En esta entrada comentaba como nuestro conocimiento de los dinosaurios ha cambiado con el paso del tiempo. Aún a día de hoy nos seguimos preguntando cuántos dinosaurios tenían plumas o si eran de sangre caliente o fría (aunque de momento parece que ninguno, sino que eran mesotermos).
En el pasado, algunos expertos cometieron errores que a día de hoy nos parecen ridículos. Por ejemplo, en 1868, el famoso paleontólogo americano Edward Cope describió un plesiosaurio descubierto en Kansas. Los plesiosaurios son los "dinosaurios acuáticos" por así llamarlos. En muchos casos su morfología se corresponde a la del mítico monstruo del lago Ness. Cope era experto en reptiles, así que imaginó que debía de tener un cuello corto y una larga cola. El problema es que el Elasmosaurus no seguía ese patrón y, en su ignorancia, colocó la cabeza en la cola. Además no incluyó las aletas posteriores, que resultaron ser las anteriores, porque pensaba que esta criatura usaría su cola para impulsarse. Pero al corregirse el error surgió otro: se consideró que el Elasmosaurus podía doblar su cuello como un cisne o una serpiente. Actualmente se sabe que le era imposible hacerlo y que más bien lo mantenía relativamente recto pudiendo moverlo lateralmente cuando fuera necesario.
Un siglo antes, en 1784, se descubrió el primer Pterodactylus en Baviera. Contrariamente a lo que cabría esperar, se pensó que sería una criatura acuática puesto que las profundidades eran el lugar idóneo para los seres misteriosos. En 1830, en un texto sobre anfibios, Johann Georg Wagler incluyó una ilustración en el que un especimen usaba las alas como aletas e incluso los clasificó junto a otros vertebrados acuáticos. Johann Hermann hizo la primera restauración en la que mostraba que el dedo más largo se unía a los tobillos y rodeaba a una membrana que le permitía desplazarse por el aire. Consideraba que era un mamífero volador como los murcielagos, aunque Cuvier, quien publicó la descripción y que estaba de acuerdo con la interpretación de Hermann, consideraba que se trataba de un reptil.
Ya en el siglo XX, en la década de los 70, se pensó que el Compsognathus tenía membranas entre los dedos de las patas delanteras que les ayudaba a moverse por el agua. Esta interpretación surgió a partir del tercer dedo que tenía el especimen francés, ausente en el alemán descubierto el siglo anterior. Alain Bidar supuso que esto le permitía huir de grandes depredadores, pero Ostrom ridiculizó la idea mostrando que la única diferencia entre los especímenes era el tamaño. El dedo que faltaba simplemente no se preservó. Posteriormente, Peyer confirmó las conclusiones de Ostrom.
Aunque sus garras resultan terroríficas, el Therizinosaurus cheloniformis no ha protagonizado ninguna película. Y eso que su punto fuerte está donde flaquea el temible Tyrannosaurus Rex: sus miembros superiores. El tiranosaurio posee unos miembros ridículamente pequeños, mientras que los del Therizinosaurus podían medir entre 2,5 y 3,5 metros correspondiendo un cuarto de su longitud solo a las garras. En 1954, Maleyev lo describió a partir de unos pocos fragmentos entre los que se encontraban las garras, costillas y metacarpos. Al estudiar las costillas y determinar el tamaño del animal, afirmó que se trataba de una tortuga prehistórica sin caparazón. Lo que desconocía era que las costillas pertenecían a un sauropodomorfo, un orden que incluyen a los saurópodos y a sus antecesores los prosaurópodos.
Maleyev interpretó que las falanges y metacarpos eran potentes herramientas natatorias y que las garras le permitían cortar la vegetación acuática para alimentarse.
Si vemos las imágenes de dinosaurios del último siglo, podremos observar que estas también han evolucionado. Ya no son los seres torpes de antes, las colas no van arrastrándose por el suelo. no todos tienen unas patas como el antiguo orden de los paquidermos
Fuente: Prehistoric wildlife, Wiki Prehistorica,The Lord Geekington, Wikipedia