer cuando necesitemos ingresar una cantidad superior? —preguntó Escobar.—Bastará con que nos lo comunique, preferentemente por vía postal, y le pasaremos instrucciones precisas. Recuerde que hemos acordado que siempre debe dar la cantidad en miles de dólares —reiteró Kirpalani.Dando por terminadas las cuestiones estrictamente operativas, Kumar se dispuso a acometer el capítulo en el que la institución que representaba ofrecía las mejores ventajas.—Y ahora, por último, hablemos de las inversiones legales que podrán hacer en el continente. ¿De cuánto dinero estamos hablando, y durante cuánto tiempo podrían inmovilizarse los fondos?—Dependiendo de la rentabilidad y de la naturaleza de la inversión —respondió Escobar—, podríamos llegar a los mil quinientos millones de dólares, y si la remuneración es adecuada, podrían quedar inmovilizados durante años.—Considerando las circunstancias, les haré llegar las oportunidades que el mercado vaya generando. Debe tener en cuenta que nosotros cobraremos una comisión del tres por ciento en cada una de las inversiones en que intervengamos, aparte de los gastos de naturaleza fiscal que ello genere. Esta comisión es tan elevada porque la operación implica un previo blanqueo de los fondos —respondió Kumar, satisfecho por haber descubierto, tras tratar aquel aspecto, cuáles eran las verdaderas intenciones de su nuevo cliente y, por tanto, cómo debían ser las operaciones que tendría que ofrecerle en lo sucesivo.—Señor Kumar —dijo el cliente—, la mañana está resultando excesivamente pesada, me complacería que me diera la oportunidad de invitarle a almorzar.—Se lo agradezco muy sinceramente pero, si deseamos que nuestra colaboración sea efectiva, creo que debo declinar el honor —contestó el banquero—, ya que la ciudad está plagada de agentes encubiertos de todos los gobiernos que, incentivados por sus respectivos fiscos, buscan afanosamente la identificación de nuestros clientes para encontrar en ellos hilos de los que tirar para realizar sustanciosas inspecciones fiscales. Por tanto, será mejor para sus representados que no nos hagamos ver juntos.—Había creído que abrir una cuenta en estas islas no era nada delictivo y, por tanto, no era necesario ocultarse de nadie—dijo Escobar.—Y así es, verdaderamente, pero el hecho de que alguien se vea impulsado a abrir una cuenta offshore es una circunstancia que sirve a los agentes fiscales continentales para considerarla una pista digna de ser seguida para detectar un posible delito fiscal, y supongo que ser considerado sospechoso de delito fiscal no es agradable para nadie —respondió Kumar, convencido de que su nuevo cliente, abogado, sabía perfectamente de lo que estaba hablando.Aquel inciso, la aparición en el cliente de insistentes tic nerviosos, y haber tocado prácticamente todos los asuntos que era importante aclarar, sirvieron a Kumar para deducir que era el momento de dar por terminada la reunión.Escobar, por su parte, no podía imaginar que los fondos que sus agentes ingresaran en el continente para la cuenta numerada que acababa de abrir en Cayman Island quizás nunca llegaran a traspasar las fronteras, porque Kumar, presidente de un importante trust caimanés del que el ICB formaba parte, encontraría la forma de invertirlos en empresas perfectamente legales en el continente antes de que tuvieran oportunidad de cruzar el océano.
El día dieciocho de julio de 1976, el domicilio del matrimonio Kingsley, en Baltimore, hervía de actividad. Una clínica especializada en tocología había desplazado allí los recursos médicos más avanzados, incluida una ambulancia equipada con los más modernos elementos de reanimación y resucitación. Estaban previstas todas las eventualidades, porque Diana Kingsley, la rica heredera de la familia Carter, y esposa de Louis Kingsley, estaba de parto. Una afortunada niña, que iba a llamarse Julia, estaba a punto de nacer, y por uno u otro motivo, todos deseaban ardientemente tenerla entre sus brazos.Julia, la neonata, nacería estando destinada a ser una criatura verdaderamente afortunada en lo económico, puesto que por el momento sería la única heredera de la fortuna familiar de los Carter, un clan que, hasta que la aparición de las revoluciones de corte marxista las hicieran inviables en el continente americano, consiguió amasar un capital de incalculable envergadura en lasRepúblicas Bananeras[20]En ese momento, y gracias al giro que el difunto Armand Carter había dado a sus negocios, la actividad de aquella familia nada tenía que ver ya con el mercado de la fruta, sino que estaban centrados en la gestión del Colonial Corporation Bank, (CocoBank), un banco comercial de New York que fue creado a partir de que Armand Carter comprara el East Corporation Bank en plena crisis de 1929.Pero, como si fuera una moneda, la situación familiar de la niña, aunque tuviera una cara, también tenía una cruz, ya que, independientemente de todas aquellas bendiciones de carácter económico, nacía bajo la influencia de una marcada precariedad, pues llegaría a ser la única hija de Diana Carter, que, en aplicación de la más estricta tradición familiar, a su vez también era el único miembro vivo de la afortunada saga. Quizás esa circunstancia fuera la causa de que tanto para Diana, su madre, como para Louis, su padre, el advenimiento de la neonata llegara a ser, al mismo tiempo, el más codiciado de los regalos, y el más rotundo homenaje a Armand Carter, el bisabuelo de la recién nacida, quien puso en su momento toda la esperanza de futuro en el matrimonio Kingsley, y murió, para su mayor desgracia, sin llegar a conocer a la niña que estaba a punto de nacer y que aseguraría otra generación de su orgullosa sangre.Sin embargo, pese a las trascendentales circunstancias, Louis, padre de la criatura, se veía obligado a desviar su atención hacia otro importante asunto que constituía su primer paso en un ambicioso proyecto: la promoción inmobiliaria. Tal era su entrega a aquel negocio en aquellos momentos, que todos los miembros de su equipo estaban reunidos revisando y completando los proyectos de las promociones inmobiliarias que habían planificado.La maratoniana reunión, que se estaba celebrando en el despacho que la casa tenía en su planta baja, estaba dominada por la presión de que apenas faltaban cincuenta días para que terminara el plazo previsto por la administración para presentar las plicas para la subasta, y aún tenían que determinar una gran cantidad de detalles técnicos para poder establecer el límite que podían comprometerse a pagar por cada una de las parcelas que pretendían adjudicarse.Ante lo inexorable de tal plazo, la actividad era frenética; la dedicación, absoluta; las cifras, embriagadoras; y la responsabilidad, enorme, por lo que Louis no pudo dedicarse a su ámbito familiar, aun a pesar de que comprendía que el nacimiento de su hija era el evento más importante que había vivido jamás.El desafío estaba siendo titánico en cuanto a los plazos de que disponían, pues en cuatro meses habían tenido que redactar los ciento veinticinco anteproyectos correspondientes a otros tantos solares sobre los que estaban dispuestos a construir conforme a las ordenanzas urbanísticas. En cada proyecto tenían que contemplar cuestiones legales, comerciales, técnicas, de capacidad de producción, y financieras, de forma que cualquier error que cometieran en aquella primera fase redundaría irremediablemente en quebrantos económicos al final del proyecto, porque, en el fondo, lo que estaban determinando era mucho más complicado que la mera definición de las características técnicas de las edificaciones, pues de lo que se trataba en aquel momento era de fijar el límite que podían comprometerse a pagar en la subasta por cada uno de los solares, y, para ello, era imprescindible anticiparse a una enorme gama de complicadas eventualidades.Sin embargo, aún existía un segundo aspecto ante el que tuvieron que tomar todo tipo de precauciones, pues, tras la exhaustiva investigación de un equipo especializado contratado por CoreCo, pudieron confirmar que, tal como había sido la intuición inicial de Kingsley, el colosal desarrollo inmobiliario de New York se estaba generando en sus áreas urbanas periféricas y estaba siendo ejecutado por apenas una docena de enormes promotoras que a su vez constituían el primer nivel de un holding que estaba liderado y controlado por el grupo de empresas de Henry Harrison. La corporación inmobiliaria recién creada por Kingsley consideró razonable trabajar en las hipótesis de que las promotoras tradicionales estuvieran actuando para conseguir las adjudicaciones de parcelas por un precio mínimo, y que acogerían con hostilidad la aparición de la nueva iniciativa. En tal línea, el secretismo se convertía en un factor esencial para la puesta en marcha de la corporación, pues si el holding de promotoras llegaba a conocer sobre la existencia de un proyecto de aquel calado, podrían poner en marcha contramedidas que condicionarían el buen fin de la operación, frustrar la constitución exitosa de CoreCo, y perjudicar las cifras y la imagen del CocoBank, el banco familiar. Así pues, dada la obligada confidencialidad con que se habían propuesto llevar a efecto la puesta en marcha de la corporación, surgió la duda de si ocho socios serían un grupo demasiado numeroso como para poder garantizar la discreción necesaria, aunque bastó con que pasara el tiempo para que pudieran comprobar que el secreto fue efectivamente guardado, aunque nadie, ni siquiera el propio Kingsley, pudo imaginar la envergadura que alcanzaría la colosal pataleta que la aparición en el sector inmobiliario de CoreCo iba a producir en determinados sectores de la city.
Llegado el momento, y con la intención deliberada de que, mientras fuese posible, la creación de CoreCo pasara inadvertida ante sus competidores, cada uno de los arquitectos presentó independientemente, ante la delegación de urbanismo de la ciudad, las pujas sobre los solares pertenecientes a su zona. Para ello escogieron la primera hora de la mañana del día doce de octubre, fecha límite según las bases de la subasta. Acompañando cada oferta era necesario ingresar en la caja de la delegación de urbanismo una cantidad equivalente al diez por ciento de los importes que servirían de base para la subasta, o aval bancario por tal importe. Tales depósitos alcanzaron un montante superior a los cincuenta millones de dólares, y fueron ingresados en efectivo, no mediante aval o cheque bancario, que era lo más habitual. Tan inusual práctica no era sino otra medida en el mismo sentido, ocultar, mientras ello fuera posible, la vinculación de la inmobiliaria con el CocoBank, y retrasar con ello la reacción de sectores interesados que pudieran mover influencias que complicaran la viabilidad de la operación.Hubo una primera reacción que indicaba que el proyecto iba por buen camino pues, pasadas cuarenta y ocho horas del cierre de la subasta, la Delegación de Urbanismo tomó la decisión unilateral de considerar ampliado en treinta días el plazo de presentación de plicas. El acuerdo fue publicado en los tablones de anuncios de la sede municipal y en la prensa estatal de New York, y comunicado fehacientemente a quienes habían participado en la subasta del día doce de octubre, que de esta forma quedaba tácitamente anulada.Kingsley y sus socios consideraron que tal reacción se debió a que el holding de Henry Harrison debería haber llegado a saber que iba a ser prácticamente excluido de la adjudicación de solares, porque las ofertas que había presentado eran inferiores a las ofrecidas por CoreCo, y deseaba tener la oportunidad de presentar otras más competitivas, resultando obvio que para conseguirlo habrían encontrado la forma de influir en las esferas de poder de la Administración.Dadas las connotaciones que tenía aquella medida, en CoreCo tomaron inmediatamente la decisión de oponerse a tan tendenciosa decisión por parte de la Administración, y contrataron a Alfred Gerstner, de Gerstner & Morgan —especializados en derecho administrativo—, para que les representase ante tamaña arbitrariedad. Bastaron veinte días para que el letrado les confirmara que la Administración había desistido en su intención de prolongar el plazo de presentación de plicas, les informara sobre las irregularidades que las instituciones habían tenido la intención de cometer y que su equipo legal tuvo la habilidad legal de frustrar, y les entregara una relación con los resultados de la subasta.Como consecuencia de las ofertas que realizaron, de los ciento noventa y tres solares subastados, ciento uno fueron adjudicados a Coco Real Estate Corporation. La cifra representaba más del setenta y cinco por ciento de los volúmenes a construir en el área metropolitana de New York durante los dos años siguientes. Para tranquilidad de la recién constituida corporación respecto a las operaciones que no consiguieron que les fueran adjudicadas, hicieron un análisis exhaustivo a posteriori, y concluyeron que, si el holding de promotoras había pujado por importes superiores a los calculados por ellos, la rentabilidad que sus competidores podrían obtener en aquellas promociones sería muy reducida o incluso negativa.En el momento en que les fue comunicada la buena nueva, los presentes, a los que se había unido Diana, recuperada ya de su posparto, lanzaron al vuelo cuanto tenían en sus manos, celebrando con aquella efusividad el clamoroso éxito, ya que se habían sobrepasado notablemente las previsiones más optimistas. Era obvio que el mercado había premiado la sagacidad y el buen hacer de aquel equipo de profesionales, ya que CoreCo había resultado adjudicataria de proyectos que suponían la construcción y financiación de diecinueve mil doscientas viviendas, tres centros comerciales con una superficie conjunta de doscientos cincuenta mil metros cuadrados, y dos polígonos industriales con una superficie global aproximada de medio millón de metros cuadrados. Todo ello suponía un reto titánico, ya que se trataba de una cifra de negocio astronómica que superaba los seis mil quinientos millones de dólares que, para colmo, tendría que ser llevado a cabo por un grupo de empresas sin experiencia, cuyo primer proyecto realizado sería precisamente aquel.Pero Kingsley, conocedor de las cifras y de la situación en su conjunto, no pudo sumarse a la celebración, porque el montante de la inversión iba a alcanzar unos volúmenes exorbitados hasta tal punto que ello sería excesivo e incluso inasumible por parte del CocoBank. Paradójicamente, conseguir el éxito, y conseguirlo en tan grado alto, podría llegar a comprometer la viabilidad del banco y aplastar las instituciones que Armand Carter le había confiado… Dadas las circunstancias, Kingsley no pudo sumarse a la celebración, porque su conciencia no dejó de recriminarle si habría mordido un bocado demasiado grande, y si de aquella situación podrían emanar inconvenientes que llegaran a ser insalvables.
Habían pasado apenas cuarenta y ocho horas desde que se conocieran los excelentes resultados de la adjudicación de los solares, cuando el Consejo de Administración del CocoBank se reunió para dar cumplimiento a un único punto del orden del día: Una línea de crédito comprometido con Coco Real Estate Corporation con un límite de seis mil quinientos millones de dólares.La sesión estaba presidida por Diana Kingsley, arropada por su esposo como Vicepresidente; Abraham Cohen, como Secretario; Thomas J. Apple, como Tesorero; Tony Wilkinson, como Jefe de Inversiones, y otros tres vocales más, escogidos entre los más altos cargos del banco. Todos en la mesa sabían que la rica heredera era la presidenta del banco por razón de su nacimiento, y que Louis, su esposo, era quien, a pesar de su escasa antigüedad en la familia y su corta experiencia bancaria, se hacía cargo de su tutela.La situación era muy preocupante porque el CocoBank se había comprometido tácitamente a conceder un crédito cuyo importe excedía sobradamente las limitaciones financieras del banco, ya que, al estudiar la operación, se supuso que el monto no alcanzaría en el mejor de los casos los tres mil quinientos millones de dólares… pero el excelente resultado alcanzado en la adjudicación de parcelas edificables había permitido que la cifra prevista se disparase hasta más allá del doble.Por otra parte, el hecho de conceder a un solo cliente un crédito de una cantidad tan elevada en comparación con las cifras de recursos propios del Banco, suponía una excesiva concentración de riesgos[21], hasta el extremo de exponerse con ello a severas inspecciones por parte de la Reserva Federal, y a que su catalogación ante las agencias de rating[22], que actualmente ostentaba la “triple AAA”, pudiera deteriorarse.Así las cosas, y salvo que el Consejo de Administración fuera capaz de encontrar una solución adecuada, el CocoBank, pese al compromiso adquirido con CoreCo, no iba a poder asumir la operación con la estructura financiera que tenía en aquel momento ya que, aunque se encontrara el subterfugio legal necesario para burlar la norma que definía la figura tipificada comoconcentración de riesgos, ello llevaría al banco a un inasumible desequilibrio patrimonial, a una enorme falta de liquidez, y a un excesivo endeudamiento, que lo obligaría a la consecuente restricción de los créditos a sus clientes habituales. Conscientes de que a partir de aquellas circunstancias las consecuencias podrían alcanzar tintes dramáticos, organizaron aquella junta para, con la estructura de brainstorming[23], intentar encontrar una salida satisfactoria a aquella complicada situación.Cuando todavía no habían entrado en materia, sonó el interfono. Era el interventor de la oficina, que llamaba desde el patio de operaciones del banco:—Señor Kingsley, disculpe que le interrumpa, pero creo que debe saber que distintas promotoras inmobiliarias e industrias afines al sector de la construcción, que mantenían cuentas en nuestro banco, han cancelado diecisiete de las cuentas corrientes que mantenían en este banco, con un saldo conjunto que supera los ciento treinta millones de dólares.Kingsley le agradeció la información, a pesar de que se trataba de la peor noticia que podía haber esperado en aquella coyuntura. Sin embargo, y siendo realista, era inevitable que el holding inmobiliario de New York llegara a conocer el respaldo del CocoBank a la advenediza CoreCo, y que actuaran en consecuencia y desviaran hacia otros bancos la parte de sus negocios que dedicaban a ellos… Según todos los indicios, ¡la guerra había comenzado!La mañana fue intensa y todos quisieron aportar alternativas.Conscientes de que el CocoBank se enfrentaba a una decisión excepcional, la primera solución que se propuso consistió en que el banco dividiera su capital, que superaba los veinte mil millones de dólares, en acciones; se presentara a cotizar en Bolsa; y pusiera a la venta ocho mil millones. Según aquella fórmula, el banco podría atender sus compromisos sin que se resintiera su equilibrio financiero, ni su control en manos de la joven presidenta, si con la liquidez que se obtuviera de aquella operación, se constituía una sociedad filial creada al efecto para financiar la totalidad de la operación. Aunque pareció que aquella era una alternativa válida, enseguida se oyeron voces que la desaconsejaban, pues podía asegurarse que ninguna promotora inmobiliaria, ni inversor alguno de su ámbito de influencia, suscribiría una sola de las acciones que el banco pusiera a la venta en aquella tesitura, de forma que acometer la maniobra con aquel hándicap podría ser equivalente a meterse en la boca del lobo, pues era evidente que una demanda floja de acciones en el momento de su salida a Bolsa podría interpretarse como un síntoma de debilidad del valor y ello convertiría la circunstancia en una oportunidad que el holding, unido al resto de la banca del Estado, no dudarían en aprovechar para desacreditar al CocoBank y desbancarlo de su posición preferente.Así pues, financiar a CoreCo mediante la venta de parte del capital de CocoBank podría perjudicarlo y acabar beneficiando a dos colectivos, ambos competidores, pues los unos, los promotores inmobiliarios, mantendrían su exclusividad en los mercados de la promoción inmobiliaria en New York, y los otros, los bancos, se sentirían felices repartiéndose las cuotas de mercado que pudieran arrebatar al CocoBank, desde el momento en que quedara en entredicho su solvencia.La segunda propuesta que se estudió fue emitir bonos inmobiliarios respaldados por el CocoBank y sacarlos al mercado de renta fija, o realizar una ampliación de capital del banco, acudiendo para ello a la bolsa. A primera vista parecían opciones viables pero, dando por hecho que igualmente podían contar con la oposición hostil del conjunto de promotoras inmobiliarias de New York y sus sociedades asociadas, el supuesto presentaba inconvenientes similares a los de la primera propuesta, y los riesgos que se asumirían serían prácticamente los mismos. Así pues, un fracaso en cualquiera de las dos operaciones propuestas, podría suponer la pérdida automática de la “triple AAA” en las calificaciones de riesgos emitidas para ellos por las agencias de rating, lo que impulsaría la fuga de clientes y el consiguiente encarecimiento de la remuneración de los depósitos si querían mantener las cifras globales del balance.La tercera opción considerada fue renunciar a algunos de los solares adjudicados a CoreCo, y cederlos, previa negociación, a los promotores hostiles. Esta opción también acabó teniendo que ser excluida, pues se consideró que negociar el precio de un solar partiendo de una propuesta unilateral de la parte vendedora, y sin una iniciativa de la parte compradora, implicaría una posición débil en la negociación. Por tanto, consideraron que plantear aquella operación, a propuesta unilateral de CoreCo, supondría tener que vender los solares a la baja y dejaría implícita una humillación cuyo costo pondría en peligro la viabilidad de la corporación y la solvencia e imagen del CocoBank.Hubo una cuarta propuesta que, en principio, pareció la más viable: gestionar un Crédito Sindicado Condicionado[24]. Con aquella figura, el CocoBank conseguiría repartir entre varios bancos la enorme inversión que estaba estudiando en aquel momento, previa negociación con ellos de las condiciones a aplicar. Vista la considerable rentabilidad de la operación, la propuesta podría aglutinar la solidaridad de los bancos, pero también fue cuestionada, porque la solvencia del peticionario, CoreCo, era prácticamente nula y, por tanto, ningún banco comercial se prestaría a financiar sin el aval del CocoBank, con lo que la concentración de riesgos que intentaba eludirse volvería a estar presente en la operación, con la peculiaridad de que, si se adoptaba esta fórmula, sería imposible ocultar tal circunstancia para burlar la norma.Ante los importantes inconvenientes que los convocados habían descubierto en cualquiera de las cuatro alternativas que se habían considerado, se vieron obligados a estudiar una quinta: recabar el asesoramiento e intermediación de Intramoney, una agencia especializada en resolver aquel tipo de situaciones mediante la presentación de inversores interesados. A propuesta de Kingsley, Cohen mostró al pleno de la sala la publicidad y circulares que periódicamente se recibían de ellos. La realidad era que, en su fuero interno, los componentes de la comisión suponían con añoranza que el viejo Armand Carter hubiera resuelto la situación con un par de llamadas de teléfono, mientras que la nueva presidenta y su esposo carecían de los contactos y el liderazgo necesarios para hacerlo. Así pues, una cuestión estrictamente financiera resquebrajó la, hasta el momento, legendaria solidez del equipo directivo del CocoBank, y así fue como Diana y Louis se encontraron en el punto más bajo de popularidad que jamás pudo imaginarse para la figura de un presidente de aquel banco.La sesión se cerró, pasadas las dos de la tarde, dejando en todos un pesimismo que la realidad se encargó de ratificar, ya que, ante los graves inconvenientes que consideraron en la aplicación de las otras alternativas, únicamente pudo tomarse el acuerdo de iniciar acercamientos con Intramoney, y dejar en suspenso la concesión de los créditos a CoreCo hasta que pudiesen reconsiderar la cuestión.
Pasaron diez días que fueron esenciales para que, pese al pesimismo interno, Louis tuviera oportunidad de pulsar la realidad del mercado. Ignorantes de los problemas internos del CocoBank y de las tensiones que aquella operación desató subsiguientemente en su cúpula directiva, Louis recibió felicitaciones de políticos, de promotores inmobiliarios, de otros banqueros, de empresarios de las industrias auxiliares del negocio de la construcción… Todos querían, unos con sinceridad, y otros con un cierto afán revanchista, en el caso de que la operación resultase fallida, estar presentes en el punto en el que uno de los más importantes bancos del Estado estaba intentando acaparar la práctica totalidad de uno de sus sectores económicos más potentes, lo que le permitiría escalar, dado su enorme volumen, a los niveles más altos del colectivo bancario universal.Cada uno de los solares adjudicados a CoreCo se convirtió desde entonces en una plataforma donde exponer pancartas con publicidad del CocoBank, mencionando que aquel sería el banco que financiaría la edificación, y se contrató una agresiva campaña de prensa con la agencia de publicidad Sprint Publicity, consiguiendo que la práctica totalidad de los periódicos del Estado se hiciera eco del éxito obtenido por CoreCo como miembro del grupo de empresas financiado y patrocinado por CocoBank. La foto de la hermosa Diana Kingsley, Presidenta del CocoBank, fue merecedora de la portada en uno de los más prestigiosos periódicos del Estado, y no faltó mención halagüeña de la noticia en ninguno de los demás, incluso en los especializados en economía que, por el momento, no habían descubierto la tormentosa situación en que había quedado la cúpula del banco. El CocoBank, cuya imagen exterior le había convertido en el banco de moda y en el icono de la América de las oportunidades, con su campaña, consiguió recuperar los recursos que habían huido, correspondientes a las cuentas canceladas por las promotoras hostiles, y aumentar sus pasivos en un importe neto superior a los quinientos millones de dólares. En circunstancias normales, el más exigente de los gestores lo hubiera considerado un éxito sin paliativos de su departamento de marketing pero, en las actuales circunstancias, lo conseguido apenas era el chocolate del loro comparado con los volúmenes de inversión con los que se había comprometido.En plena crisis del CocoBank, la llamada más importante la recibió Kingsley de su secretaria cuando habían pasado quince días desde que se desatara el conflicto:—Señor Kingsley —dijo la secretaria con tono impersonal—, el señor Kumar Kirpalani quiere verle. Viene en nombre de una empresa llamada Intramoney.
Publicado por Rafael Solís miembro de Red de Blogs Comprometidos