Revista Diario

Érase una vez la batalla de la fiebre de la petite

Por Bergeronnette @martikasprez
Ni una semana duró que la petite cayera mala. Los primeros "viruses" de la temporada vinieron el primer fin de semana de guardería. Fue una operación de maniobra y vigilancia. Acamparon durante un par de cuatro días en garganta y nariz para ver como actuaba el frente materno. Vinieron solos, sin más compañía que una molesta tos irritativa y un moqueo incesante de agua. Y vinieron de dos frentes distintos, de la guardería, agarrados en la camiseta de la petite, y del colegio, enganchados a los pantalones de l'aînée. A pesar de juntarse para preparar la batalla, tenían claro que no la iban a ganar, porque la curación con mimos e ibuprofeno un par de días surtió su efecto, y desaparecieron, se volatizaron, migraron, escaparon...
Pero el segundo ataque vino perpetrado por hordas de viruses malos, malísimos. Los pocos que quedaron de la primera batalla se habían camuflado, quedándose en la retaguardia para la llegada de los nuevos contendientes. La refriega comenzó a mediados de semana. Los niños caían uno detrás de otro. Y la petite no quedó atrás. Es solidaria hasta para compartir virus. Comenzó a arderle la frente. Temperaturas altas de 39 grados. No hubo aviso. Ni preaviso. Fiebre. ¿porqué? ¿Los síntomas de tos y moqueo de nariz os suenan de algo? ¿Sí? ¿Lo acabáis de leer? No me digáis... Pues ahí estaban, los viruses que pensábamos que habían caído todos en el campo de batalla hacía apenas una semana y media, volvían a atacar. Y el acoso al que nos tuvieron expuestas fue mortal de necesidad. Además de los síntomas de fiebre, tos y moco, se juntaba la impertinencia de niña malita y los lloriqueos de mimos y mamitis a partes iguales. Pero atacamos sin piedad. Apiretal y Junifen. Doble concentrado. A partes iguales. Ahora uno, ahora otro. Los viruses no daban abasto. Seguían atacando sin  piedad. Bajaban la supervisión de la retaguardia unos cuantos minutos, que se centraban en apenas unas décimas de fiebre de menos. Y volvían a la carga. Así cuatro interminables días, sin fin de semana de por medio. Ale. Para que vuelvas, mamá. Diagnóstico: proceso vírico. Al ver que la fiebre no bajaba, y sólo por tranquilidad del frente materno, decidimos acudir a la hechicera del reino con un fuera de hora. Indicó lo que ya conocíamos, pero cumplió su objetivo. Niña buena, unga chaca, un par de palmaditas y vuelta de nuevo a casa,  no vaya a ser que me deje los virus en la consulta. Así que, lavados nasales, apiretal e ibuprofeno, sin necesidad de antibiótico. Sueños y más sueño. Agua y teta. Y al quinto día sanó. La fiebre fue vencida. La tos remitió. Los mocos han ido saliendo. Y  ahora, tememos el próximo frente: la salida de dos muelazas en ambas encías inferiores. Seguiremos narrando...
PS. Yo no tengo fiebre. El relato estrambótico ha salido por sí solo.

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