Una de las torres inclinadas de la Plaza de Castilla de
Madrid, con el logo de Bankia.
(Fuente: ultimahora)
En castizo podríamos decir que, a menudo, el árbol no nos deja ver el bosque. En la crisis bancaria, o así, a la que parece que estamos asistiendo, se oyen muchas opiniones para todos los gustos. Desde las diatribas dialécticas extremistas contra los explotadores y los ricos de este mundo, hasta las acusaciones a los políticos que han manipulado a muchas instituciones según sus propios intereses (particulares o partidistas). Con muchos matices intermedios. Pero encuentro a faltar un recordatorio, una llamada de atención, que ponga el énfasis en que lo realmente importante para los Bancos (y las Cajas de Ahorro) debería ser centrarse en su negocio, en el núcleo de su razón de existir. Un negocio (y un modelo) que muchas veces se ha abandonado o incluso traicionado, persiguiendo otros objetivos no siempre confesables. Es el Negocio, estúpidos. Cuando una entidad va mal, hay que analizar si su Negocio (el básico, el core) funciona correctamente o no. Si no funciona, malo, malo. Y también, si acaso, si han abandonado ese negocio central, persiguiendo quimeras financieras y codicias de corto plazo. En este caso, toca reprender a los gestores. Hablaré de los Bancos en general, pero creo que muchos de los temas y problemas son comunes con las Cajas de Ahorro (aunque hoy ya todas están prácticamente bancarizadas, salvo lo que quede, si queda algo, de su Obra Social). Un Banco es una empresa. Como todas las empresas, su objetivo es vender bienes o servicios a otras empresas o a particulares, que pagan dinero por ellos. Hay empresas que fabrican automóviles, hay otras que nos suministran electricidad a los hogares o industrias, hay otras que nos preparan comidas (para ahorrarnos tiempo o para aumentar el placer), e incluso otras que nos dan servicios de asesoría de cualquier tipo, o que nos ofrecen transportarnos a otros lugares en tren, en avión o en barco. Para todas ellas su razón de ser son sus clientes: las personas o empresas que están dispuestas a pagar un cierto precio (habitualmente definido por un equilibrio de oferta y demanda, por unas condiciones de competencia de mercado o por una regulación gubernamental) a cambio de los bienes o servicios que esas empresas pueden proporcionar. La singularidad de los Bancos es que lo que suministran es dinero. Y, curiosamente, dinero a cambio de dinero. Es decir, el dinero también tiene un precio, como el resto de recursos necesarios para llevar adelante cualquier actividad humana. Un precio que, por cierto, puede variar en función de muchos y variados factores. Desde este punto de vista, los clientes de los Bancos son aquellos particulares y empresas a quien el Banco ha vendido dinero (a cambio de un cierto precio). A diferencia de otras operaciones de compra/venta, que se realizan puntualmente y se pagan en el acto (asumamos esta simplificación), la venta de dinero es una operación de largo plazo. Para quien vende un coche a un particular, la transacción termina en cuanto el cliente lo paga. A partir de ahí, a ese cliente intentará velarlo y atenderlo el Servicio Técnico, para asegurar un mantenimiento correcto que garantice su utilización en las mejores condiciones. Para que el cliente quede satisfecho de su compra. Pero para el fabricante, ese cliente deja de serlo en cuanto lo ha pagado, y sólo intentará mantener la relación con él, por la esperanza de que pueda volver a comprar un coche nuevo (de la misma marca) en el plazo de unos años. La relación de un Banco con sus clientes es algo más compleja. Porque el dinero realmente no se vende, sino que se cede el derecho a utilizarlo durante un cierto tiempo, bajo unas condiciones estrictamente pactadas. Pero, al final, el cliente deberá devolver el dinero que el Banco le prestó, aparte de pagar el precio estipulado por su utilización. Hasta cierto punto, su modelo de negocio se parecería más al de una empresa de alquiler de automóviles que al propio fabricante. En este tipo de transacciones hay que considerar, pues, un factor adicional, que es el riesgo. Al final del período el Banco debe recuperar el dinero cuya utilización cedió. Del mismo modo que quien alquila un autómovil durante unos días puede acabar estrellado en alguna cuneta, y el coche cedido convertido en pura chatarra con ningún valor, quien toma dinero prestado de un Banco puede acabar no devolviéndolo por muy diversas razones. El alquilador de automóviles intenta asegurarse ante estas eventualidades: una tarjeta de crédito donde cargar los gastos inesperados, un seguro que cubra los desperfectos, etc. etc. El objetivo de todo ello es que la única obsesión del alquilador de automóviles sea conseguir suficiente número de clientes para obtener un rendimiento correcto de su stock de coches. La única amenaza para su modelo de negocio es que los coches estén parados, sin ser utilizados por ningún cliente. Cualquiera que ofrezca vender (o arrendar) un bien o un servicio, tiene que disponer previamente de él. Por eso los alquiladores de automóvil se preocupan de realizar compras de lotes de coches a los fabricantes, en las mejores condiciones que puedan conseguir. Además, deben preocuparse de que los coches estén físicamente en el lugar donde hay clientes dispuestos a pagar por su utilización durante un cierto período. Para los Bancos este problema es menor, ya que no tienen ninguna dificultad logística. El dinero puede fluir de modo instantáneo allí donde se le requiera. No hay que transportarlo, ni disponer físicamente de él allí donde hay un cliente dispuesto a pagar por utilizarlo durante un tiempo. En este sentido lo tienen más fácil para organizarse. Un Banco, pues, para desarrollar su negocio debe disponer de un stock de dinero, de capital. Para disponer de él tiene muchos métodos. Recordaba ayer a esos bancos familiares primigenios, que ilustran el modelo básico. Si yo (o mi familia) tenemos dinero, a través de ese Banco puedo encontrar clientes que estén dispuestos a pagar un cierto precio por utilizarlo durante un tiempo. Es decir, le puedo sacar rentabilidad a ese capital para el que mi familia no tiene otro uso. Si consigo más clientes de los que puedo satisfacer con el dinero que tengo, puedo recurrir a impositores: terceros (particulares o empresas) dispuestos a prestar su dinero al Banco durante un tiempo, a cambio de una cierta remuneración pactada. El modelo del Banco está a salvo si la diferencia entre la remuneración que le pagan por el uso del dinero y el que debe pagar por el uso del dinero de terceros es suficiente para pagar los costes de funcionamiento del propio Banco.
El negocio básico de los Bancos se parece al de los
alquiladores de automóviles: ceden por un tiempo la
utilización de un recurso (el dinero) a cambio de una
remuneración pactada, y la devolución del recurso.
(Fuente: sixt)
No ha pasado ni un año desde esta imagen de la salida a Bolsa de Bankia.
(Fuente: tusdepositos)
Imagen clásica de una maravillosa promoción inmobiliaria.
El Ladrillo Nacional
(Fuente: empresaslider)
¡Qué pena que el maestro Berlanga haya muerto, porque podría hacernos sonreír con un nuevo episodio de su trilogía: El Ladrillo Nacional!.
Ahora, una vez más, todos quieren realizar catas de las Bolas de Nieve, para determinar la proporción de piedra y arena que contienen. La Unión Europea insiste en realizar evaluaciones independientes de la exposición al ladrillo, y verificar la calidad del capital que las entidades dicen poseer. Y el Gobierno no para de exigirles mayores reservas de capital como cobertura de esos descomunales riesgos (o ya mejor, realidades).
Como es habitual en todas las empresas, las tragedias económicas de las empresas las provocan los clientes, cuando estos dejan de comprar, no pueden seguir haciéndolo, buscan a otros proveedores alternativos, o la empresa se vuelve incapaz de suministrarles lo que buscan. Si una entidad no da crédito, se aleja de su modelo de negocio básico, y se huele la sangre. Acosada por su inacabable reserva de activos tóxicos, exagera la evaluación de riesgo de cualquier préstamo nuevo. Y si la propia demanda de crédito decrece, porque los clientes (todos nosotros) somos cada día más pobres, están servidos los ingredientes de la función.El resto de actores de esta tragicomedia (impositores, accionistas,...) son sufridores en casa, que temen ver mermadas sus participaciones en el capital de Bankia. Por supuesto, el contrato con los impositores es claro, y para nada peligran sus ahorros. El caso de los accionistas (y para el caso, obligacionistas, bonistas, o lo que sea) es otro. Sabían que estaban realizando una inversión no carente de riesgo, y ahora tendrán que hacer frente a él.
En estas circunstancias es cuando sería muy conveniente ese movimiento que, en condiciones de crisis, se acostumbra a llamar Back to Basics. Es decir, la vuelta a la cordura de lo que es el negocio bancario en su origen: disponer de dinero cuya utilización por un período de tiempo se pueda ceder a terceros, que estén dispuestos a pagar por ello una remuneración conveniente.
No estoy de acuerdo con los que dicen que las entidades financieras fueron los causantes de la crisis. Para que la crisis haya llegado a tener las dimensiones trágicas que ha alcanzado, fue necesario que muchos ciudadanos y muchas empresas, engañados o autoengañados, aceptaran dinero prestado más allá de sus posibilidades razonables de devolverlo. Pero sí son las entidades las que más beneficio sacaron de ello, con su actitud temeraria y confiada, con su actitud cortoplacista y miope cuando se estaban negociando hipotecas a 40 años (con clientes de 45). Sólo se puede engañar al que se deja. Lo que ocurre es que sí ha habido una ruptura de la confianza que muchos ciudadanos podían tener en sus entidades bancarias. Desde su relativo desconocimiento, confiaron en lo que les proponían los que tenían por profesionales de las finanzas. Las entidades (y sus empleados, incentivados para ello) abusaron de la confianza cuando actuaron guiados por sus intereses en el corto plazo, y escondieron deliberadamente los aspectos más relevantes de riesgo de lo que estaban proponiendo a sus clientes. Abusaron de la confianza cuando proponían préstamos hipotecarios por el 120% del valor tasado de una vivienda a quien difícilmente podría hacer frente a ellos, en el largo plazo. Abusaron de la confianza al proponer a jubilados o a iletrados financieros la compra de participaciones de algunas Cajas, escondiendo el hecho de que eran inversiones de alto riesgo y sin posibilidad real de recuperar a voluntad el dinero invertido. Quizá no hubo violación, pero sí son culpables de estupro; delito por el que habría que juzgarles. Ha llegado el momento del acto de contrición, del Back to Basics (vuelta a lo básico), de volver al perímetro de las actividades definidas muy claramente en su modelo primigenio, y abandonar ese tipo de actividades de alto riesgo, para el que, manifiestamente, no estaban preparadas. Ni ellas ni sus clientes habituales. Quizá haya que fragmentar algunas entidades, para disgregar sus diferentes actividades. Recuperar los bancos minoristas (que atiendan las necesidades de sus clientes particulares), separados de los Bancos de Finanzas (para usuarios más avanzados) o de las Sociedades Hipotecarias, que lidien con los temas inmobiliarios y los larguísimos plazos.O separamos las manzanas podridas, o toda la cesta se pudrirá.
Es el Negocio, estúpidos. JMBA