Revista Historia
Quién puede olvidarse de lo que sucedió la tarde del día 2 de septiembre de 2010 en Vichy, cuando una exigua mayoría favorable a las posiciones igualitarias, consiguió superar a la que hasta entonces había sido la otra exigua mayoría, contraria. El debate fue límpio -así lo percibí- y puso fin a una discusión iniciada en el tiempo nada menos que por Fréderic Desmons, algo antes que aquella otra sobre la libertad de conciencia que dio al Gran Oriente su seña de identidad más característica. Tengo un recuerdo tranquilo de esos dos días en la ciudad francesa, a donde fui con plena consciencia de que un resultado negativo podía repetirse de nuevo, llevando la nave a un callejón de difícil salida.
Durante todo el tiempo que precedió a lo que podríamos llamar una jornada histórica, he visto de todo y he escuchado de todo. Y con posterioridad, desde el silencio, he visto también como los que intentaron echar arena en la maquinaria, corrían a lavarse las manos para proclamarse defensores a ultranza de aquello que habían denostado, o que no habían ayudado en nada a conseguir. Recuerdo, por ejemplo, cómo se acusó de violar las normas de la organización a las logias que, haciendo una recta interpretación del reglamento, procedieron a realizar en 2008 las primeras iniciaciones de mujeres (Combats, Saint Just, L´Echelle Humaine, Prairial y la Ligne Droite). Recuerdo cómo se animó el empleo de la mano dura contra ellas y quién lo hizo. También se afirmó que quienes defendían esta posición, la igualitaria, se saltaban a la torera la voluntad soberana plasmada por la asamblea, olvidando por contra que son las asambleas las que no pueden saltarse a la torera las normas fundacionales de una organización. Se denostó a los partidarios de la libertad de iniciación de los talleres y de la estructura mixta de los mismos, acusándolos de rotorcer los argumentos. Se llegó a sostener incluso que se había introducido perversamente un discurso de género en el seno del Gran Oriente, ignorando claramente, a la vista de las circunstancias, en qué consiste un planteamiento conceptual de género; o que no se había reflexionado sobre las consecuencias de una tal decisión para terceros que podían resultar afectados; o que se precipitaba a los talleres a una loca carrera de ignorado final, olvidando temas más importantes. ¿Cómo borrar de la memoria la maledicencia, el cotorreo o las acusaciones de deslealtad cuando se advertía de la existencia de una discriminación y del riesgo de intervención de las autoridades civiles?
Lo cierto es que desde el regreso de Vichy no le he vuelto a dedicar más letra a esta cuestión, con la excepción de las traducciones de diferentes notas de prensa publicadas en los días siguientes a la elección de Guy Arcizet como Gran Maestro. He asistido impasible y divertido al lavamanos que he descrito más arriba (y del que seguro habrá nuevos episodios). Y la verdad es que, superada la cuestión, me tiene sin cuidado la retahila de disparates que de vez en cuando se tejen, así como la desinformación que, más por ignorancia que por maldad, se siembra. Fiel a las enseñanzas domésticas que he recibido sé que "machacar en hierro frío, dar consejos a un viejo y golpear en un zurrón, tres cosas contrarias son". Así que no he perdido el tiempo con un tema que, al menos para mí, ya no da más de sí: Tengo la fortuna de haber estado donde debía, cuándo y cómo debía. Supongo que eso ayuda mucho a la hora de poder mantener esta actitud personal.
Por las razones expresadas, tampoco le dediqué ni un minuto a los cinco talleres de la Charente que cometieron la imprudencia, hace quince días, de salir ante la prensa a decir que se pasaban la decisión del último convento por el arco del triunfo. Me negué también en redondo a hacerme eco de la existencia de esa entidad que ronda por ahí, gestada en la última primavera, y que pretende la defensa de los "valores tradicionales" del Gran Oriente ¡Ya han llegado los salvadores! Si he de ser sincero, me importa un pimiento lo que hagan o dejen de hacer, todos juntos, por separado, de uno en uno, o en oleadas.
Sin embargo, hoy un amigo me ha hecho llegar a través de un correo electrónico este enlace. No voy a traducirlo. Lo siento, pero desde este blog no se trabaja para el enemigo. No obstante, sí creo que corresponde al menos decir algo así como ¡pásmense, señoras y señores! Sí, pásmese todo el mundo: porque cuatro miembros del Gran Oriente de Francia -toda una multitud- acaban de recurrir a la justicia profana (al Tribunal de "Grande Instance" de París, según la nota enlazada) para que ésta ponga un punto y final a todo lo andado hasta la fecha... ¿Dónde está el respeto a la soberanía de las asambleas? Si lo que muchos razonábamos era calificado peyorativamente como torsión argumental ¿esto qué es? ¿Quién es ahora el que se pase por el forro los textos normativos, expresión de una voluntad casi secular, construida año tras año por el conjunto de miembros del Gran Oriente? ¿Quién confunde sociedad iniciática con entidad profana? ¿Quién sostiene un discurso de género -de género masculino, claro está-?
He de decir que cuando he leído el texto en el que se perjeña el disparate, llegué a pensar en publicarlo el día de los inocentes. De paso, le devolvía la broma a un amigo valenciano que me gastó en una ocasión una muy gorda, a cuenta del dominio de un espacio web. Pero finalmente me he decidido a hacer esta referencia antes, porque en caso contrario sería difícil evitar que los lectores creyeran que se trataba de una tomadura de pelo.
Mientras escribo este apunte no puedo evitar que aflore una sonrisa. Y no me río -o sonrío- porque esté seguro de que los tribunales de la vecina República vayan a aplicar el Código Napoleón en un sentido u otro: En un Juzgado se sabe por qué puerta se entra, pero nada más. Es algo que nunca olvido. Me he reído -sonreído- porque ha venido a mi memoria un poema de José Agustín Goytisolo cantado por Paco Ibáñez. Son esos versos que comienzan diciendo "Érase una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos..." No puedo dejar de pensar en todos esos lobitos buenos que ahora acuden al juzgado después de todo lo que han aullado por las esquinas. Claro que no hay que olvidar que el poema de Goytisolo sigue, como casi todos sabrán, enumerando una serie de situaciones imposibles para terminar sentenciando: "Todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés". Casi nada.
Et si omnes, ego non.