La Revolución cubana de 1959 llegó en un momento crítico para una nación que renunciaba a sus más genuinos orígenes. El panorama era el de un país impregnado de corrupción, ignorancia y males sociales. No existía ningún programa político que intentara dar solución a esos asuntos por lo que se hacía necesario un cambio de régimen, cumplir las pretensiones martianas de construir una República “con todos y para el bien de todos”. Esa Revolución de barbudos desde la Sierra Maestra bajó al llano, convirtiéndose en un asidero de luz en medio de tanta oscuridad.
Todos los que se han acercado a la historia de Cuba en los últimos 58 años conocen de los primeros pasos dados en aras de cumplir el llamado Programa del Moncada donde el joven Fidel proponía un proyecto político concreto como respuesta a las principales necesidades sociales del país. Es así como la naciente Revolución fue proponiéndose eliminar la maleza del camino y construir una sociedad más justa en medio de escenarios hostiles desde el punto de vista económico, político, social e internacional.
Hoy, cuando el país aún celebra la llegada de un nuevo año, salen a la luz pública cifras y vivencias que dan fe de aquellas llamadas “conquistas de la Revolución” que se levantan como bandera del socialismo defendido por este gobierno por casi seis décadas. Sobresalen sectores como la educación, la salud, el deporte, la cultura, etc. Y nuestros medios de prensa se hacen eco de todo aquello cuanto pudiera enorgullecernos como ciudadanos. Poseemos una de las tasas de mortalidad infantil más baja del planeta, índices de escolaridad envidiables por cualquier país, acceso barato a la más refinada cultura, logros deportivos incuestionables y podemos decir que el pensamiento de los cubanos y cubanas se ha retroalimentado de diversas fuentes y por ende el conocimiento alcanzado da fe de todos esos esfuerzos gubernamentales para cumplir el principio martiano de “Ser cultos para ser libres”.
Pero ¿estas llamadas “conquistas” deben ser suficientes para la sociedad cubana del siglo XXI? ¿El gobierno aspira a seguir conquistando otros escenarios que igualmente beneficien a su población? ¿Acaso debemos conformarnos con lo que tenemos, aún cuando somos la envidia de otros?
Aún queda muchísimo por construir en Cuba. No hemos llegado ni a la mitad de todo aquello que se ha soñado para un país rico en cultura e identidad. Una nación repleta de mentes brillantes que día a día pasean por nuestras calles deseando despertar con noticias que hablen de una real y solidificada prosperidad; o de cubanos y cubanas diseminados por todo el orbe que llevan a su Patria dentro pero que razones disímiles les han llevado a dejar atrás el sueño utópico por la realidad circundante en aras de vivir la única vida que se tiene.
A Cuba aún le falta alcanzar conquistas sociales, donde parejas homosexuales, por ejemplo, tengan derecho a construir una familia bajo el amparo de la legalidad más completa. Donde leyes protejan a los animales del maltrato y sancionen a aquellos que dejan en el abandono a un perro o un gato. Debemos preocuparnos porque existan veladores serios y eficaces por el cuidado del medio ambiente y se apliquen sanciones ejemplarizantes a quienes incumplan lo que está establecido. Tiene que desprenderse la sociedad del paternalismo estatal que vela por nosotros como niñitos inofensivos a la vez que el Estado debe procurarnos las herramientas necesarias para ser nosotros quienes dirijamos el timón de una sociedad cada vez más necesitada de una real y efectiva participación ciudadana.
Esas conquistas también deben ser perfeccionadas, actualizadas, desmitificadas, analizadas a profundidad por nuestros medios de prensa sin temor a darle la razón a nuestros enemigos. Debemos quitar todas las manchas posibles de una educación que, si bien es gratuita y universal, no tiene toda la calidad que se espera mientras forma generaciones de cubanas y cubanos cada vez más cercanos a la era digital usando tecnologías y métodos del pasado siglo. ¿Acaso nuestros maestros conocen de la Educación Disruptiva ? ¿Es real y efectiva esa informatización de las escuelas cubanas? ¿Los softwares son aplicados eficientemente? ¿Nuestros niños y niñas aprenden con ellos? ¿Todos los maestros de hoy tienen la calidad que antaño poseían esos “evangelios vivos”? Y la más importante de las preguntas: ¿qué se va a hacer para revertir la situación?
Igual sucede con la medicina, el deporte, la ciencia, la cultura, la industria, la vivienda, Cuba. No debemos conformarnos con aquello que logramos. Debemos seguir buscando nuevos modos y formas de expresar nuestro concepto de país materializado en propuestas y proyectos. Me preocupa que los cubanos de a pie, esos que cogemos guagua para ir al trabajo o que pedimos el último para comprar los mandados, no sepamos a qué se refieren cuando nos hablan de actualización de modelo económico. Me preocupa que sigamos pensando que el país es un problema de los políticos y no una obligación ciudadana. Que asumir una posición pasiva ante los inminentes cambios que se avecinan solo ofrece un resultado negativo. Me preocupa que exista la unanimidad ignorante, donde levantemos la mano para aprobar “algo” por el solo hecho de salir de eso rápido. Me asusta el hecho de que pensemos que nuestros dirigentes son seres perfectos que no se equivocan y que sus decisiones son incuestionables. Que dejemos todo sobre los hombros de nuestros Diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular y el Presidente de los Consejo de Estado y de Ministro. Me preocupa que el 2018 está ahí mismo y que cuando se haga realidad el tan anunciado cambio de poder a una generación más joven y que no luchó antes de 1959, no sepamos cómo enfrentar la situación que emergerá. Me preocupa que se repita la historia y la falta de práctica de que el pueblo sea el verdadero poderoso, nos lleve a un eclipse como el liderado por Gorbachov en la extinta URSS. En fin que me preocupa el destino de Cuba, porque no quiero que sea el de esas naciones del mundo llenas de dirigentes corruptos que juegan a las damas con sus ciudadanos. Quiero más transparencia en los procesos que vivimos. Sentirme parte de lo que se construye hoy para el futuro de esa generación que hace solo unos días escoltaba la réplica del Granma. No quiero más sueños frustrados entre los míos. Quiero que los cubanos, donde quiera que se encuentren, seamos esa familia que se ama y respeta a pesar de las diferencias.
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