El día de la presentación del libro del médico danés Peter Gotzsche, Medicamentos que matan y crimen organizado. Cómo las grandes farmacéuticas han corrompido el sistema de salud le pregunté al autor si la medicina hegemónica en Occidente, la Medicina Basada en la Evidencia (MBE), se había convertido en el marketing perfecto de la industria sanitaria. Sonrió y afirmó.
En los últimos años numerosos autores hemos publicado libros de investigación, análisis y denuncia de las prácticas de las farmacéuticas y otras industrias que tienen como materia prima nuestra salud. Suele ocurrir que en los ámbitos en los que se mueve mucho dinero existe también mucha corrupción. Y e ámbito de la salud lo es y mucho.
Pero también ha crecido la crítica constructiva, aquella que pretende buscar soluciones o alternativas para superar los males que enferman a la medicina. El uso de la ciencia es básico en nuestra sociedad pero hay que entender que no es neutral y su deformación interesada por la industria farmacéutica es causa de decisiones equivocadas, dolor innecesario, sufrimiento y muerte.
El objetivo primordial de la MBE -evidencia es un término anglosajón que tiene su similar en castellano en el concepto pruebas- es el de que la actividad médica cotidiana se fundamente en datos científicos y no en suposiciones o creencias.
En ese enlace tenéis un artículo de Des Spence publicado en el British Medical Journal donde realiza una crítica que va algo más allá, la “evidencia” de la MBE está sesgada y se ha vuelto un arma en manos de la gran industria farmacéutica.
Spence escribe:
Por algún tiempo durante la década de 1990, la medicina basada en la evidencia (MBE) no se llevó bien con la industria farmacéutica. Los médicos podíamos defendernos contra el ejército de visitadores de los laboratorios farmacéuticos en nuestros consultorios porque, habitualmente, su propaganda de los medicamentos carecía de evidencia científica.
Pero la industria farmacéutica se dio cuenta de que la MBE era una oportunidad más que una amenaza.
Se dieron cuenta de que la investigación, sobre todo cuando se publicaba en una revista de prestigio, valía más que miles de visitadores. Hoy, la MBE se ha convertido para el personal médico en una pistola cargada apuntando a su cabeza. Les advierte ‘es mejor que hagas lo que dice la evidencia’, sin dejar que la persona piense o llegue a formarse una opinión documentada. La MBE se ha convertido hoy en el problema, y alimenta el sobrediagnóstico y que se prescriban tratamientos innecesarios“.
Lleva razón, son las farmacéuticas quien controlan la investigación de medicamentos. Sovaldi, el fármaco para la hepatitis C que ha comenzado a dispensarse a los pacientes de la enfermedad se vende muy caro, unos 25.000 euros porque su fabricante dice que “cura” en el 90% de los casos. Quiero creerlo y que dejen de morir tantas personas por no tener un remedio eficaz pero el dato proviene de una fuente interesada, nadie se ha molestado en pedir toda la documentación de los ensayos clínicos a Gilead, el dueño de la patente y analizarla de manera independiente para comprobarlo.
Es lo habitual, ocurre con todos los medicamentos. Las empresas se agarran al “secreto comercial” para no soltar toda la información sobre sus productos. No se los entregan al completo ni a las agencias reguladoras de fármacos (estas además, aprueban los medicamentos revisando la info de los laboratorios, no hacen pruebas para contrastarla).
El citado médico se pregunta:
¿Cuántas personas prestan atención al hecho de que el estanque de la investigación esté contaminado con fraudes, con el uso de diagnósticos engañosos, con datos procedentes de seguimientos de corta duración de los pacientes, con una regulación de baja calidad, con el uso como medidas de resultado en los ensayos clínicos de criterios indirectos sin valor clínico, el uso de cuestionarios que no pueden ser validados y con el hecho de informar de resultados estadísticamente significativos pero clínicamente irrelevantes?”.
La MBE ha degenerado en el marketing de Big Pharma para vender medicamentos ineficaces y mortales.
¿Qué hacemos? En primer lugar debemos reconocer, como apunta Spence que tenemos un problema. La investigación debe centrarse en lo que no sabemos. “Debemos estudiar la historia natural de la enfermedad, investigar intervenciones no farmacológicas, cuestionar los criterios de diagnóstico, ser más rigurosos con lo que constituye un conflicto de interés, hacer investigación sobre los beneficios reales de los medicamentos a largo plazo, así como fomentar el escepticismo intelectual. Si no abordamos los defectos de la MBE habrá un desastre, pero me temo que este desastre sucederá antes de que alguien se decida escuchar”, concluye.