Las fotografías se pierden en las mudanzas. Mi madre hizo entre veinte y veinticinco a lo largo de su vida y es en esos traslados donde se perdieron nuestras fotos de familia. Las fotos se caen por detrás de los cajones y se quedan allí y, en el mejor de los casos, vuelven a encontrarse en la siguiente mudanza. Al cabo de cien años, se rompen como si fueran de cristal. ¿Lo he dicho ya? Un día, hacia los años 50, encontré debajo del cajón de un armario comprado en Indochina una postal con fecha de 1905 dirigida a alguien que vivía en la rue Saint-Benoît aquel año. La fotografía, sin la que no podemos vivir, existía ya en mi juventud. Para mi madre, la foto de un niño pequeño era sagrada. Cuando alguien quiere volver a ver a su hijo pequeño, recurre a la fotografía. Siempre hacemos lo mismo. No deja de ser misterioso. Las únicas fotos de Yann que encuentro bonitas son las de hace diez años, cuando aún no le conocía. En esas fotos hay lo que yo busco ahora en él, la inocencia de no saber nada todavía, de no saber lo que nos sucedería en septiembre de 1980, para bien o para mal.
A finales del siglo XIX, las fotografías se hacían en casa del fotógrafo del pueblo, como en El amante, y los habitantes de Vinh Long lo hacían para existir más tiempo.
No tenemos fotografías de nuestra bisabuela. Por más que busquemos en el mundo entero, no encontraremos ninguna. Si lo pensamos bien, la ausencia de fotografía se convierte en una carencia esencial e incluso un problema. ¿Cómo pudieron vivir sin fotografías? No queda nada después de la muerte, ni del rostro ni del cuerpo. Ningún documento sobre la sonrisa. Y si alguien hubiera dicho a la gente que un día llegaría la fotografía, cualquiera se habría emocionado e incluso asustado. Creo que al contrario de lo que habría creído la gente y de lo que se sigue creyendo, la fotografía ayuda al olvido. Más bien cumple esta función en el mundo moderno. El rostro fijo y plano de un muerto o de un niño al alcance de la mano, nunca es otra cosa que una imagen ante el millón de imágenes de las que disponemos en la cabeza. Y la película del millón de imágenes siempre será la misma película. Eso confirma la muerte. Yo no sé de qué sirvió la fotografía en sus primeros tiempos, durante la primera mitad del siglo XIX, ni qué sentido tenía para el individuo en el corazón de su soledad, si era para volver a ver a los muertos o si era para verse a sí mismo. Para verse a sí mismo, estoy seguro. Siempre nos confunde o nos maravilla y siempre nos sorprende una fotografía nuestra. Uno siempre es más irreal que el prójimo. Es a nosotros mismos a quienes menos vemos en la vida, inclusive en esta falsa perspectiva del espejo, con respecto a la imagen compuesta de uno que queremos retener, la mejor, la del rostro armado que intentamos reencontrar cuando posamos para la fotografía.
Marguerite Duras
La vida material
Traducción: Menene Gras Balaguer
Editorial: Alianza Editorial
Foto: Marguerite Duras