Revista Psicología

Eres

Por Rms @roxymusic8

Ponerse delante de uno mismo cuesta tanto o más que ponerse delante de los demás. Ponerse ante la verdad. Simplemente, verse y reconocerse tal cual uno es. Atreverse a destapar la verdad sin maquillarla. Y sacar a la luz lo que es sin esconderlo. ¿Alguna vez hemos tenido la valentía de realizar un acto de este calibre? Y no sólo con uno mismo, sino dar el paso y compartirlo con una persona de confianza. Si no, es cuestión de tiempo que llegará ese día por bien propio o por bien de los demás o por ambos. Llega ese momento donde descorchar la botella y dejar salir el contenido con fuerza, sin freno. Es curioso cómo, a pesar de la resistencia inicial, luego todo va saliendo con una facilidad e ímpetu sorprendente. Es como si se necesitara. ¿Y no era así desde un inicio y no nos hemos querido dar cuenta? O, mejor, no hemos sido humildes para dar el siguiente paso. ¡Cuánto podemos conocernos si nos dejamos hacer!

Es como en la escena de la película Divergente ante un juicio en la facción "Verdad". A los protagonistas les inyectan un suero que reacciona con dolor ante la resistencia a la verdad. La protagonista se retuerce de dolor hasta que, por fin, expresa algo que la ha ido atormentando durante bastante tiempo. Es una escena con la que uno puede verse reflejado o que ha podido experimentar en su vida. Ese retorcerse nos es familiar. Y ese dolor más todavía. No es un dolor tan físico como el que vive en sus propias carnes Tris, pero sí que nos produce malestar como a ella. Lo arrastramos tiempo y éste va aumentando en la medida en que no damos el paso. Y el dolor se hace más profundo sin darnos cuenta. O puede que sí seamos conscientes. No siempre es así y podemos convivir con él porque al final encontramos una forma de dejar de sentir, de acallar nuestra conciencia, de burlar la ley. ¿De verdad nos creemos tan listos?

Nos ponemos a caminar creyendo que sabemos el camino. Reconocemos el terreno y todo cuando hay en él. Recordamos viejos lugares y rincones, y hasta los atajos. Pero no nos damos cuenta de que en ese recordar viejos lugares y hasta los atajos nos estamos haciendo la zancadilla. Sabemos bien que no eran caminos rectos, con luz ni que nos llevaran a la meta buscada. ¿Tan claro lo teníamos? Saber el camino o no tener dificultad para trazarlo no siempre significa que el viaje esté yendo bien. Nos da muchas pistas de que confiamos demasiado en nosotros mismos y nos olvidamos de pedir ayuda en algún momento. Más adelante o cuando menos nos lo esperamos aparece la debilidad y no somos capaces de reconocerla. ¡La hemos normalizado! Quizá haya algo en ella que nos ponga en alerta, pero la alarma ya no suena como antes. Está oxidada por el olvido, por ese exceso de confianza.

Qué peligroso es caminar solos. Qué poco serio o, quizá es mejor llamarlo poco natural. Las personas no hemos sido creadas para vivir en soledad sino en comunidad. ¡Nos necesitamos! Aunque no lo queramos ver, aunque no nos lo creamos. Y la experiencia humana nos da la razón, una y otra vez. Nos planta la verdad delante de nuestros ojos. ¡No podemos escapar a ella! ¿Nos suena? No hay que irse muy lejos para afirmarlo. Necesitamos reconocer quienes somos ante nosotros mismos y ante nuestros iguales. ¿Por qué? Porque es la única forma de caminar en verdad. Y esta verdad nos libera de ataduras y de presiones. De esas máscaras que podamos haber confeccionado durante años, o de esas formas de ser tan cambiantes que confundían a la gente. Vivir en la verdad, ser quienes estamos llamados a ser ¡es la llave de la plenitud de vida! Plenitud que habla de descanso: ya no tenemos que escondernos, podemos caminar con confianza, sin miedos. Plenitud que habla de alegría: se acabaron los días en que nos acompañaba una sensación de bajón interior o de frustración al no ser quienes realmente somos. Plenitud que habla de esperanza: todo tiene un fin, todo tiene su rescate, todo puede volverse nuevo.

Todo esto para expresar qué descanso, qué alegría y qué esperanza he experimentado este fin de semana pasado por haberme atrevido a verme y dejarme ver por los demás. La verdad es sutil, no fuerza, se hace la encontradiza de un modo familiar para ayudarnos a dar el paso. ¡Vale la pena caminar en verdad!


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