“Mi mama dice que tonto es el que hace tonterías” comenta Forrest Gump en un momento determinado de la película que lleva el título de su protagonista. Cuando se estrenó en 1994 no había redes sociales, pero sí tontos. Ahora tenemos redes y muchos más tontos, o al menos un lugar ideal donde la gente se empeña en decir tonterías, insultar, banalizar la información, divulgar mentiras, insultar a los muertos, amedrentar a los que no piensan como ellos, etc. Algo que Forrest Gump no haría.
En un artículo reciente escribí sobre las redes sociales argumentando que no se puede esperar que sean fuente de conocimiento intelectual, tampoco se concibieron con esa idea. Sin embargo, estamos en la situación opuesta y se han convertido en herramientas donde el nivel de frivolización de la información se está convirtiendo en un peligro, ya que lejos de caminar hacia la Sociedad del Conocimiento se está produciendo la paradoja de que el público es cada vez más necio, y no es que esté insultando a nadie, sino en el sentido estricto de su significado: “persona ignorante e imprudente”, dos de las causas que están detrás de las acciones impulsivas que se gestan en las redes sociales. Las personas siempre tenemos la fea costumbre de culpar a otros para todo, y así se habla mucho últimamente de grandes campañas de manipulación en Estados Unidos, de desinformación por parte de los Estados y de grandes corporaciones o de interesas ocultos y conspiraciones que debe investigar Iker Jiménez.
Estas campañas han existido siempre y hay obras muy rigurosas que las han documentado, como por ejemplo “Desinformación” de Pascual Serrano o la “La doctrina del shock”, Naomi Klein, así que si alguno de ustedes piensa que han nacido con Internet siento desilusionarlo, aunque sin duda alguna ahora es más fácil propagarlas. Pero el aspecto que quiero tratar en este artículo atañe a la información más de andar por casa. ¿Y si gran parte de los contenidos basura que circulan por Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp y otras redes son culpa nuestra?
La imprudencia que mencionaba antes viene dada porque el público da por bueno todo lo que se publica en las redes sin comprobar la fuente, de suerte que da lo mismo que lo edite un periódico de referencia, me da igual la ideología, que otro que no conoce nadie. Si me gusta, lo comparto o retuiteo, sin importarme si esa noticia que dice curar el cáncer es verdad o mentira, si esa ONG que pide fondos existe o no, o si esa frase sacada de contexto es cierta.
En este sentido, eso que todos hemos pensado de “seguramente no será verdad pero por si acaso la reenvío” está haciendo mucho daño a la credibilidad de las redes sociales como fuente de información. También es cierto que es más sencillo esto que ir al Twitter de la Policía a ver si esa estafa es verdad, por poner un ejemplo, y encima quedamos bien con nuestros amigos. Y para qué engañarnos, en una sociedad donde el esfuerzo no se premia ni valora pocas personas van tomar esta actitud constructiva, lo más probable es que no reciban ni un triste “Like” en Facebook.
Seguramente sucederá al contrario y esto se debe a que las redes sociales alimentan nuestra parte narcisista de tal manera que cualquier estupidez ahora parece importante. Yo en la playa, yo comiendo paella, yo tomando sangría, yo comiendo helado, yo otra vez en la playa, etc. Y con cada yo una foto. Solamente a Instagram se suben cada día 80 millones de fotos.
Mostramos nuestra parte Disney de la vida y esperamos que los amigos le den a “me gusta”. Como explica el profesor Daniel Halpern de la Pontificia Universidad Católica de Chile “en las redes podemos mostrarnos como queremos que nos vean. Esa imagen perfecta que creemos que los demás tienen de nosotros puede alterar la que tenemos nosotros de nosotros mismos. Tener impacto en las redes puede generar dependencia y también temor, el miedo a no ser el centro, al vacío de un post sin apenas me gusta”. La ignorancia es una de las principales causas del miedo intelectual, como es obvio.
Sin embargo, y a pesar del narcisismo que se vive en las redes sociales y de la banalización de los contenidos, considero que los ciudadanos, como personas adultas y con la formación suficiente, también tenemos la responsabilidad de filtrar algunas de las cosas que circulan por internet, y no me refiero a censurar, como periodista no me veo en el papel, sino a comprobar si aquello que mando a mis amigos es verdad o una gilipollez.
Para eso basta muchas veces con pinchar en el enlace y ver donde nos lleva, así de simple, o todavía más, aplicar el sentido común. Así que desde aquí animo a cortar de raíz esas cadenas que circulan por redes de buena suerte, rezos y curas milagrosas, sorteos, falsas alarmas de todo tipo y demás contingencias. Para los más jóvenes, esto ya pasaba antes y se hacía por carta. Para ampliar información pueden preguntar a sus padres.
Pero el sentido común no existe en las redes sociales como se demuestra día a día, sino la ignorancia, el segundo factor que he mencionado antes. Me vienen otros calificativos a la mente pero con este me sirve ya que es la base de todo. Solo la ignorancia puede hacer que cuando alguna persona famosa fallezca Twitter sea fuente de polémica porque aparecen tuits denigrándolas, como sucedió con Bimba Bosé o el torero Víctor Barrio. Pero no solamente pasa en estos casos, el odio que se respira en Twitter es insoportable y muy preocupante, reflejo de una España enferma y de la que hay que huir.
Pero en cierto modo esto es culpa de todos nosotros. Evidentemente en mayor medida de los que publican estos contenidos, también de aquellos que hacen de palmeros y los difunden, al mismo tiempo que se echa en falta más arrojo en la sociedad civil para hacer frente a este tipo de comportamientos y decir ¡basta ya! Escribe lo que quieras, da tu opinión, pero no insultes. O denunciar las ofertas de trabajo que pagan 400 euros o menos por jornadas laborales tercermundistas y sin apenas derechos. Particularmente es el “deporte” que más gusta y animo a practicarlo.
Parto de la base de que todos queremos unas redes sociales mejores a juzgar por lo que en ellas se dice, lo que me comentan en el día a día y lo que leo en los medios de comunicación, pero una parte de esa mejora está en nosotros mismos, en los contenidos que subimos y compartimos, en si hacemos frente a la gente que insulta o no, en si toleramos contenidos machitas y xenófobos o no. Lo que no puede ser son dos cosas al mismo tiempo, pedir redes sociales con buenos contenidos y hacer tonterías en ellas. Abogo por comportarnos como sería Forrest Gump.
Publicado por Javier Atienza
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