Todavía hoy lo cuento y no termino de entenderlo. Era noche cerrada. Sobre las once y media de la noche vuelve a llover, y la petite despierta llamándome. Tras una vuelta tranquilizadora, retorno a mi cama. Pero eso continua cada media hora más o menos hasta las dos de la mañana.
Seguía lloviendo. Toda la casa a oscuras. Incluso en su habitación, las Genovevas no tenían puesta la luz nocturna del fantasmita. De repente, un grito. "¡Mamá!" Era l'aînée llamándome, pero a la pregunta de "¿qué te pasa?", ella no contesta e intuyo que se ha vuelto a dormir.
Me doy la vuelta. Deseo que la petite no haya escuchado ese grito, y me deje dormir un rato más. Pero... Escucho unos pasos por el pasillo. Se asemejan a los de l'aînée cuando viene por miedo a mi cuarto. Pero son más rápidos. Más seguros.
Esos pasos entran en mi habitación, se acercan a mi cama, me preparo para tranquilizar a l'aînée y mandarla a su cama cuando un "¡mamá!" firme y unos bracitos me agarran del cuello.
Jamás de los jamases hubiera imaginado que la petite pudiera trepar de su cuna. Subir a la cama nido de la hermana, y bajar de la misma, y enorme, -que para subir es necesario un escabel de dos peldaños de "chez Ikea"- y llegar -¡a oscuras!- hasta mí.