Revista Cultura y Ocio

Éric Vuillard: "El orden del día". Premio Goncourt 2017

Publicado el 14 enero 2020 por Juancarlos53
Escuché por primera vez el título de esta novela de Éric Vuillard mientras veía la última película de Pedro Almodóvar. En una escena de la cinta, Salvador Mallo, alter ego del director manchego en el film, encarnado magníficamente por Antonio Banderas, mantiene una tensa conversación con su anciana madre (Julieta Serrano). Salvador Mallo sostiene entre sus manos "El orden del día" mientras en palabras del propio Almodóvar realiza con su madre, un auténtico ajuste de cuentas madre/hijo. Luego he leído no pocas reseñas sobre esta breve novela, todas ellas laudatorias. No podía por menos que leerla.
Premio Goncourt 2017, Novela históricaMi primera sensación tras concluir la lectura de la novela fue la de haber estado dentro de una creación literaria novedosa, breve y directa. No es desde luego una obra al uso. Todo en ella tiene nervio, su contenido llega hasta lo más profundo del lector, podría decirse que incluso lo hiere. Que en el país del autor, Francia, fuese distinguida con el Premio Goncourt en 2017 no es fruto de la casualidad.
La historia que se relata toca tres momentos históricos relevantes en la Historia de Alemania y en la del mundo. El primero ocurrió el 20 de febrero de 1933 cuando 24 popes, -'sacerdotes de Ptah' los denomina Vuillard a lo largo del relato-, de la poderosa industria alemana, son convocados por Göring, a la sazón presidente del Reichstag, para solicitarles apoyo financiero al partido nacionalsocialista en las próximas elecciones de marzo. El segundo momento sucedió el 12 de marzo de 1938 cuando se ejecuta la Anschluss, anexión 'voluntaria' entre Alemania y Austria. Por último, el tercer tiempo histórico nos lleva ya al final de la II Guerra Mundial cuando todo se precipita. Pero este final, que supuso la derrota inapelable de la Alemania nazi a la que habían apoyado estos popes, no representó el final de sus imperios cuyas producciones hoy siguen entre nosotros: aparcados en nuestros garajes, almacenados en nuestras cajas de medicamentos, utilizados dentro de nuestros edificios para subir y bajar pisos sin esfuerzo alguno, usados para reproducir música, voz e imágenes a través de nuestras radios, televisores y/o magnetófonos, etc., etc. ¿Hasta qué punto, pues, la derrota fue completa?
Vuillard dice con evidente acierto que los veinticuatro que ese 20 de febrero de 1933 se reunieron en el Reichstag con el presidente del mismo, Hermann Göring, "no se llaman ni Schnitzler, ni Witzleben, ni Schmitt, ni Finck, ni Rosterg, ni Heubel, como nos mueve a creer el registro civil. Se llaman BASF, Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken".  En efecto son las industrias alemanas más fuertes, más poderosas, las que ese día se citan con el partido nazi al que financiarán parte de sus gastos de las elecciones de marzo que auparon a Hitler al poder. Y estos veinticuatro hombres lo harán pese a haber escuchado de boca del mismísimo Göring que "si el partido nazi alcanza la mayoría, estas elecciones serán las últimas durante los próximos diez años; e incluso —añade con una sonrisa— durante los próximos cien años".
Leer esta historia hoy produce escalofríos por la inmoralidad que el comportamiento de estos "veinticuatro gabanes de color negro, marrón o coñac, veinticuatro pares de hombros rellenos de lana, veinticuatro trajes de tres piezas, y el mismo número de pantalones de pinzas con un amplio dobladillo" conllevaba. Claro es que ellos pensaban que apostaban a caballo ganador. Pero no fue así. Lo duro es observar cómo los ganadores del terrible conflicto desencadenado por los nazis no castigaron en nada a estos industriales y a sus empresas por haber apoyado o haberse beneficiado de las deleznables prácticas utilizadas por los nazis con los seres humanos confinados en los campos de concentración:
Bayer utilizó mano de obra procedente de Mauthausen. BMW reclutaba en Dachau, en Papenburg, en Sachsenhausen, en Natzweiler-Struthof y en Buchenwald. Daimler en Schirmeck. IG Farben en Dora-Mittelbau, en Gross-Rosen, en Sachsenhausen, en Buchenwald, en Ravensbrück, en Dachau, en Mauthausen, y explotaba una gigantesca fábrica en el campo de Auschwitz: IG Auschwitz, que de un modo totalmente impúdico figura con ese nombre en el organigrama de la firma. Agfa reclutaba en Dachau. Shell en Neuengamme. Schneider en Buchenwald. Telefunken en Gross-Rosen y Siemens en Buchenwald, en Flossenbürg, en Neuengamme, en Gross-Rosen y en Auschwitz. Todo el mundo se había abalanzado sobre una mano de obra tan barata.
Fascismo y EmpresasÉric Vuillard consigue que quien lee este libro se incomode ante hechos como los anteriores. ¿Cómo es posible que tales cosas hayan ocurrido y no se hayan castigado? La razón la encontramos muy pronto en el mismo texto cuando se nos dice que todo está en la construcción del relato (¡Ah, cómo suena por estos pagos este término!) y si para ello hay que modificar este o aquel detalle se hace, como bien mostró George Orwell en "1984". Los políticos europeos de la época de ascendencia hitleriana y los ganadores del conflicto tuvieron buen cuidado en blanquear, borrar, o emborronar los actos y/o biografías de estos industriales y también los de los melindrosos políticos ingleses, franceses o austriacos en su relación con Adolf Hitler. La post-verdad encuentra si no su invención al menos sí un espectacular desarrollo en estos años. Y es que "Es tal el arte del relato que nada es inocente", nos dice Vuillard. Al hablar de los hombres que apoyaron a Hitler los relatos de sus biografías omiten datos dejando sin expresar sus lazos con los nazis. Un ejemplo es la biografía de Gustav Krupp donde se lee lo siguiente:
"Gustav no apoyó activamente a Hitler antes de 1933, se nos dice, pero una vez nombrado éste canciller, se mostró leal a su país. No se afilió al partido nazi hasta 1940."
Interesante reflexión la que Vuillard presenta en este libro magistralmente escrito. Es una obra que a mí me ha recordado mucho otras de Enmanuel Carrère, compatriota suyo. Estamos ante una Novela, sí, pero una Novela de No-ficción, una novela documental, en la que el autor es el narrador que presenta la información que ha recopilado a través de documentales cinematográficos creados por Goebbels y más tarde por rusos y norteamericanos; periódicos franceses, ingleses, alemanes... del momento; ensayos sobre ese periodo histórico; libros antiguos y modernos que ilustran el pensamiento sobre asuntos como el poder, el sometimiento, la mentira...
Gracias a la existencia de esta base documental concienzudamente estudiada y comentada por el escritor francés se ponen al descubierto la crueldad, la impostura, la hipocresía... de estos hombres. Y también la estupidez humana de la que estos asesinos, politicastros de tres al cuarto, eran portadores. Su soberbia era tal que muchos de ellos ya se veían en los libros de Historia que estudiarían sus nietos en la Nueva Patria que estaban construyendo y como hiciera Göring ("Había pedido a sus propios servicios que anotaran sus conversaciones importantes; la Historia, un día, debía poseerlas") no ahorraron esfuerzos en dejar documentación suficiente para que el Futuro reconociese sus esfuerzos patrióticos. Parecida actitud detecto en la actuación y comportamiento de algunos politicos actuales -españoles y extranjeros- que actúan o se comportan pensando más en las letras de imprenta de los libros escolares que estudiarán las generaciones futuras que en las inmediatas y a veces perniciosas consecuencias de sus actos.
Del máximo interés en esta novela-ensayo es que las recriminaciones realizadas por Vuillard no sólo recaen en estos industriales colaboradores de los nazis, ni tampoco sólo en los propios gerifaltes nazis (Hitler, Goebbels, Göring y demás), sino que la capa del descrédito y la asunción de culpas la extiende con toda la razón a esos melindrosos políticos ingleses, franceses o austriacos del momento que con su miedo contribuyeron a la hecatombe que ocurriría poco tiempo después.
[en documentales realizados para cubrir la Conferencia de Múnich] "el comentarista, inspirado, anuncia con voz nasal que los cuatro jefes de Estado, Daladier, Chamberlain, Mussolini y Hitler, movidos por un mismo anhelo de paz, posan para la posteridad".
 Y nuestro novelista comenta con agudeza que "La Historia devuelve esos comentarios a la nadería irrisoria que son y arroja sobre todos los futuros noticiarios un deplorable descrédito". Por juicios tan atinados como éste es por lo que esta novela de Éric Vuillard tanto me ha gustado.
El estilo
Pero no sólo es el contenido lo que hace deliciosa la lectura de este Premio Goncourt. La forma, el recipiente en el que viaja el contundente mensaje, está muy bien trabajada. En primer lugar destaca esa mezcla entre la pura documentación -la objetividad- y el juicio que al narrador-autor le merecen ciertos datos. Precisamente esta manera que tiene Vuillard de entrar en el propio relato enjuiciando es muy cervantino y me recuerda vivamente a Carrère. Luego está la reflexión sobre la propia construcción del relato, sobre la manera como el escritor está construyendo el discurso que nos presenta. Él mismo afirma en clara introspección metaliteraria que nada en el arte de confeccionar un relato es inocente.
Me ha gustado muchísimo la simultaneidad que en ocasiones el novelista establece entre unas acciones y otras sucedidas en distintas localizaciones, algo que sólo un estudioso documentalista se puede permitir y que resulta muy cinematográfico: [Albert Lebrun, presidente de la República francesa en 1938] "mientras Albert Lebrun cavila sin cesar bajo el inmenso egoísmo de su lámpara, en Viena el canciller Schuschnigg recibe un ultimátum de Adolf Hitler".
Asimismo me encanta esa manera de dirigirse al lector haciéndole partícipe o cómplice en la redacción del relato. Así cuando habla de la cena de despedida que el primer ministro inglés Chamberlain ofreció a Ribbenprop, hasta entonces embajador alemán en Inglaterra, y a partir de ahora nombrado por Hitler ministro alemán de Asuntos Exteriores, hay un momento en que el hecho menor de la receta completa de un plato interrumpe la narración del hecho principal, esa cena de despedida. El escritor-narrador toma conciencia de que la digresión está siendo excesiva y de manera muy natural para retornar a lo mollar del relato va y nos dice: "Les dispensaré de los detalles sobre la guarnición y la cocción. Lo cierto es que solían cocinarse muchas recetas francesas en Downing Street". Hay en esto hasta su puntito de humor, ¿no?

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