Ni siquiera los errores del Rey Juan Carlos I de España le hacen plantearse a la mayoría de los españoles un cambio de régimen en estos días que recuerdan el 81 aniversario de instauración de la II República, concluida trágicamente en una guerra civil.
Quizás esa experiencia frustrada haga imaginar una España sin monarquía como un país de políticos capaces de enfrentar nuevamente no dos, sino muchas Españas.
El accidente del Rey en Botsuana en una carísima cacería de elefantes, en medio de una gravísima crisis económica y bajo el acoso de la viuda Kirchner en Argentina a una gran empresa española que podría necesitar su intervención, es doloroso físicamente para él, pero también para la Corona.
En los últimos años la monarquía, que es una familia y una organización del Estado, ha perdido el estatus silencio sobre sus intimidades del que gozaba, especialmente, desde el 23F de 1981.
Se van conociendo conductas en su entorno contrarias a la ejemplaridad que demandaba el mismo Rey en su último mensaje de Navidad, como la de su yerno, Iñaki Urdangarin, implicado en presuntos delitos financieros.
Su nieto mayor acaba de resultar herido en un pie por disparo de su propia escopeta, cuando no tiene edad para usar armas, en un accidente cuyo responsable es el exmarido de la infanta Elena.
Es conocida la relación especial del monarca con la princesa alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein, atractiva empresaria con negocios en países árabes, que además le ayuda a conseguir para España contratos ventajosos como petróleo en Kuwait o el de trenes de alta velocidad en Arabia Saudita.
Afortunadamente para la monarquía la familia que forman los Príncipes de Asturias da una imagen de estabilidad y de seriedad profesional, imprescindibles para el presente y futuro de la Corona.
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