Es posible que la mamá o el papá más cariñoso y afectuoso del mundo en algún momento determinado, por estrés o por frustración, por puro cansancio o por cualquier otra razón, acabe gritando a su hijo e incluso dándole un cachete. No es justificable pero ocurre. Mi labor no es la de juez, ni pretendo serlo. Entiendo lo que es pasar por un momento de frustración cuando nuestro hijo nos desobedece sistemáticamente, cuando una y otra vez nos desborda con sus rabietas y pataletas, cuando no para quieto o se pelea constantemente con su hermano. Se lo mal que uno se siente cuando le grita a sus pequeños y si estás leyendo este artículo es porque hay algo que se remueve por dentro: una inquietud por mejorar como
padre o madre y sobre todo, que queremos a nuestro hijo o hija y
deseamos que sea feliz a nuestro lado.
Sobre los efectos negativos de los gritos y cachetes he escrito varios artículos que puedes consultar, entre ellos te recomiendo:
Gritos y bofetones, razones para evitar su uso.
Violencia verbal, un tipo de maltrato infantil.
En estos artículos hablo sobre las consecuencias de los gritos, los cachetes y bofetones en los niños, quienes se sienten mal ante este tipo de castigo, humillados y tristes. Por mucho que nos empeñemos en que nuestros hijos nos obedezcan con gritos y cachetes, se ha demostrado que el
castigo físico que no es eficaz y, lo que es
peor aún, el niño aprende que amor y violencia pueden ir de
la mano, que cuando soy más fuerte puedo ejercer el poder
sobre otro para imponer mi voluntad, que la inmediatez de la
fuerza es más útil a la opción del diálogo y el establecimiento
de límites.
Y sí, es verdad que, la opción del diálogo y el establecimiento de
límites requiere más esfuerzo, tiempo y dedicación, pero los
resultados son muy positivos. La pregunta es : ¿es posible educar sin gritar?
Para empezar, tenemos que caer en la cuenta de que tanto
educar con autoritarismo (aquí mando yo), como con
demasiada permisividad (dejando que el niño o la niña haga
y deshaga a su antojo o comprándoles todo lo que quieren
para que nos dejen en paz), tiene consecuencias perjudiciales
para ellos, para la familia y para el conjunto de la sociedad.
El estilo autoritario trata de enseñar con límites impuestos
por el miedo, sin espacios para razonar, dialogar y entender. El
permisivo se desentiende de dar pautas y de enseñar lo que
es correcto y lo que no, de respetar los derechos de otros y los propios. Uno, prepara ciudadanos sumisos o agresivos,
personas a las que no se les enseña a razonar, a cuestionar o
a tener criterio propio. El otro, contribuye a crear ciudadanos egoístas, que muestran bajas dosis de empatía y falta de
solidaridad o respeto por el bien común.
Podemos escoger una educación alternativa, un camino diferente: la educación asertiva, que parte
de comprender que nuestros hijos son personas singulares,
con cualidades propias, distintas a las nuestras. Respetar su ritmo, su proceso evolutivo y actuar en consecuencia,
proporcionándoles amor, seguridad y autoestima, y guiándoles
con normas y límites.
Los niños absorven como esponjas nuestros gestos,
muletillas, forma de hablar y también nuestra forma de
resolver los problemas. No podemos exigir ni esperar que
nuestros hijos se comporten de manera diferente a como lo
hacemos nosotros, somos sus guías y referentes, tanto en lo
bueno, como en lo malo. Meditemos sobre ello y pensemos que podemos ofrecerles el mejor ejemplo con la manera en que
les educamos, les guiamos y protegemos: con respeto, diálogo
y confianza mutua.
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