Alguno políticos se quejan de que muchos ciudadanos les condenan en bloque como corruptos e indignos, sin tener en cuenta que muchos de ellos son honrados, pero la sociedad ya los ha condenado a todos, sin clemencia ni distinciones, cuando señala a la "clase política" en las encuestas como el tercer problema más preocupante del país, por delante de los terroristas y de la inseguridad que provocan los asesinos, ladrones y mafiosos. Basta echar un vistazo a esas encuestas, donde prácticamente ningún político consigue la aprobación de los ciudadanos, para descubrir que el desprestigio y el rechazo a la casta política en España son problemas de enorme envergadura, equiparables, por su trascendencia, a la terrible crisis de la economía.
Esa condena en bloque de los ciudadanos a sus líderes es de una gravedad extrema y pone en peligro la misma democracia, un sistema que se basa en la confianza de los administrados en los administradores, sin la cual los dirigentes, aunque hayan sido elegidos en las urnas, dejan de ser legítimos para convertirse en tiranos rechazados y soportados por la fuerza. Funcionando de ese modo, el sistema democrático pierde su esencia y se convierte una modalidad suave de tiranía.
A pesar de su dureza y de ser indiscriminada, esa condena en bloque a los políticos es justa y merecida porque no se puede esgrimir honradez cuando se guarda un silencio cómplice ante la injusticia y la iniquidad. Es cierto que existen políticos que intentan cumplir con sus deberes democráticos y que no roban, pero eso no es suficiente porque, ante la injusticia, siempre hay que rebelarse. Esa rebelión ante la injusticia es un principio universal que todas las culturas han respetado a lo largo de los siglos y que ha sido e principal motor del progreso de la Humanidad.
Ningún miembro de la "casta" se ha rebelado en España contra sus líderes, denunciando las privilegios injustos que disfrutan, ni el gran déficit democrático que padece el país, por culpa del abuso de poder, ni la corrupción, ni el amiguismo, el clientelismo, el nepotismo y el uso del dinero público para beneficio propio. Ningún español ha leído nunca en un medio de comunicación las denuncias de un político arrepentido a su partido por los abusos de poder, financiación ilegal y comportamientos antidemocráticos y arbitrarios.
Aplicando con rigor las reglas de la democracia, todos los políticos que han guardado silencio cuando la Fiscalía perseguía con saña al presidente de Valencia por haber recibido tres trajes como regalo, mientras miraba hacia otra parte, sin investigar el enriquecimiento veloz e inexplicable de José Bono, son cómplices de la podredumbre del Estado español, como también lo son los que han guardado silencio ante el ilegal dominio absoluto del Estado y de sus instituciones por parte de los gobiernos y ante injusticias tan sangrantes como el despilfarro del dinero público o el cierre de numerosas empresas, hundidas porque las administraciones públicas, incumpliendo la ley, no les pagaban sus deudas, entre otros muchas felonías y violaciones de la decencia.
Al igual que Jehová estuvo dispuesto a perdonar a Sodoma y Gomorra si en esas ciudades corrompidas hubieran existido al menos diez justos, del mismo modo el pueblo estaría dispuesto a hacer distinciones entre la "casta" si al menos existieran algunos políticos rebeldes, capaces de denunciar las prácticas indecentes y, en algunos casos, hasta delictivas de sus compañeros de partido y de filas. Pero, al igual que Jehóvá terminó flambeando a Sodoma y Gomorra para castigarlas y purificarlas, también los ciudadanos terminarán acabando con la cochambre política que ha infectado España.
Los papeles de Wikileaks han demostrado, hasta más allá de toda duda, que nuestros políticos son inmorales y que dicen una cosa al pueblo mientras, por detrás, hacen otras. Wikileaks, que no difunde opiniones sino documentos y datos ciertos, ha abierto los ajos de los ciudadanos y les ha obligado a asumir que están dirigidos y gobernados por castas indecentes, que, a juzgar por lo que hacen y dicen, no merecen el más mínimo respeto.
¿Donde están los políticos que se han rebelado ante el sistema injusto? ¿Qué político ha denunciado el control de la Justicia desde los partidos o la compra de la prensa a cambio de publicidad? ¿Alguno de ellos ha protestado en público ante la invasión masiva, por parte de los partidos, de la sociedad civil, penetrando en espacios que la democracia expresamente les veta, como son las confesiones religiosas, las fundaciones, as instituciones libres, las empresas, los sindicatos, las universidades, las cajhas de ahorro y mil reductos más que deberían funcionar con independencia, al margen del gobierno? ¿Donde están lso que han protestado cuando sus partidos han pactado con nacionalistas que odian a España, situados en las antípodas ideológicas, únicamente para gobernar? ¿Algún político protestó o dimitió cuando supieron que dentro de sus partidos existen recaudadores que exigen a los empresarios comisiones y porcentajes a cambio de contratos públicos y subvenciones? ¿Dónde están los que acudieron al juez para denunciar que algunos de sus compañeros de partidos se enriquecieron velozmente, de manera inexplicable? Ni siquiera protestaron ante los ríos de injusticias y de abusos que inundan la vida diaria de la partitocracia española, ni alzaron la voz cuando sus propios partidos colocaban a los suyos en puestos públicos u otorgaban subvenciones a los amigos y familiares, vetando a los adversarios, violando de ese modo el principio de igualdad de oportunidades y los mandatos constitucionales que definen como iguales a todos los españoles.
El silencio de los políticos les hace culpables, tanto como sus propios abusos, traiciones y privilegios inmerecidos. No basta con afirmar que uno es decente y que nunca ha robado. Si se guardia silencio ante el robo y el abusode los compañeros, se es cómplice y se es merecedor de la condena popular.
Los ciudadanos les señalan como traidores a la democracia, injustos y hasta delincuentes, pero ellos responden con arrogancia, fortaleciendo el corporativismo y sin renunciar a sus coches oficiales, al despilfarro, a los privilegios que no merecen y desplegando una defensa terca y embrutecida que lo único que consigue es alimentar la hoguera del odio y ensanchar la fosa que les separa de los ciudadanos.
Los españoles están despreciando y condenando cada día con más énfasis a los políticos no solo por sus privilegios y ventajas, sino porque han sido incapaces de ser solidarios en estos tiempos de privaciones y ni siquiera han tenido el gesto de renunciar a algunas de sus enormes ventajas para sufrir la crisis al lado de los que han perdido el puesto de trabajo, los subsidios, las viviendas y sienten terror ante la pobreza que avanza y les amenaza.
El silencio de los políticos es una canallada, peor incluso que sus abusos e indecencias.
Guardar silencio y no protestar ante lo que está ocurriendo en España es indecente, como lo es permitir , sin protestar, que se falseen los concursos públicos, que se otorguen puestos de trabajo a dedo, a los familiares y amigos de los políticos y del partido.
Ni siquiera son capaces de entender que su política prepara el advenimiento de algún tipo de fascismo. Si el cabreo español ante los abusos de la "casta" sigue creciendo al rítmo actual, antes de dos años España estará preparada para aplaudir en masa al primer sargento y general que alce la voz afirmando que "ya se acabó la fiesta" y que España tiene que ser limpiada con una escoba implacable que se lleve por delante a los mafiosos, a los delincuentes y a los politicastros.
Es apropiado terminar con Celaya:
b[Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.]b
Revista Opinión
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