Trac, trac, trac... La maleta se tambaleaba a mi espalda haciendo un fuerte ruido mientras chocaba en las pedregosas calles que atraviesan la ciudad de Toledo. Por mucho que lo intentaba era imposible arrastrarla en línea recta sin que la siguiente piedra torciera las diminutas ruedas que portaban mi equipaje. Casi parecía una broma del destino, como si esa diminuta maleta predijera mi historia de verano...
Sucedió una calurosa mañana de Julio, el aire abrasador y las calles secas parecían haber olvidado la tormenta de verano de la noche anterior. Deshice una maleta que apenas contenía un par de prendas de ropa, unos zapatos de tacón, varios libros, gel de manos y una carta llena de sueños rotos.
No sería un verano cualquiera, pero si uno inolvidable. La carta que tanto pesaba en la maleta fue directamente a la basura, una carta que ponía fin a mi reconocida beca, la culpable de que mi aventura se hubiera truncado, aplazado... Decían algunos. Tocaba un nuevo viaje esta vez sin emoción, tocaba viajar a la ciudad que me había visto crecer, una ciudad que esa mañana de julio se ahogaba en plazas vacías y travesías fantasma.
Salí en busca de los primeros rayos de sol cuando se impuso ante mí la irregular plaza Zocodover completamente vacía. Hacía algunos meses era imposible encontrar esa plaza sin vida, siempre había algún turista buscando la foto perfecta desde el arco de la Sangre, ese por el que se colaba la luz del amanecer mostrando la silueta brillante de Miguel de Cervantes.
Me senté en las escaleras de piedra para observar el ilustre monumento, a pensar en las muchas noches de verano que había pasado sentada en la misma plaza soñando con llegar lejos, con huir de las murallas toledanas que aprisionaban mi futuro. Ahora el presente había derribado los pilares de mis sueños o quizá era cierto que solo estaban en "standby".
Su llegada me pilló desprevenida. Una presencia repentina interrumpió mis pensamientos cuando se sentó a mi lado sin decir nada. Me giré y le vi. Era él, mi primer amor, aquel al que dejé escapar por ese futuro que ahora parecía burlarse de mí.
Sus ojos me miraban sin pedir explicaciones, sus manos se posaron sobre las mías y sus labios susurraron cuatro palabras que parecían haberse convertido en mi vida entera: " es solo un bache ".
Fue así como comenzó la historia de mi verano inolvidable, un verano que se había visto turbado por un virus pero que recogía las esperanzas de un futuro incierto. Un verano lleno de mañanas donde los desayunos se servían con sonrisas compartidas, de paseos con mascarilla, de tardes de reconciliación y amor, de noches de pasión.
Fue un viaje con billete solo de ida, fue el viaje en el que comprobé que no hace falta viajar a una ciudad nueva para crear nuevas emociones, volver también es viajar, también es vivir. Fue el verano en el que me di cuenta de que el presente se debe vivir por encima del futuro, el verano en que descubrí que todo se tuerce alguna vez y que cuando se trata de la vida no existen las líneas rectas.