El periodista José Luis Cutello escribió hace algunos meses una interesante nota acerca del mérito de obtener un Premio Nobel en Literatura. Aquí dejo la transcripción del artículo.
En 1941, se publicó "El jardín de senderos que se bifurcan", la primera parte de un libro substancial para la historia de la literatura argentina: "Ficciones". Cuando al año siguiente la Comisión de Cultura se reunió para otorgar el Premio Nacional de Literatura, fue galardonada la novela "Cancha larga", de Eduardo Acevedo Díaz (h). Y el libro de Jorge Luis Borges apenas obtuvo un voto para el segundo puesto, el del jurado Eduardo Mallea.
Así de lábiles fueron, son y serán siempre los criterios de premiación literaria. Primero porque hay que sortear, generalmente, un tribunal de preselección; y luego porque el libro o el autor premiado coincidirá de alguna u otra manera con el gusto del jurado que, al ser integrado por escritores, dirimen allí batallas estéticas y políticas de creación verbal.
La crítica oficial (u oficializada como jurado de un premio) es eternamente arbitraria y por eso nadie recuerda hoy haber leído a Acevedo Díaz, cuyos méritos no se ponen aquí en discusión por ignorancia. Sin embargo, sí sabemos que una gran cantidad de personas a lo largo del mundo ha disfrutado, en varios idiomas y dialectos, esos siete relatos que comienzan con "Tlôn, Uqbar, Orbis Tertius" y finalizan con "El jardín...".
Este preámbulo nos sirve para adentrarnos en el premio controversial por excelencia: El Nobel de Literatura. Es uno de los cinco rubros específicamente señalados en el testamento de Alfred Nobel junto a Química, Medicina, Fisiología o Medicina y Paz. Según decidió el filántropo sueco, el galardón debe ser otorgado anualmente "a quien haya reproducido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal".
La definición es tan etérea e imprecisa que ni los críticos más experimentados y ecuánimes podrían dar con un candidato adecuado. Por eso, quizá, al comité de la Academia Sueca se le ocurrió en 1953 dárselo a Sir Winston Churchill, sin duda uno de los cinco estadistas más importantes del siglo pasado, aunque con escasos méritos como historiador de las proezas de Inglaterra en la primera y la segunda guerras mundial, en doce pesados tomos que muy pocos estudiantes británicos leen en la actualidad.
Por ese mismo motivo, la Academia Sueca ha ignorado a gran parte de los escritores que forman parte del programa básico de cualquier facultad de letras del planeta. Si aterrizara hoy un venusino y preguntara por una bibliografía elemental para conocer el panorama literario durante el siglo XX, pocos se atreverían a dejar afuera al francés Marcel Proust, al irlandés James Joyce, al checo Franz Kafka, al ruso León Tolstoi o al argentino Jorge Luis Borges. Sin embargo, los suecos lo hicieron.
Tampoco es cuestión de desacreditarlos porque han tenido grandes aciertos. En los años '30 fueron premiados dos de los más grandes dramaturgos de todos los tiempos como Luigi Pirandello y Eugene O'Neill y, en los '60, Samuel Beckett. También fue galardonado en la década siguiente uno de los poetas más deslumbrantes, T.S. Eliot (1948), aunque no así su maestro, "il miglior fabbro" Erza Pound, debido a su opción decidida por el fascismo. Y entre fines de los '40 y los '50, lo recibieron dos de los grandes novelistas del siglo pasado, los norteamericanos William Faulkner (1949) y Ernest Hemingway (1954). Incluso, dos de los pensadores más personales de la última centuria como el inglés Bertrand Russell (1950) y el francés Jean-Paul Sartre (1964) fueron destacados con el Nobel. Y esta lista podría modificarse de acuerdo con los gustos de cada quien.
Gracias a las investigaciones periodísticas y a la trilogía de novelas "Millennium" de Stieg Larsson, sabemos ahora que además de una gran calidad de vida, el cuidado del medio ambiente y una altísima tasa de suicidios, los suecos y los noruegos son machistas (lo que explica la escasa cantidad de mujer premiadas), violentos (los neonazis de Europa consideran esos dos países su paraíso actual) y grandes consumidores de alcohol. Por supuesto, no se puede generalizar porque cada ser humano es un mundo, pero estas características explicarían en parte algunas de las votaciones de la Academia Sueca cuando otorga cada año, el primer jueves de octubre, ese premio que es tan arbitrario y político como el Oscar de la Academia de Hollywood.