Revista Opinión

Es más lo que nos une que lo que nos separa

Publicado el 11 noviembre 2010 por Hugo
Es más lo que nos une que lo que nos separaEste dibujo es parte de un panfleto que repartieron en la Iglesia Evangélica que está al lado de mi casa. Catedral de la fe, se llama :-)
Ese dibujo es un claro ejemplo de 'falsa dicotomía', por decirlo suavemente. Sin embargo creo que, en esencia, posee cierta dosis de verdad. Algo que tanto creyentes como no creyentes compartimos: la necesidad de darle un sentido a nuestra vida y el deseo de superar nuestro ego.
¿Qué hacer? En mi opinión, debemos ser capaces de convencer a los creyentes de que las sillas están para que se sienten las personas, no los símbolos, los miedos y las supersticiones que las dividen. Somos nosotros, todos juntos, los que deberíamos estar sentados en ese 'trono', con el ego a nuestros pies, con lo 'místico' entendido como una propiedad emergente del cerebro y con los dioses dentro de los libros de Historia.
Deben saber, asimismo, dos cosas: 1) que las religiones organizadas tienen el gran defecto de entorpecer (aunque a veces lo hayan fomentado) el diálogo racional y el crecimiento moral. Es de suponer que seguirán haciéndolo; 2) que renunciar a la doctrina de un dios personal no significa renunciar a toda clase de espiritualidad, y mucho menos renunciar a la búsqueda de la felicidad. Cojamos lo bueno de la religión sin lo malo.
Es más lo que nos une que lo que nos separaHasta aquí lo que quería decir. Lo que viene a continuación son 'citas de refuerzo', textos sacados de los libros de algunos de mis filósofos favoritos (excepto Mithen, que es arqueólogo) con el propósito de reforzar y sobre todo ampliar la tesis de este post.
El amor rompe la concha dura del ego, puesto que es una forma de cooperación biológica en que las emociones del uno son necesarias para el logro de los instintivos propósitos del otro (...) El ego desmesurado es una posición de la que el hombre debe huir si quiere gozar del mundo plenamente.
Bertrand Russell.
Hacer música en grupo (...) contribuirá a rebajar la intensidad del sentido del yo; contribuirá a la "pérdida de los límites", en palabras de McNeill. Este es el proceso en el cual participan las multitudes de fútbol, los coros de iglesia y los niños del patio (...) Los que hacen música en grupo modelan sus cuerpos y sus mentes para ajustarlos a un estado emocional compartido, que provoca una disminución de la propia identidad y un incremento paralelo de la capacidad de colaborar con los demás (...) De hecho, cuando los psicólogos han examinado los resultados de experimentos en cuyo transcurso los sujetos se hallan en situaciones similares al dilema del prisionero, han llegado a la conclusión de que la cooperación depende del "grado hasta el cual los participantes llegan a sentirse integrados en una unidad conjunta o colectiva, desarrollan un sentido de nostridad o 'pertenencia a un nosotros', de estar juntos, en la misma situación y enfrentados a los mismos problemas".
Steven Mithen.
El místico, creyente o no, es aquel a quien Dios mismo ha dejado de faltar.
André Comte-Sponville.
Einstein siempre distinguía entre religiosidad supersticiosa (la de las iglesias y los dogmas, la de los dioses personales y las almas inmortales) y religiosidad esclarecida o cósmica, compatible con la ciencia y basada en la superación de las tendencias egocéntricas (...) La ciencia sin mística corre el riesgo de quedarse en mera gimnasia metodológica. La mística sin ciencia fácilmente degenera en autoengaño y superstición. Solo la jugosa conjunción del conocimiento científico con el sentimiento místico nos permite aspirar a alcanzar aquel estado de exaltación lúcida y plenitud vital en que consiste la comunión con el Universo. Sintonizar con el Universo, sentarnos en el trono de Dios, acompasar el pálpito de nuestro corazón a un latido divino, ¿qué más se puede pedir? También estas posibilidades forman parte de la naturaleza humana.
Jesús Mosterín.
El misticismo es una empresa racional, la religión no. El místico ha reconocido algo acerca de la naturaleza de la consciencia previa al pensamiento, y este reconocimiento es susceptible de una discusión racional. El místico tiene motivos para confiar en sus creencias, y estas razones son empíricas. El irritante misterio del mundo puede ser analizado mediante conceptos (es decir, con la ciencia) o experimentado libre de conceptos (es decir, con el misticismo). La religión no es más que un conjunto de malos conceptos ocupando el lugar de los buenos. Es la negación -a la vez llena de esperanza y de miedo- de la vastedad de la ignorancia humana. Una semilla de verdad anida en el corazón de la religión, porque la experiencia espiritual, el comportamiento ético y las comunidades fuertes son esenciales para la felicidad humana. Y, aun así, nuestras religiones tradicionales están intelectualmente difuntas y son políticamente ruinosas. Mientras la experiencia espiritual sea una evidente propensión natural de la mente humana, no necesitaremos creer en algo con pruebas insuficientes para validarlo. Está claro que debe ser posible reunir razón, espiritualidad y ética en nuestra forma de pensar sobre el mundo. Esto sería el principio de un acercamiento racional a nuestras más profundas preocupaciones personales. También sería el fin de la fe.
Sam Harris.
Referencias:
- Bertrand Russell, La conquista de la felicidad, Espasa Calpe, Madrid, 1978 (1930), pp. 51 y 172.
- Steven Mithen, Los neandertales cantaban rap, Editorial Crítica, Barcelona, 2007, p. 316.
- André Comte-Sponville, El alma del ateísmo, Paidós, Barcelona, 2006, p. 196.
- Jesús Mosterín, La naturaleza humana, Espasa Calpe, Madrid, 2008, p. 384.
- Sam Harris, El fin de la fe, Paradigma, Madrid, 2007, pp. 221-222.

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