En la novela de Dostoyevski, Los hermanos Karamazov, el gran inquisidor de Sevilla dice a Jesús que nada es más odioso para los hombres que la libertad. Otro autor del siglo XIX, Thomas Carlyle, en su obra Los héroes se pregunta por qué los seguidores de Mahoma atacaron tanto la idolatría. ¿Será porque cuando nos atamos a un muñeco de madera o arcilla este representa el último eslabón de una fe que está muriendo?, dice.
El psicoanalista Erich Fromm une estas ideas en varias de sus obras, especialmente en Y seréis como dioses y El miedo a la libertad. Fromm vivió entre 1900 y 1980. Vivió el duro periodo en que multitudes de personas abandonaban su individualidad y se dejaban llevar por el culto al partido, al Estado, a su Iglesia, etc. Decía el psicoanalista que la época de Freud fue la de la histeria, una enfermedad barroca que tomaba, como Proteo, miles de formas y se caracterizaba por síntomas físicos cuya causa no se hallaba. En cambio hacia la segunda mitad del siglo XX el problema central era la alienación. El hombre se sentía un extraño a sí mismo, deprimido porque no daba la talla en el trabajo, como profesional o esposo, como una máquina que es preciso desechar.
Hombres así huían de sí mismos y hacían ídolos de otros hombres, de partidos políticos, de iglesias que les daban una sensación de pertenencia. Carecían de ideas propias y se limitaban a seguir la línea del partido o las creencias aceptadas en su culto. Hoy la época ha cambiado. Han muerto las ideologías y nadie daría su vida por un Estado o un partido político. Pero eso no ha acabado con la idolatría, que consiste en adoración de imágenes. Muchas personas mayores odian la imagen que les devuelve el espejo y solo sueñan con la que tuvieron a los 20 años. Se abandonan porque sienten que ya no son atractivas o ágiles. No aman la esencia de su ser, sino las representaciones que este dio en otro tiempo. Otros solo quieren a sus hijos o cónyuges mientras estos les den una imagen acorde con su expectativa de padre o esposo. Otros quieren tomar la imagen de un ídolo. Visten camisetas que dicen CR7 o Messi. El caso más extremo es el de quienes gastan millones de dólares para parecerse a muñecos, para ser Barbie o Ken. Humanos que pagan una fortuna para parecerse a cosas ya que encuentran esas cosas más bellas que su propia persona.
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