En una de sus últimas visitas a Murcia, tuve la oportunidad de entrevistar al cineasta vizcaíno Víctor Erice, esa ‘rara avis’ del Séptimo Arte que afortunadamente aún tenemos en nuestro país. Si tuviéramos que destacar alguna de sus virtudes, que son muchas y abundantes en este director, habría que empezar por ese intimismo que roza la perfección, así como por su escrupulosidad en el trabajo. Cierto es que Erice no se prodiga demasiado, lo que no ha sido óbice para que sus tres largometrajes hayan pasado a la historia como sendas obras de culto. Son, recordemos, y por este orden, ‘El espíritu de la colmena’ (1973), ‘El Sur’ (1983) y ‘El sol del membrillo´ (1992).
Parece como si Erice quisiera regalarnos su virtuosismo de década en década. En los noventa, trabajó con denuedo en un proyecto que hubiera supuesto su cuarta película, ‘El embrujo de Shanghai’, basada en la novela homónima de Juan Marsé, por la que el escritor catalán recibió el Premio de la Crítica en 1994. En aquella ocasión, la minuciosidad del cineasta de Carranza le llevó a confeccionar hasta una decena de guiones, en estrecha comunicación con el novelista, bastante decepcionado con otras adaptaciones anteriores de sus obras. Se cuenta que el que iba a ser productor de la cinta, Andrés Vicente Gómez, se echó las manos a la cabeza cuando Erice le presentó el texto definitivo: suponía, en total, unas tres horas de metraje. El máximo responsable de Lola Films le conminó a que lo aligerase, y este apenas recortó cuarenta minutos. Tras el tira y afloja, a lo que había que unir un elevado presupuesto para la época, estimado en 950 millones de pesetas, el proyecto se fue a pique en 1998 (aunque luego lo retomaría Fernando Trueba), por lo que los incondicionales del realizador vasco se quedaron con las ganas de asistir a un nuevo alumbramiento. Ese desencuentro cimentaría su tesis de que las mejores películas de la historia del cine español han estado más cerca de la artesanía que de la industria.
Víctor Erice me confesó en aquella conversación en el IBAFF, en Murcia, que estaba rodando en Portugal lo que no le dejaban hacer en España. Poco después, se estrenaría en la Seminci de Valladolid ‘Centro histórico’, un filme coral junto al finlandés Aki Kaurismäki y los portugueses Pedro Costa y el ya desaparecido Manoel de Oliveira. Lo cierto, y al tiempo lo desolador, es que Erice ha tenido que seguir ‘subsistiendo’ entre película y película con mediometrajes y cortos y con la única salida posible para él y otros muchos cineastas: el mundo de la publicidad. A él se agarraron, en algún momento de sus carreras, la mayor parte de los más destacados en nuestro país. Y lejos de España, también los consagrados Fellini, Scorsese, Coppola, Lynch o Polanski, por solo citar a unos cuantos. En el caso de Erice, inolvidables por entrañables nos resultan sus anuncios navideños de turrones El Almendro, o los de Nescafé, el Banco Hispano Americano o el agua Fontecelta. Cuando a un publicista le preguntaron qué buscaba en ese director a la hora de encargarle rodar estos spots, este respondió sin dudarlo un instante: “Esa sensación de nostalgia, tan remarcada en su cine”. Certificaba con ello que en píldoras de apenas 20 o 30 segundos de televisión, también puede condensarse otra forma de expresar el arte que seres del talento de Erice conservan en su interior y que proyectan a los demás.
[‘La Verdad’ de Murcia. 24-11-2015]