Santiago Carrillo ha muerto. ¿Qué Carrillo?
Nunca ha existido “un” Carrillo. Han existido tantos como personas se le cruzaron en cada uno de los momentos en los que estuvo presente. Cada cual va a su encuentro caminando por el ángulo que le resulta más cómodo. Para algunos llevaba muerto mucho tiempo. Para otros –más acertados- Carrillo no se va a morir nunca. Su cigarrillo va a humear la memoria particular de mucha gente durante mucho tiempo. Una memoria en blanco y negro. Los buenos documentales de Carrillo siempre regresaban a los tiempos en los que el color no había llegado a las pantallas.
Un monstruo sin escrúpulos con un piolet de matar trotskystas en el costado y un elfo vestido de libertador con gafas de pasta; un arrojado clandestino con peluca y gabardina y un hombre a un cigarrillo pegado capaz de echarse un pitillo con el enemigo; un diablo rojo con tridente de Stalingrado y un santo ungido con los óleos de la Inmaculada Transición. Honra a los diputados del PP que no se han levantado en la ovación que le ha brindado el Parlamento: ayuda a que nadie olvide quiénes son, especialmente ahora que se oyen voces que aúllan el encuentro, la concordia y el consenso para asumir, todos a una, el rescate y sus recortes. Los mismos diputados que se pusieron en pie cuando aprobaron la participación de España en la guerra de Irak, ahora, sentados. Los que gritan a los parados “que se jodan”. Los de la red Gürtel y los políticos sin sueldo para que vuelvan a las Cortes los Don Cayetano y Don Gabino de cuando la noche franquista. De la noche de Franco, ese que odiaba a muerte a Carrillo. El Carrillo que se hizo rojo defendiendo con la vida la República. El Carrillo que cumplió su cuota parte de estalinismo sin escrúpulos. Ángulo romo. Ángulo afilado.