Revista Cultura y Ocio

¿Es un desgraciado aquel que come perro?

Publicado el 30 agosto 2015 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Estos días estoy retocando algunos capítulos de un proyecto que me encantaría que viese la luz: concentra algo de ética, de animalismo, de filosofía vida… Y en estos textos que empecé en febrero y, de algún modo, terminé a finales de junio (aunque no del todo), también hay un espacio reservado al consumo de carne y de pescado.

Me explico. Punto por punto; paso a paso. Digamos que yo ahora te confieso que me he comido un perro. Rápidamente relacionarás perro con animal de compañía, y pensarás que soy un verdadero monstruo. Esta hipótesis, aparentemente tan simple, es lo que planteaba hace un par de años Melanie Joy en un libro muy recomendable titulado: Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas: una introducción al carnismo (Plaza y Valdés, Madrid, 2013).

Diferencias fundamentales entre ética, cultura y empatía

¿Pero hay alguna diferencia real entre un perro, una vaca o un cerdo o es una distinción, simplemente, cultural y ética muy relacionada con la empatía de cada persona? En realidad, en Vietnam, Tailandia, Japón y en zonas adyacentes, el conejo es un animal de compañía, y nadie comprendería allí que tú quisieras comer conejo (¡es una mascota, no comida!), por el contrario, el perro ha formado parte de su dieta durante miles de años. ¿Ves por dónde voy?

En 2011, en España se comercializaron casi 60 millones de toneladas de carne de vacuno, ¿pero cuál es la cifra de consumo de vacas y otros bovinos en la India? ¿Cercana a cero, verdad? Allí, la vaca es el símbolo de la fecundidad y la maternidad; un animal que tuvo la suerte de reducir su población hace 2.500 años cuando el budismo aterrizaba por aquellos lares.

Así, es lógico y loable luchar con uñas y dientes para evitar masacres de animales (Yulin, Bariyarpur, Honshu, Grindadráp, etc.) e incluso hallar ese punto que no nos deshumanice a nosotros mismos en el proceso, pero… ¿cómo podemos realmente matar y comer vacas, cerdos o gallinas y restringir nuestra defensa por la vida a los perros y los gatos? ¿Y qué derecho tenemos de hacer algo así en otros países? ¿Acaso los turistas de China o de Vietnam, amantes de los conejos, se escandalizan (probablemente) e intentan abolir el consumo de conejo en Europa?

Lisa, la Vegetariana:

La explicación más extensa, además, nos diría que nuestra ética solo alcanza los niveles que queremos ver; algo que está completamente relacionado con lo que siento cercano frente a lo que considero lejano (o ajeno). En otras palabras, confiero más derechos a un perro que a un cerdo, ¿y no nos resulta más cercano un cerdo que cualquier clase de pez?

Cuanto más próximo a nosotros es un animal, más sencillo es crear una relación conceptual y afectiva con él, por ello, tenemos esa facilidad (negativa si mire como se mire) por humanizar a nuestros perros, pero nos cuesta tanto hacerlo con otros mamíferos cuyo parecido es enorme (cerdos, zorros, lobos, coyotes, etcétera).

Del mismo modo, sentimos empatía en la medida en que podemos percibir ese animal como parte de nuestro entorno, si no fuera así, ¿qué sentido empresarial hubiese tenido deslocalizar los mataderos y las plantas e infraestructuras de procesado de carne a zonas anexas a las ciudades?

En resumidas cuentas, si percibimos como similares y cercanos a los cerdos, las vacas y los pollos, nos costaría más comerlos o, como mínimo, nos costaría más permitir que les castren en vivo, les corten el pico y les mantengan en jaulas donde casi no pueden ni respirar. Además, si no les vemos, ¿por qué no vamos a creernos que están bien, viven en el campo, felices, y disfrutan de su vida hasta que son sacrificados por el sector alimentario?

Claro que es imperativo encontrar un espacio extenso y bien orientado, pero también hay otros contras de llevarse estos edificios lejísimos de los núcleos de población: agua, electricidad, deshechos, mano de obra… La realidad es que nadie quiere ver lo que allí ocurre y, pese a los costes económicos, las pérdidas serían mucho mayores si centrásemos nuestra atención en ver cómo viven y son tratados todos los días de sus vidas estos animales destinados al consumo humano.

Creo que lo único que busca aquí son las palabras exactas para compartir que estoy de acuerdo con la mayoría, que el Festival de Yulin es horrible (y tantos otros), pero demuestra que no podemos cambiar las costumbres alimenticias de Asia, Oriente Próximo o cualquier otro punto del globo si no cambiamos las nuestras. Y quizá no sea necesario, es  probable que todo lo que debamos hacer es abrir un diálogo común en vez de seguir intentando imponer al mundo entero nuestra realidad como si fuese la única válida.


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