Revista Cultura y Ocio

Érase una vez el fin - Pablo Rivero

Publicado el 17 noviembre 2016 por Elpajaroverde
Comienzo a leer. Releo. Volteo la página para avanzar. Continúo leyendo. Pausa. Inhalación profunda. No me lo puedo creer. Volteo de nuevo la página esta vez para volver al principio. Releo todo el fragmento. Cierro el libro y lo poso sobre la cama. Me levanto, la agitación no me permite seguir con la lectura, me dan ganas de ponerme a dar pequeños saltos de alegría. En su lugar, doy un par de vueltas por la habitación para intentar serenarme. Otra inhalación profunda. Me siento. Tomo el libro y me dispongo a continuar con su lectura, y al abrirlo, el olor a promesa impregna todo el cuarto. Antes de ello no puedo evitar que mi propia voz exclame en mi interior: Pablo Rivero, ¿dónde has estado metido todo este tiempo? ¿Dónde he estado yo, que no te he encontrado hasta ahora?
"La emoción es tan inmensa que intento abrir los ojos otra vez para ver si puedo ver alguna estrella allí en lo alto, mientras las notas se precipitan sobre mí igual que el granizo demoledor de la primavera, el que destruye flor y fruto, el copo traidor que ya nadie espera."
Érase una vez el fin - Pablo Rivero
Érase una vez el fin es la confesión de un condenado, no necesariamente por la ley –aunque se la salte cuando haga falta–, sino por un entorno degradado y carente de dignidad, donde la solidaridad entre desheredados se ha vuelto puñalada en la espalda o en toda la cara. El reverso de un anuncio reciente del Gordo. Un Gijón con ecos de Vian, Goodis y Welsh se prepara para recibir la Navidad. Un pianista de hotel alcoholizado que todavía vive en casa de los padres contrae una deuda de juego que no alcanza los mil euros. Acosado por sus perseguidores, emprende una delirante huida en espiral en la que, como si fuera un Scrooge contemporáneo, sobre todo se dará de bruces con los fantasmas de su pasado. Esta novela de Pablo Rivero –uno de los más destacados representantes de «la literatura de barrio DC (después de Casavella)», según Kiko Amat– se pregunta si existe realmente la posibilidad de redención en un entorno marcado por la ausencia de perspectivas, el trabajo precario y el paro, los malos tratos, el odio de clase y el desprecio por uno mismo, las adicciones, la sordidez y el hastío. Y lo hace con un estilo adrenalínico marca de la casa; un chute de realidad.
Hay clímax que se crean que son únicos, palabras que por sí solas no dicen nada pero cuyo enfrentamiento y combinación embelesan, escenas que nos construyen que se prenden a la retina y ahí se quedan. Cuando se tiene la improbable suerte de encontrarnos todo esto de sopetón, en las primeras páginas de un libro que para más inri está escrito por un autor al que nos acercamos por primera vez, yo al menos no puedo evitar las sensaciones que describo en el primer párrafo de esta reseña: entusiasmo, contenido en parte, no lo niego (hay que seguir leyendo para valorar), pero los lectores tenemos desarrollado un sexto sentido para detectar a 'nuestros' escritores, y el mío, tras esos primeros párrafos, puso todo el protocolo de alerta a funcionar. Pero antes de contaros si tal despliegue de atención por mi parte ha tenido justificación, me vais a permitir que retroceda un poco en el tiempo y os explique de mis antojos por leer esta novela.
Os he dejado en esta ocasión, aunque no acostumbro a hacerlo, la sinopsis íntegra de la editorial, pues fue su lectura la que me convenció de leer este libro. Supe de él cuando se publicó a principios de año y, sinceramente, ya no recuerdo si me enteré por la prensa o tal vez por las redes sociales. Autor gijonés, novela ambientada en Gijón, como gijonesa que también soy, comprenderéis que me picara la curiosidad. Venía además de la mano de Anagrama, a la que bien podría coronar como editorial estrella de este humilde blog (y que conste que no tengo más relación con ella que la de gustarme sus libros), si bien es cierto que como todo en la vida, tampoco es infalible. Así que para allí me fui, para la página web de la editorial a indagar un poco más sobre ella, y tras leer la citada sinopsis, supe ya que tenía que leerla. Me prometía presentarme un Gijón muy diferente al que yo conozco, si bien he reconocido en él algunos escenarios y cierta idiosincrasia; también una voz nueva, incisiva, que no me dejaría indiferente, y esa me la encontré ya desde las primeras páginas; se me olvidaba, sin embargo, que las promesas no sólo portan regalo sino también veneno.
"No hubo nunca mayor muestra de amor, ninguna mejor bienvenida, que contemplar semejante sucesión de rostros hermosos, ver cómo caía la nieve sobre sus cuerpos desnudos, cómo los copos se fundían al contacto con la piel dejándolas mojadas. Qué hermosura notar cómo arde una mujer mientras nieva sobre ella."

Érase una vez el fin - Pablo Rivero

It's snowing. Fotografía de Yeray Díaz Zbida


Tras esa entrada triunfal Pablo Rivero continúa regalándome fragmentos brillantes, sórdidos y a la vez bellos. Su prosa es como un espejo deformante que funciona al revés: limpia lo sucio, dignifica lo feo. El escritor gijonés posa su mirada en lo más ruin y lo torna poesía. Pero son fragmentos, y no solo porque destaquen entre otros menos trabajados (y no lo digo por su lenguaje zafio y vulgar, que de eso ya iba prevenida y tampoco me escandalizo con facilidad), sino porque actúan precisamente como eso, como fragmentos de espejo, afilados, cortantes, pero de superficie diáfana que devuelve su reflejo como pura nieve. La luz a veces ciega, el frío arde, la nieve hiela y quema. A la atmósfera de Gijón, ciudad en la que la nieve es harto improbable y no sólo en Navidad, la cruzan copos de esa nieve añorada por el protagonista de Rivero, los mismos copos que para mí cubren esos ecos de Vian, Goodis y Welsh, y los transforman en otros de Hans Christian Andersen. Gijón es La reina de las nieves y al mencionado protagonista se le ha metido algo en el ojo y se le ha clavado en el corazón.
"Estoy tan acostumbrado a la perversidad de mi mente, a este continuo caudal de maldad, que no hay asomo alguno de conciencia tras mis actos y creo adivinar en esta carestía del canon, en este baldío moral, la causa inmediata que me sume en un estado muy próximo al del enajenamiento."
El protagonista no tiene nombre, tan solo tiene voz pues es también narrador. No tiene nombre porque los perdedores carecen de él, con sus nombres no se escriben historias ni se escribe la Historia, son olvidables, prescindibles. Su voz, en cambio, sí se escucha y no se olvida. Rezuma odio, resentimiento y misoginia, lo cual no me supone ningún problema. No juzgo moralmente a los personajes de los libros que leo, al contrario, algunos son un estímulo para intentar comprender aquello que me causa rechazo. El problema para mí es otro.
Soy ajena a ese mundo de alcohol, drogas y violencia que nos anuncia la sinopsis y que me he encontrado en este libro, pero a mis casi cuarenta años continúo parasitando en casa de mis padres, la ausencia de perspectivas, el trabajo precario y el paro me suenan y mucho pues lo vivo en propias carnes, y confieso que el hastío me ronda y me corteja con insistencia, por lo que lo reconozco en cuanto aparece en esta historia y no puedo dejar de congratularme por el rescate de aquellos que, como yo, hemos sido condenados a un limbo social. El problema, como digo, es otro: el regodearse en la autocomplacencia, la insistencia, una visión demasiado simplista de la situación y un coqueteo excesivo con ciertos clichés, cosa que detesto (el que tienta los bordes corre el peligro de caerse). Ay, Pablo Rivero, con lo bien que ibas... Ganas me entran de darle una colleja a este niño malo (así nos lo venden, desconozco si se corresponde con la realidad) de las letras, y no como apercibimiento, sino como lectora exigente a un escritor que me ha demostrado que está muy por encima de esas torpezas.
"Hay también hombres jóvenes encerrados en su casa con los ojos en blanco. Personas partidas por la mitad [...] Anulados sociales que fueron, durante unos breves instantes, las mentes más brillantes de su generación. [...] El mundo cambió y los conocimientos ya no fueron necesarios. [...] Nos dijeron: "Al pobre sólo le resta el estudio, el sufrimiento y el sacrificio", y ni siquiera sirvió."

Érase una vez el fin - Pablo Rivero

The Pianist. Fotografía de SPDP


La trama, que gira en torno a la contraída deuda de juego, es sencilla y se mantiene en segundo plano durante gran parte de la novela, por lo que comienzo a sospechar que es una mera excusa para la particular y fallida cruzada del autor que es esa crítica social y en ocasiones incluso política. Descubro luego que no es tal su intención, el odio desmedido por todo y hacia todos del protagonista no esconde más que el odio hacia si mismo, no en vano (recordemos) algo se le ha metido en el ojo y se le ha clavado en el corazón; su visión de todo cuanto le rodea, pues, no puede más que estar adulterada.
"Cada vez que alguien me demuestra algo a cambio de nada, coloca un espejo frente a la conciencia que nunca quiero ver."
Y así sigo transitando por esta novela, alternando entre la euforia y el desencanto, porque aunque lo primero se va difuminando y lo segundo cobra visos de ir adquiriendo más consistencia, hay algo en estas páginas que me mantiene pegada a ellas y que me incita a continuar. Mi perseverancia tiene premio pues asisto al comienzo del deshielo de ese corazón maltrecho, pero nuevamente es un premio envenenado (Pablo Rivero, deja el azucarero en casa que no te pega nada). Y es entonces, cuando menos me lo espero pues el libro ya toca a su fin, que el autor me cuela un gol por la escuadra, de esos dignos de ovación hasta para los que no nos gusta el futbol.
Con dos párrafos me maravilló al principio y con tres, y aún más breves, me cierra mi paisano el libro que tengo entre mis manos. Lo cierra él, yo soy incapaz de hacerlo dada mi sorpresa. Y lo hace de forma brillante, pocos escritores son capaces de hacerlo con tan pocas palabras. Cierra también mi boca y casi me hace tragar mis propias palabras. No voy a retractarme, sin embargo, hay cosillas que pulir en esta novela y sigo dudando entre matar a su autor a collejas o comérmelo a besos. Hay dos cosas sin embargo que no puedo evitar: una es rendirme ante la belleza creada con palabras, más cuando esa belleza se extrae de lo que no nos gusta mirar; la otra, es declarar mi admiración ante los escritores que tienen la habilidad de saber jugar con los lectores (jugar, no tomar el pelo). Este escritor ha conseguido ambas. Touché. Señor Rivero: a sus pies.
"Sentado frente al mar, contemplo la función que más ansío. El escenario es el mismo cielo gris de siempre. Un gris sin entraña. Un gris muerto en el que hoy, como una señal indolente, mezcla de austeridad y patetismo, se muestra un pequeño atisbo de luz crepuscular allá a lo lejos. Se diría que supera la línea del horizonte, y estremece ver al sol precipitarse al fondo del océano por un túnel de nubes tan densas y oscuras, y contemplar su vulnerable y última luminiscencia de tú a tú. El viento zarandea a una gaviota que sólo a veces logra mantenerse quieta unos instantes, suspendida con las alas extendidas frente a mí. La llegada inminente de la noche me inspira un triste destino: "Sufre, gaviota, ojalá una ráfaga de viento te estampe contra el mar y una ola traicionera te sumerja para siempre.""

Érase una vez el fin - Pablo Rivero

Marítimo. Fotografía de David Álvarez López


Ficha del libro:
Título: Érase una vez el fin
Autor: Pablo Rivero
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 136
ISBN: 978-84-339-9804-0

Volver a la Portada de Logo Paperblog