- Probar todas las tendencias de moda... a la vez (y terminar pareciendo una mamarracha). Qué sí, que está bien experimentar con lo que se lleva, pero no todo junto. Y hay cosas que nos quedan mal o no van con nosotras. Como el sombrero, que a todas les queda de lo más estiloso, pero yo parezco una loca a la que se le ha caído una enorme seta encima.
- Llevar tacones demasiado altos (y acabar destrozando mis pies). Ya hace tiempo que opto por tacones cómodos, porque valoro mucho mis pies, pero hay zapatos que me han llamado tanto la atención, que eran tan bonitos que compré para usar dos veces y acabar arrepintiéndome cada vez que me los ponía.
- Comprar prendas que mostraban más de lo que quería. Camisetas con la sisa demasiado ancha que dejaba ver el sujetador, o con el escote tan abierto que siempre se acababa cayendo por los hombros, o crop tops que en cuento estirabas el brazo dejaban a la vista todos tus encantos.
- Ir demasiado formal a trabajar y acabar pareciendo mucho mayor de lo que eres. Cuando empecé a trabajar tenía que ir a una oficina con un código de vestimenta bastante rígido, por lo que terminaba llevando trajes al estilo tradicional, y aparentando unos diez años más de los que tenía.
- Seguir la moda en tendencias que no van conmigo. ¿Por qué me empeñaba en ponerme una bomber oversize a mis tiernos 16 años? Nunca lo sabré, pero parecía que pesaba 30 kilos más de los que tenía en realidad.
- Avergonzarme de enseñar las piernas. Cuando tienes 18 tienes unas piernas fantásticas, pero ya empezaba a taparlas porque tenía celulitis (aunque nadie más que yo veía esa celulitis), por favor, si tenía unas piernas fantásticas. Qué dura es la adolescencia y qué de complejos tontos tenemos. Ahora tengo mucho menos complejos con mis piernas, y eso que los años se notan.
- Probar tendencias que no favorecen mi silueta. Como se lleva nos empeñamos en ellas, pero igual las mangas farol hacen que parezcas aún más voluminosa.
Fotos: Style du monde.