Ediciones Akal. Madrid, 2018.
Crítica de libros (publicado en la Revista Sistema, nº254, abril 2019):
El gran sociólogo norteamericano Erik O. Wright nos dejó el pasado 23 de enero. Su obra póstuma en español "Comprender las clases sociales", es sin duda un libro imprescindible para cualquiera que quiera acercarse a un tema tan discutido, sobre el que llevamos debatiendo un par de siglos.
Al poco de su fallecimiento, Jorge Sola resumía acertadamente su vida y obra:
Tres rasgos definían su visión del marxismo: el compromiso normativo con un ideal emancipatorio democrático-igualitario; el análisis crítico del capitalismo basado en el análisis de clase; y la búsqueda de una alternativa institucionalmente viable a ese sistema que encarnase tales ideales normativos (y a la que tradicionalmente se había llamado "socialismo"). Alentado por el compromiso con ese ideal, produjo el grueso de su trabajo intelectual en estas dos direcciones: la comprensión de las clases sociales y la búsqueda de alternativas al capitalismo". En cuanto a la primera, el punto de partida de Erik O. Wright era aclarar de qué hablamos cuando hablamos de "clase". Su respuesta era que la "clase" debía entenderse mejor como un adjetivo que como un sustantivo, pues hace referencia a diferentes fenómenos interconectados: la estructura , los actores políticos de clase , los conflictos de clase o la conciencia . de clase de clase

Encontrar su dimensión explicativa es seguramente uno de los centros del debate. Wright considera desde el principio tres posiciones teóricas básicas: el enfoque de los atributos individuales de la clase, el del acaparamiento de posibilidades y el de la dominación y explotación. "El primer grupo se vincula a la tradición de la estratificación, el segundo a la weberiana y el tercero a la marxista". Así, "El primero identifica la clase con los atributos y condiciones materiales de vida de los individuos. El segundo se centra en la forma en que las posiciones sociales otorgan a algunas personas un control sobre los recursos económicos de varios tipos, mientras que excluyen a otros. El tercero identifica a la clase ante todo con las formas en que las posiciones económicas dan a algunas personas el control sobre las vidas y las actividades de otras" (pág. 15).
Son tres enfoques que son también tres epistemes, formas diferentes de enfrentarse al análisis teórico de las clases y que Wright desarrolla pormenorizadamente a lo largo de la primera parte de su obra, Marcos de análisis de clases, tratando los desarrollos teóricos de Max Weber, Charles Tilly, Sørensen y Michael Mann en sendos capítulos, siempre comparados con los de Marx. En esta primera parte se recogen artículos ya publicados por el autor desde 1995, el resto de la obra son trabajos de investigación de gran actualidad.
"Para Weber, los esclavos son un ejemplo concreto de una categoría teórica general -los estamentos- que también incluye grupos étnicos, ocupaciones y otras categorías... Por el contrario, los marxistas verán la esclavitud, en primer lugar, como un ejemplo especial de una categoría teórica general -la clase" (p.65).
"Tanto Marx como Weber consideran la propiedad como la principal fuente de división de clases en el capitalismo". Wright considera que ambos sociólogos clásicos "sostienen que (1) la ubicación de clase de una persona, definida según su relación con la propiedad afecta sistemáticamente a sus intereses materiales y (2) los intereses materiales así definidos influyen en su comportamiento real" (p.52). En lo que sí hay una diferencia entre Marx y Weber "es en su concepción del problema de la lucha de clases" ya que, aunque los dos consideran que las situaciones de clase moldean "los comportamientos individuales en función de sus intereses materiales", Marx creía que el capitalismo genera de manera inherente lucha de clases colectivamente organizadas que llevarían a desafíos revolucionarios "mientras que Weber rechaza esa predicción".
Charles Tilly, el gran investigador de los movimientos sociales, es analizado en su libro La desigualdad persistente. Según Wright, sus explicaciones funcionales aproximan "el razonamiento general de Tilly mucho más a la lógica esencial del marxismo clásico de lo que él mismo está dispuesto a reconocer", entre otros motivos porque la explotación es la base argumental central en el marxismo y en la teoría de la desigualdad de categorías de Tilly. Coincidiendo con él en apreciar la fusión de las teorías del individualismo metodológico con el atomismo: "los individualistas metodológicos que procuraron explicar la desigualdad social se enfrentaron hasta ahora a un obstáculo insuperable. Sus mecanismos causales consisten en sucesos mentales: las decisiones. Estos análisis [...] fracasan en la medida en que actividades causales esenciales se producen no en la mente de los individuos, sino dentro de relaciones sociales entre personas y conjuntos de personas" (Tilly, La desigualdad persistente, citado por Wright, p. 95). Wright cita a Jon Elster como excepción en esa fusión, para llegar a la conclusión de que lo que distingue al individualismo metodológico no es el rechazo de las relacionales como algo relevante para las explicaciones sociales, sino "la insistencia en la primacía de los análisis de micronivel sobre los de macronivel".
Tilly elabora un menú de mecanismos generadores de desigualdad que definen las configuraciones sociales básicas como "bloques en construcción". Cinco de estos mecanismos son: cadena, jerarquía, tríada, organización y par de categorías. "En una de las escasas referencias explícitas a las raíces teóricas de su enfoque, Tilly lo caracteriza como una forma de síntesis de ideas marxistas y weberianas" (p.87).
Como hemos visto antes, y también con otros autores, Wright también considera a Tilly con una estrecha afinidad intelectual con el marxismo clásico. Por ejemplo, al considerar la explotación como punto central de su teoría sobre la desigualdad. O al considerar la cultura y las creencias "en función de las formas en que ayudan a reproducir la desigualdad categorial, pero no como fuerzas autónomas, poderosas y causales por derecho propio", punto de vista cercano al materialismo de Marx y su teoría sobre la relación entre la base económica y la superestructura ideológica. Aspectos conceptuales en que ambos continúan con un cierto determinismo económico causal que, según otros puntos de vista, sería más propio del marxismo clásico ortodoxo.
Concluye Wright que el individualismo metodológico es micro fundamentalismo o incluso microrreduccionismo (que diría Jon Elster) pero no es atomismo. El individualismo metodológico por lo que está caracterizado no es por rechazar las relaciones sino por la insistencia en la primacía de los análisis de micronivel sobre los de macronivel. Así Wright cita como ejemplo que Tilly realiza un análisis incorrecto "cuando considera que la lógica de sus indagaciones es profundamente individualista y sostiene que [los sociólogos] reducen la desigualdad de género a los atributos de las personas y los procesos causales a actitudes mentales de los actores".

Para entender a las clases sociales, Wright analiza las posiciones contradictorias de los actores y sostiene que las personas se sitúan de forma compleja dentro de las relaciones sociales de producción. Hay una diversidad de dimensiones de esta complejidad: complejidad en la forma en que los empleos se sitúan dentro de las relaciones sociales de producción y en la forma en se vinculan; complejidad en los aspectos temporales, en las relaciones de clase a través de la familia y el parentesco, y complejidad en las "posiciones privilegiadas dentro del proceso de explotación". "La posición objetiva de una persona dentro de las relaciones de clase se determina por la totalidad de estas complejidades. Estas posiciones no son 'clases' sino posiciones dentro de unas relaciones de clase estructuradas complejamente".
Segunda parte. Las clases en el siglo XXI
En el capítulo VI, analiza la reconfiguración del análisis de clases de David Grusky y Kim Weeden. Wright considera que tratan las ocupaciones como microclases en los estudios dirigidos por ambos colegas desde los años noventa: "en reconocimiento de la idea de Durkheim de que la ocupación es la unidad fundamental de la actividad, la solidaridad y los intereses económicos en las economías capitalistas desarrolladas" (p. 140). Según estos autores el concepto clave de las clases es la ocupación, no considerando que se produzca homogeneidad en las "grandes clases" y sí en las microclases derivadas de las ocupaciones. La gente contesta a la pregunta ¿Qué hace usted? Mencionando una ocupación. "En su trabajo empírico, Grusky y Weeden distinguen 126 ocupaciones, pero es la falta de datos la que obliga a limitarse a esta cantidad. En algún momento de su análisis llegan a sugerir que los sociólogos y economistas académicos constituyen dos microclases distintas" (p. 143).
Pienso que Piketty realiza una excelente combinación de análisis económico- estadístico y de economía política. La base del éxito es la incuestionable base empírica de sus datos, rigurosos y fruto de trabajos colectivos y multitudinarios, que contribuyeron decididamente a romper el argumentario neoliberal del pensamiento único y del "no hay alternativa". También fue oportuno el momento de publicación, cuando ya cada vez más investigadores veían que las teorías neoliberales hacían agua por todos lados, y estaban en las raíces, en las causas del fracaso económico de la Gran Recesión.
Como otros autores críticos, Wright considera que es muy de alabar el enciclopédico y bien sustentado análisis de Piketty sobre la evolución de la desigualdad mundial a lo largo del siglo XX, pero que lo es menos en lo que innova sobre el análisis de las clases sociales y, especialmente, sobre lo que podrían ser soluciones y alternativas al lacerante problema de la desigualdad.
Muestra Wright sus contradicciones al, por un lado, evidenciar como Piketty realiza un "sano análisis de clase: el ingreso generado en la producción divide entre clases sociales antagónicas, el capital y el trabajo... Las clases se entienden como relaciones que implican dominación y explotación conectadas sistemáticamente con la producción". Pero "esta comprensión de la clase como relación desaparece, en gran medida, tras el comienzo del primer capítulo [...] Los poseedores del capital reciben un 'rendimiento del capital' y no se les describe como explotadores del producto de los trabajadores" (p. 161 y 162). Así, las desigualdades de ingreso son tratadas en su mayor parte como "ingresos del trabajo" con independencia de la forma que tengan, sean salario ordinario, primas u opciones de acciones. Wright señala, acertadamente desde mi punto de vista, que hay que tener en cuenta que "En la empresa moderna, los altos ejecutivos disponen de muchos de los poderes del capital. Esto supone que no cabe describirlos simplemente como 'trabajo' dentro de la empresa pero que está mucho mejor pagado. Ocupa lo que llamo posiciones contradictorias dentro de las relaciones de clases, lo que significa que tienen algunos de los poderes de los capitalistas, pero no todos".
Este proceso de análisis, investigando detenidamente las contradicciones concretas que se dan en el interior de la estructura de clases del capitalismo actual, es seguramente una de las mayores aportaciones conceptuales de Wright.

¿Ha muerto el debate sobre las clases? Es la pregunta que se hace el autor en el cap. VIII "Si las clases fueran irrelevantes ¿qué quedaría del marxismo en cuanto crítica científico-social del capitalismo?" (p.167). Jan Pakulski y Malcom Waters, en "La reformulación y disolución de la clase social en la sociedad avanzada", defienden que los analistas contemporáneos de clases "crean las clases allí en donde ya no existen como un ente social de significado". Para estos autores y sus seguidores nos estamos acercando "rápidamente a una sociedad sin clases o, cuando menos, a una sociedad en que la clase ha 'desparecido' como categoría explicativa satisfactoria" (p. 168).
Eso sí, es preciso añadir al análisis de clases una diversidad de formas de complejidad. Como decíamos antes, aquí es seguramente donde Wright innova más:
El precariado ¿es una clase? los argumentos a favor de Guy Standing (cap. IX).
Sobre la base de tres dimensiones de relaciones -de producción, distribución y relaciones con le Estado- Standing identifica siete clases en las sociedades capitalistas contemporáneas: la élite o plutocracia; los altos directivos o ejecutivos; los profitécnicos (suma de profesionales y técnicos); la vieja clase obrera nuclear (proletariado); el precariado; los desempleados; el lumpen-precariado (o "subclase"). Wright critica que deje fuera a grupos tan amplios como los empleados de cuello blanco con empleo estable en el sector público o privado. Pero considero que tampoco aparecen otras, alguna de ellas fundamental: ¿dónde se ubican los tradicionales empresarios, dueños de comercios, pequeñas empresas, etc.?
Wright en parte disculpa a Standing al indicar que su objetivo es centrarse en el análisis y características del precariado y su diferenciación con la clase obrera tradicional. Pero tampoco nos encaja la clase social de "desempleados" ya que dentro de esta estarían desde altos profesionales/ejecutivos eventualmente parados hasta autónomos y, aún más, precarios/obreros no cualificados en el paro provisional o de larga duración o, según la edad o discapacidad, sin perspectiva de empleabilidad.
Lo cual no quita que evidentemente "no hay duda de que la precariedad, conjuntamente con otros factores, se ha incrementado como condición de vida en los países capitalistas desarrollados" (p. 194). El debate está en si consideramos al precariado como una nueva clase social, aunque sea en formación, diferente de la obrera tradicional, o es solo una parte de esta. Standing considera que sí, que hay suficientes argumentos para considerarlo una clase social que está haciéndose. Wright considera que no, que son insuficientes.
Todo depende, como siempre, de las definiciones. De si volvemos al debate sobre si solo consideramos las "grandes clases sociales" (capitalistas y proletariado y, como mucho la clase media), o si también existen las microclases o clases intermedias. Desde este otro punto de vista sería mejor considerar tres grandes bloques sociales, en los que habitan un conjunto variado de diferentes clases. La oligarquía, las clases medias trabajadoras y, en el inferior, el de la exclusión social, tendríamos al precariado y a la población estructuralmente empobrecida.
Finalmente, después de la crítica, de forma positiva y pragmática Wright considera "¿y qué? ¿a quién le importa? La importancia de la precariedad como parte de las condiciones vitales de millones de personas en el mundo hoy no depende de si esas personas pueden considerarse como pertenecientes a una clase en concreto. Lo que importa es la realidad de la condición en que se encuentran y qué pueda hacerse al respecto. También es cierto que, en determinados contextos retóricos, llamar clase al precariado puede ser útil como forma de legitimar y consolidar un programa de acción." (p. 205). La grandeza de Wright radica también en esto: si algo sirve a la población y a un cambio social justo, bienvenido sea, aunque no aporte mucho al saber académico.

Tercera parte. Lucha y compromiso de clases.
La última parte del libro la dedica Wright al análisis de propuestas de acción y de cambios en la actualidad, principalmente a lo que denomina sociedades capitalistas desarrollas, en línea de sus anteriores trabajos compilados en la obra Construyendo utopías reales, del que extrae algunas partes, como bien indica. Del análisis sobre las clases sociales pasa a la aplicación práctica de los conceptos, en la búsqueda de un cambio de sociedad, ubicado en el mundo de la globalización y la financiarización.
Con Wolfang Streeck muestra que el rendimiento de una economía de mercado aumenta allí donde existen restricciones socialmente admitidas al interés egoísta y la acción económica interesada. Las restricciones aumentan el rendimiento económico, en contra de la opinión liberal (ya sea ultra o neo), pero hasta un cierto punto, a partir del cual el exceso de regulación institucional y de excesivas normativas sí hará disminuir el rendimiento económico del mercado. Se trataría por tanto de buscar ese punto medio de la sabiduría económica, mercado flexible pero regulado.
Llegados a este punto (penúltimo capítulo) realiza una afirmación un tanto asombrosa, vista su trayectoria y los análisis citados: "Mi premisa es que, en la medida en que el capitalismo es la única forma que hay de organizar, de un modo u otro, la economía, un compromiso positivo de clase -si puede conseguirse- supondrá, en general el contexto más ventajoso para la mejora de los intereses materiales y las circunstancias vitales de la gente normal" (p. 220).
Afirmación afortunadamente matizada en el último capítulo, donde indica literalmente: "una salida del capitalismo no es una opción en el periodo histórico actual. Ello no se debe a reparo alguno acerca de si es o no deseable romper con el capitalismo como sistema económico sino a causa de la convicción de la imposibilidad de cualquier tipo de estrategia viable de ruptura" (p. 280). Recogiendo la tesis de Przeworski sobre la imposibilidad del cambio democrático electoral a un sistema socialista. Para a continuación plantear "La cuestión es: vivir en el capitalismo, pero ¿en qué condiciones y bajo qué forma?". Recuerda que, como ha señalado en otras obras, realmente en la actualidad "todas las economías son híbridos de diferentes tipos de relaciones económicas... las economías capitalistas contemporáneas deben considerarse como híbridos de estructuras capitalistas, estatistas y socialistas". Aunque, eso sí, el componente capitalista es "dominante".
Explorando diferentes estrategias transformadoras y terminando la obra con un breve repaso a algunas alternativas no capitalistas, "aspectos no capitalistas del híbrido económico estructural"; en el que estarían: las Cooperativas de trabajadores, entre las que cita a la Corporación Cooperativa Mondragón como el mejor ejemplo internacional exitoso; los planes de propiedad de activos de los empleados, (PPAE) empresas en que lo empleados poseen una parte de las acciones, que puede llegar a ser el 100% en algunos casos; La economía social, considerando restrictivamente solo a la de organizaciones sin ánimo de lucro, y, finalmente, las finanzas solidarias, cuando sindicatos u otras organizaciones gestionan fondos de pensiones para sus miembros. Este capítulo final resulta escaso y excesivamente esquemático o reduccionista, ya que, por ejemplo, la economía social es, al menos en el mundo europeo, mucho más amplia de lo citado por Wright, tanto conceptualmente como cuantitativamente e incluye a su vez el cooperativismo en sus diferentes formas. Tampoco cita a la banca ética y otras formas más amplias y alternativas de producción y consumo.
Tenemos así, en conclusión, una obra especialmente ambiciosa y de actualidad. Que se atreve a tratar con rigurosidad, en la misma obra, la crítica conceptual del análisis de clases desde una perspectiva marxista, que abarca desde Weber hasta los autores más recientes y famosos, como Piketty. Su orden de exposición es admirable. En definitiva, siendo un tema tan complejo, nos ayuda a comprender las clases sociales, incluso para los neófitos en el tema. A modo de abstract, cada capítulo es presentado al principio con una exposición clara de cuáles son los objetivos y cuál va a ser el orden de exposición en el capítulo y algunas de las conclusiones que se relatarán. No es corriente hoy día un relato tan limpio, el que un ensayo, sin ser un manual, esté tan bien estructurado y claro en su exposición.
