Quiero hablarte de Sofía, porque su historia podría ser la de tu hija.
De la risa a la preocupación en un paso.
Con solo 4 años, tenía esa manera tan suya de hablar que a todos les hacía gracia.
Decía las “r” como “l”, las “s” como “t” y a veces ni ella misma entendía lo que decía.
Pero lo que al principio parecía simpático, empezó a preocupar a sus padres.
No estaba pronunciando bien.
Y aunque en casa lo llamaban «esos fallitos», la realidad es que Sofía no se hacía entender.
En el colegio, sus profesores lo notaban.
Y sus compañeros, en lugar de preguntarle, empezaron a burlarse un poco de ella.
Cada vez hablaba menos, y sus padres no sabían qué hacer.
Las dudas de siempre: «¿Estamos exagerando? ¿Se le pasará con el tiempo?».
Al final, ese murmullo interno, ese que nunca falla, los empujó a hacer algo.
Así llegaron a nuestra clínica.
Sofía al principio no entendía qué hacía allí.
Para ella, hablar así era lo normal.
Pero poco a poco, en cada sesión, algo fue cambiando.
Un día, mientras jugábamos con las tarjetas de sonidos, Sofía pronunció una “r” clara como el agua.
Y sus padres, esos que al principio dudaban, vieron que todo el esfuerzo valía la pena.
Hoy, Sofía es otra niña.
Habla con claridad.
Sin esa mezcla de letras que antes la frenaba.
Su profesora ha notado el cambio. Sus amigos también. Y sus padres… ahora sonríen con orgullo. Porque no esperaron a que todo se arreglara solo.
Actuaron, y eso cambió su historia.
No fue magia. Fue trabajo, paciencia, y la ayuda adecuada.
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