Revista Comunicación

¿Eres ‘fuzzy’ o ‘techie’? El humanismo gobernará el mundo digital.

Publicado el 26 diciembre 2018 por Manuelgross

Piénsatelo bien antes de aconsejar a tus hijos que no estudien carreras humanísticas. POST Nº584.
Por Amalio Rey.
Blog de Amalio Rey.

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¿Eres ‘fuzzy’ o ‘techie’? El humanismo gobernará el mundo digital


Dicen que existe la costumbre en la Universidad de Stanford de llamar “fuzzy” a los estudiantes de las carreras de humanidades y ciencias sociales, y “techie” a los de ingenierías y ciencias duras.
Eso inspiró a Scott Hartley a escribir su libro “The fuzzy and the techie: why the liberal arts will rule the digital world”, que compré, curiosamente, en unas de las pocas tiendas físicas que tiene Amazon, en una de las esquinas de Central Park.
Atrajo mi atención apenas lo vi porque incide en uno de los temas que más me obsesionan: la hibridación de saberes. He escrito bastante sobre eso en este blog.
La tesis principal del libro, con la que estoy plenamente de acuerdo, es la necesidad de superar la división artificial que ha creado el sistema de educación formal entre las disciplinas científico-tecnológicas (las llamadas STEM) y las humanísticas (o “artes liberales”).
Éste es un reto que tiene la innovación educativa porque en el modelo actual hay una brecha. Se han levantado unos muros absurdos que hacen muy difícil la mezcla de saberes entre ambos ámbitos del conocimiento.

Artes Liberales vs. disciplinas STEM


Las llamadas “Artes Liberales” (“Liberal Arts”) son de difícil traducción en términos educativos españoles, incluso europeos. Son mucho más que “artes”. Hablamos, más bien, de disciplinas que se estudian para descubrir el conocimiento por el conocimiento, para ser más libres, sin un fin laboral concreto. No buscan el éxito profesional en un ámbito específico, ni especializarse, sino que nos exponen a una amplia diversidad de saberes.
Hoy las Artes Liberales incluyen la Literatura, Filosofía, Ciencias Políticas, Arte, Historia, Matemáticas, Ciencias Sociales, Religión e Idiomas, entre otras. Por agruparlas más, puede decirse que abarcan las Humanidades, las Ciencias Sociales y las Artes, además de las Matemáticas, y las Ciencias Naturales.
Las disciplinas STEM, por su parte, responden al acrónimo formado por las siglas en inglés de Ciencia (Science), Tecnología (Technology), Ingeniería (Engineering), y Matemáticas (Math).
Como se ve, las Matemáticas se la disputan ambos mundos pero, a decir verdad, su evolución histórica la ha ido situando cada vez más en el mundo STEM que en las Artes Liberales, a pesar de que los buenos matemáticos recuerden, con razón, que es una disciplina que (además de rigor y utilidad) implica creatividad, belleza y abstracción, habilidades que se asocian a la educación liberal.
De hecho, el debate sobre la importancia de tener más graduados en STEM tiende a descuidar el hecho de que las ciencias puras (por ejemplo, Física, Matemáticas, Biología, etc.) podrían reconocerse como parte del canon de las Artes Liberales.
Lo que está claro es que el diseño curricular de las carreras liberales suele ser más flexible, polivalente y multidisciplinar que el de las carreras STEM. El propio término “fuzzy” (difuso) sugiere esa diversidad. Hay menos asignaturas troncales y los alumnos tienen la posibilidad de seleccionar más materias optativas. En las artes liberales la especialización se da después, en los masters. No ocurre en los estudios de grado, como sí pasa en los STEM.

Una falsa dicotomía


El autor insiste en que hay una falsa dicotomía entre la educación STEM y la humanística, porque se pueden, y se deben, estudiar y mezclar las dos. Según él, necesitamos más “techies” en instituciones tradicionalmente muy “fuzzies” como la Administración Pública, y también más “fuzzies” trabajando en compañías tecnológicas.
Eso es así porque encontrar soluciones a los grandes problemas requiere una comprensión profunda tanto del código que permite dominar la tecnología, como del contexto humano. Necesitamos datos, pero también una ética para usarlos. Hay que cuestionarse los sesgos implícitos que contienen los algoritmos, y preguntarnos no sólo cómo se han construido, sino también por qué y para qué.
El autor es un “fuzzy” con una carrera notable en el mundo del emprendimiento y la inversión en startups tecnológicas. Hizo Ciencias Políticas, pero su curiosidad intelectual lo llevó a estudiar historia antigua, teoría política, y literatura rusa en lugar de especializarse en un campo concreto.
A partir de su experiencia personal, critica la idea de que estudiar Artes Liberales sea una extravagancia poco práctica, y afirma precisamente lo contrario, que recibir esa educación puede marcar la diferencia en el mercado laboral del futuro.

Ilustres emprendedores que supieron saltar la brecha


Me fue bastante divertido seguir la trazabilidad que hace Hartley, a lo largo del libro, de los estudios realizados por personajes ilustres del mundo tecnológico que supieron trazar puentes entre ambos ámbitos y que después han reconocido que saltarse las fronteras de la educación formal fue determinante para conseguir algo diferente.
Aquí tienes una selección que hice de algunos ejemplos que demuestran las ventajas de dominar habilidades “blandas” en un mundo de ciencias duras, y viceversa:
  • Stewart Butterfield, fundador de la plataforma Slack, estudió Filosofía en las universidades de Victoria y de Cambridge.
  • Alex Karp, cofundador y CEO de Palantir, hizo Derecho y entonces un PHD en Teoría Social Neoclásica.
  • Reid Hoffman, fundador de LinkedIn, hizo su grado de master en Filosofía en la universidad de Oxford
  • Ben Silbermann, fundador de Pinterest, estudió Ciencias Políticas en Yale.
  • Peter Thiel, cofundador de PayPal, estudió Filosofía y leyes
  • Los fundadores de Airbnb, Joe Gebbia y Brian Chesky, hicieron su licenciatura en Bellas Artes en Rhode Island School of Design.
  • Katelyn Gleason, fundadora y CEO de Eligible, una compañía innovadora en tecnologías de salud, estudió la carrera de Artes Teatrales en Long Island’s Stony Brook University.
  • Parker Harris, cofundador de Salesforce, estudió Literatura Inglesa en Middlebury College.
  • Carly Fiorina, exCEO de Hewlett-Packard, hizo su licenciatura en Historia Medieval y Filosofía
  • Susan Wojcicki, CEO de YouTube, estudió Historia y Literatura en Harvard.
  • Zach Sims, cofundador de Codecademy, una empresa que innova en la educación con ayuda de las tecnologías, es master en Ciencias Políticas por la Universidad de Columbia.
  • Roni Frank era desarrolladora de software, pero después hizo un master en Psicoanálisis en la New York Graduate School of Psychoanalysis, que la llevó a crear Talkspace, una plataforma online de terapia psicológica con tarifa plana y basada en servicios digitales.

Empresas tecnológicas a la caza de fuzzies


Al contrario de lo que mucha gente cree, las empresas tecnológicas están contratando cada vez más a personas formadas en humanidades y ciencias sociales. Cito solo algunos ejemplos, pero podría extenderme con muchísimos más.
Tinder, la aplicación de contactos, contrató a la socióloga Jessica Carbino, PHD de UCLA, para que ayude a la compañía a comprender los patrones a la hora de ligar.
Slack contrata a licenciados en Artes Teatrales para crear los mensajes que envía la plataforma a los usuarios para generar más implicación, dotando a sus “chat bots” de una capacidad singular para usar respuestas no convencionales, que generan sorpresa y simpatía. Por eso, cuando te haces usuario de Slack, no te obligan a rellenar un aburrido cuestionario, sino que aparece un simpático Bot que te va haciendo preguntas en formato de chat y que se comporta de un modo bastante diferente al típico cacharro concebido desde una lógica meramente tecnológica.
Google fichó a Damon Horowitz, profesor de Filosofía en la Universidad de Columbia, para actuar como filósofo interno temporal de 2010 a 2013, ayudando a la empresa a considerar cómo lidiar con problemas relacionados con la privacidad del usuario. Por cierto, ya reseñé en su momento la interesante historia de Horowitz en una entrada de la web de eMOTools.
Estos ejemplos son anecdóticos, y sé que lo ideal sería aportar datos para demostrar que, efectivamente, las empresas tecnológicas están multiplicando la contratación de “fuzzies”. No tengo estadísticas para demostrar que es una tendencia, pero basta con ver las noticias para darse cuenta de que el mundo tecnológico se ha dado cuenta que necesita dotarse de esas habilidades, y que es algo que va a más.

¿Qué aporta de singular la educación “fuzzy”?


Se habla mucho -por ejemplo, en el ensayo de Fareed Zakaria que ya reseñé en este blog- de que estudiar humanidades o ciencias sociales ayuda a desarrollar competencias generales para pensar, hablar y escribir mejor. Eso es así, pero se han descuidado otras ventajas, que son también relevantes.
Por ejemplo, su foco en el estudio de la naturaleza humana, las comunidades y las grandes sociedades, o sea, ¿qué nos hace humanos? Entender esto a fondo nos ayuda a poner en contexto la complejidad social y nos vuelve más sensibles a las necesidades y expectativas de la gente.
La educación liberal permite desarrollar habilidades relacionadas con la curiosidad intelectual, la confianza, la creatividad, la comunicación interpersonal, la empatía y el amor por el conocimiento en sí mismo, por querer saber sin un fin utilitario. Nos enseña una forma especial de indagar e investigar, de una naturaleza diferente a las disciplinas tecnológicas. Estimula el hábito de la deliberación y la mirada crítica, en un mundo como el de hoy que nos abruma con tanta información.
Hartley pone muchos ejemplos del valor que aporta la educación liberal. Un caso típico es cómo leemos los datos. Hay que usar métodos (tecnológicamente) complejos de gestión y análisis de datos, pero también filtrarlos a través de una capacidad única de interpretación basada en la experiencia humana más genuina: los datos no hablan por sí mismos, necesitamos interrogadores inteligentes, recuerda Luciano Floridi, profesor de la Universidad de Oxford. Está claro que hay sutilezas que la tecnología no puede captar.
Si queremos ir más allá de una lectura tecnocrática de los datos, conviene entender el componente más emocional y social de los problemas. Por ejemplo, los errores no estadísticos que se cometen en la captura e interpretación de los datos deben ser corregidos por el análisis humano, y las personas formadas en humanidades y ciencias sociales suelen ser buenas para ese trabajo porque aportan una perspectiva interesante, y crítica, sobre posibles sesgos psicológicos o cognitivos, y los contextos sociales en los que se han recogido esos datos.
Leslie Bradshaw, experta en ciencia de datos, sostiene que: “para profundizar en los beneficios del Big Data, tenemos que poner las ciencias sociales y las humanidades en pie de igualdad con las matemáticas y las ciencias de la computación”. En resumen, saber recoger datos y crear buenos algoritmos está bien, pero comprender dónde y cómo aplicarlos requiere una mirada integral y humanística.
Más ejemplos. Estudiar Psicología puede ayudar a construir servicios que sintonicen mejor con las emociones y las distintas formas de pensar. La Antropología es sumamente útil para comprender las tendencias culturales, así como identificar patrones sociales en el comportamiento.
El desarrollo tecnológico de los coches autónomos no es solo una cuestión de ingenieros y programadores, sino también de entender el comportamiento de los conductores y peatones. Esa investigación necesita de antropólogo/as, y de personas bien formadas en dilemas éticos y filosóficos. Como recuerda el autor, “esas máquinas autónomas necesitan embeber valores consistentes”.
Gracias a ese empeño por mezclar ámbitos están emergiendo movimientos interesantes de “diseño ético” y “ética del diseño” de la tecnología. Las personas educadas en la indagación ética, y filosófica, pueden recrear visiones que el enfoque técnico no ve.
Me gustaría volver al impacto que produce la buena educación “fuzzy” en el desarrollo de habilidades esenciales para el ser humano. Me refiero a competencias que son transversales, que sirven para cualquier profesión, y, lo que es más importante, para el buen vivir. Entre ellas incluyamos el pensamiento crítico, la comprensión lectora, el análisis lógico, el arte de la argumentación, o la comunicación clara y persuasiva.
Lo del “buen vivir” es más que relevante. Las artes liberales ayudan a ser más flexibles y adaptables a los cambios porque generan agilidad intelectual y creatividad para explorar nuevos territorios. Esto se combina con algo que me parece absolutamente esencial: dan la posibilidad a los estudiantes a que descubran sus pasiones, porque los exponen a muchas áreas distintas de conocimiento y formas de pensar.
El autor lo explica así: “un estudiante puede entrar en la universidad con la idea de especializarse en Economía o Literatura Inglesa, pero toma una clase de Sociología Urbana como optativa y descubrir que siente un enorme interés por ese ámbito de conocimiento, y terminar haciendo un master en él”.
Ese es un argumento que compro a la primera porque tengo la sensación de que los jóvenes se especializan demasiado rápido, se encierran en corsés utilitarios (a menudo presionados por sus padres), sin saber bien si es eso lo que realmente les gusta.
Yo puedo contar mi propia experiencia. Me suelen decir que, a pesar de mis muchos defectos como consultor, tengo una forma de pensar bastante bien estructurada, y que esa capacidad especial de ordenar y sintetizar ideas suele ser determinante para que aprecien mi trabajo.
Pues bien, yo estudié Relaciones Económicas Internacionales, es decir, Ciencias Económicas, pero esa “ventaja profesional” que me achacan se la debo, sin lugar a duda, a haber estudiado antes casi tres años de Ingeniería Nuclear, donde tuve que bregar con ciencias duras y asimilar una forma de pensar que después me sirvió para adoptar una perspectiva más rigurosa de las ciencias sociales y, de paso, de la consultoría. Es el viaje inverso al que cuenta Hartley, pero vale también como ejemplo para demostrar lo beneficioso que es saltarse los muros disciplinares.

¿Y si la educación liberal es lo que va a marcar la diferencia en un mundo tech?


El autor defiende una tesis que a mí me suena bien, recogida con acierto por Retina (El País): “Con la robotización, las humanidades nos salvarán de perder el empleo”, que intuyo va en la buena dirección, pero que todavía habría que demostrar con datos. Las estadísticas que aporta en su libro me parecen endebles. Como hipótesis está bien, pero hay mucho aun que investigar para darla por correcta.
Afirma Harley que aunque dominar ciertas herramientas tecnológicas es importante, hacer una carrera universitaria en ingeniería o ciencias puede no ser necesario para manejarse bien en ciertos ámbitos tecnológicos. Dice que esto es así porque las barreras (técnicas) a la entrada han bajado mucho.
Su argumento es que se han “democratizado” mucho las herramientas que pueden usarse para crear servicios y productos basados en la tecnología y, de hecho, muchas de las startups de más éxito no han tenido que desarrollar por su cuenta sus herramientas tecnológicas, ni éstas son tan originales. Su éxito se ha basado en saber ensamblar de una forma inteligente e innovadora packs que ya existían.
Por eso, a más accesibles son esas herramientas tecnológicas, más oportunidades tienen los “fuzzies” para combinarlas y aplicarlas a una gran diversidad de ámbitos y problemas que ellos detectan.
Un ejemplo de ello es la facilidad con que hoy una persona medianamente inquieta puede aprender un lenguaje de programación gracias a que estos programas son mucho más fáciles que antes, y también a plataformas de e-learning creadas para eso, y asequibles a todo el mundo. Y si se necesitan ingenieros o diseñadores especializados, hoy es más fácil que nunca contratarlos de forma directa a través de distintos marketplace.
Suena contraintuitivo pero, según el autor, a más avance la tecnología, más diferentes van a ser aquellos profesionales que cultiven las habilidades “blandas” que aportan las humanidades. Es posible que en el futuro sea más fácil, incluso, conseguir un trabajo si se tiene una buena formación en “aquellos aspectos sociales que no entienden las máquinas”.
El éxito laboral, dice Lawrence Katz, economista de Harvard, podría estar más determinado en adelante por “la habilidad de lidiar con lo que no puede ser gestionado por algoritmos, al ser problemas no estructurados o que cambian mucho”, o que deben ser abordados con dosis altas de improvisación y en condiciones de gran ambigüedad, como suelen ser los desafíos más sociales que gestionan bien las carreras humanísticas.
Para terminar, comparto una ironía que cuenta el autor y que quizás sea una premonición de visionario/as: muchos de los expertos tecnológicos de Silicon Valley están enviando a sus hijos a estudiar en escuelas que priman las habilidades “blandas”, o sea, las humanísticas.
Por Amalio Rey
2018-12-15

Amalio Rey.

Director en eMOTools.
Málaga y alrededores, España.
Consultoría de estrategia y operaciones.
Actual: emotools.
Anterior: Universidad Carlos III de Madrid, SOCINTEC.
Educación: Instituto Superior de Relaciones Internacionales.
https://es.linkedin.com/in/amalio-rey-59a41712
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Licencia:
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual 3.0 Unported.
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Fuente: Blog de Amalio Rey

Imagen: fuzzy-and-techie.jpg


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Amalio Rey:

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