¿Qué es una religión? En principio una religión es un sistema de normas y valores humanos que se basa en la creencia en un orden sobrehumano. De acuerdo a los antropólogos, la creencia en ese orden sobrehumano es casi tan antigua como nuestra propia especie, pues vino a satisfacer una serie de necesidades y vacíos, a dar respuesta a preguntas que el hombre no podía responder, y a consolarnos ante incertidumbres como la muerte, por ejemplo. Asociada a la religión, existe además toda una serie de rituales y supersticiones destinados a satisfacer o contribuir a ese orden sobrehumano, y que forman ya parte de nuestro día a día.Desde la antigüedad, la religión ha funcionado como un elemento identitario, aglutinador y de control que ha permitido la consolidación de sociedades y culturas. Pero muchos estudiosos han señalado que con el triunfo del racionalismo, los avances de la ciencia, la industrialización y la revolución de las comunicaciones, desde el siglo XVIII hasta ahora la religión ha ido perdiendo este valor y, en algunos casos, ha sido incluso un obstáculo para el desarrollo. Luego, ¿sería posible prescindir totalmente de la religión? Bueno, somos historiadores, así que busquemos en nuestro pasado para encontrar algún precedente, alguna sociedad que haya erradicado (o intentado erradicar) la religión.El primer gran precedente lo encontramos con ese ascenso del racionalismo que conllevó el triunfo de la Revolución francesa a finales del siglo XVIII: durante el período del Terror (1793-1794), los jacobinos trataron de eliminar la religión sustituyendo el culto al dios cristiano por el culto a la Razón, pero lo que consiguieron fue eso, sustituir un culto por otro. Durante este período se celebraron fiestas y procesiones en honor a una nueva deidad, la Razón, identificada con una mujer (menuda paradoja, la mujer podía ser una diosa, pero no votar) de la que se construyeron estatuas y se realizaron pinturas. En altares de catedrales como la de Notre Dame de París, la de Estrasburgo o la de Lyon se sustituyeron las tallas de Cristo por las de esta mujer, Sofía («sabiduría» en griego), para su adoración. Este culto de la Razón, aunque ha sido etiquetado por algunos historiadores como «religión laica» (ojo al término), no dejaba de ser una religión, e incluso fue empleada por los jacobinos con los mismos objetivos con que se habían empleado las religiones hasta entonces: crear una unidad, una identidad y promocionar valores.De acuerdo, el ejemplo decimonónico no nos vale. Vayámonos entonces al siglo XIX, cuando las ideas marxistas comienzan a promover la necesidad de prescindir de la religión. Pero debemos trasladarnos al siglo XX, cuando el triunfo de la Revolución rusa de 1917 permitió llevar a la práctica estas ideas: por entonces la creación del nuevo Estado, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, trató de lograr este fin a través de la promoción del ateísmo en las escuelas y por medio de campañas públicas. De hecho, una condición para pertenecer al Partido Comunista era declararse «no creyente». Sin embargo, en los últimos años de la Unión Soviética, con más de setenta años de educación atea y patrocinio de campañas a sus espaldas, casi 100 millones de rusos seguían declarándose creyentes. Es más, tras su descomposición, la Unión Soviética dio paso a algunos de los Estados más religiosos en la actualidad. Aunque es cierto que la proporción de personas abiertamente ateas era mucho mayor que en el resto del mundo industrializado, el ateísmo aún estaba muy lejos de alcanzar sus objetivos.Además, como se suele decir, del dicho al hecho va un trecho, y en el caso soviético había vuelto a ocurrir algo parecido a lo de la Francia del XVIII. Promovía el ateísmo pero, ¿actuaba como un Estado ateo? Fue el propio Estado soviético el que favoreció el culto a la personalidad y siguió cultivando (e incluso intensificó) desfiles, procesiones y demás rituales con un marcado carácter religioso. En realidad no se estaba eliminando la superstición y el animismo, se estaba sustituyendo un culto por uno nuevo.Ya comentamos el caso concreto de cómo de forma inconsciente los chinos sustituyeron sus antiguas religiones por el culto a unos mangos que Mao había regalado al pueblo. Y es que volvemos a lo mismo, sustitución, pero no eliminación.En el caso de los fascismos encontramos incluso cómo líderes que se habían declarado abiertamente ateos como Mussolini, o que no mostraban interés alguno por estas cuestiones como Hitler, lejos de apostar por el ateísmo, hicieron uso de la religión para sus propios fines, además de cultivar también el culto a la personalidad y de crear toda una liturgia en torno a su ideario socio-político.Parecía claro que Dios había muerto a principios del siglo XX, tal y como indicó Nietzsche, que lo profano iba a desplazar a lo sacro, sin embargo el balance histórico fue bien distinto. Claro ejemplo de ello fue la desintegración de Yugoslavia, ¿cómo es posible que tras tantas décadas de ateísmo resurgiesen al final del siglo XX conflictos motivados por la religión? Ejecuciones, violaciones, deportaciones... en nombre de Dios. Este escenario parecía propio de la Edad Media, pero se vivió en la Europa contemporánea.El proceso de secularización que parecía imparable desde el siglo XVIII no logró erradicar la superstición y las liturgias (en muchos casos solo consiguió acentuarlos). Así se explica que líderes de la izquierda como Hugo Chávez apareciesen en público a principios del siglo XXI haciendo demostraciones de fe que fueron reprobadas por la propia izquierda. Probablemente estos líderes habían hecho un diagnóstico más acertado de la «modernidad» que sus críticos, y supieron valerse de la religión de nuevo como elemento aglutinador e identitario.Tendemos a pensar que el paso del tiempo viene a eliminar los arcaísmos, pero en los últimos tiempos hemos visto resurgir con fuerza nacionalismos, racismos, irredentismos y fundamentalismos, rompiendo la concepción de que la modernidad dejaba atrás todas estas cuestiones.Los elementos religiosos, la superstición y el ritual, están tan arraigados en nuestra especie desde sus orígenes, que todavía estamos muy lejos de desprendernos de ellos. Incluso cuando pensamos que determinados actos no tienen nada que ver con la religión están, en realidad, estrechamente vinculados a ella: besar una bandera, jurar una constitución, una reverencia, la entrega de llaves de una ciudad, un acto de graduación, cantar o pitar un himno... Y no solo como fenómeno social, sino también individual: ¿cuántas personas no tienen ritos privados irracionales asociados a la suerte? Usar un bolígrafo concreto en un examen, besar un crucifijo, cuando un deportista se toca la gorra o hace un gesto concreto, llevar amuletos, comer doce uvas en Nochevieja, tener predilección por un número en la Lotería, etc. Repetir costumbres y tradiciones, tener lugares vinculados a creencias, consolarse con la idea de una vida tras la muerte, y un larguísimo etcétera.Por tanto, nos quedamos sin respuesta a la pregunta inicial. No sabemos si en el futuro el ser humano podrá prescindir por completo de todos estos elementos, si será posible una vida en sociedad alejada de la superstición y el ritual. Pero sí sabemos que, aunque cueste creerlo, no existen precedentes de ello.
- HARARI, Y. N. (2014): De animales a dioses, ed. Debate.
- HARRIS, M. (1995): Nuestra especie, ed. Alianza.
- FERNÁNDEZ LIRIA, C. (2016): En defensa del populismo, ed. Catarata.
- HERREROS UBALDE, P. (2014): Yo, mono, ed. Destino.
- DEBRAY, R. (1983): Crítica de la razón política, ed. Cátedra.