José Ángel Barrueco vuelve a la prensa (ya se le echaba de menos) con dos artículos semanales. Alegrarán mi café con napolitana de chocolate mientras leo la presna on-line. El Adelanto de Zamora acaba de presentarse en sociedad. A Barrueco no le hace falta. Los lectores lo conocen de sobra. Y supongo que también lo echaban de menos.
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Su primer artículo:
Esa ciudad que es mi origen
Hay algo muy placentero en formar parte de un proyecto nuevo. Algo difícil de definir, enigmático: a la suma de la emoción que nos acarrea todo cuanto nace debemos incorporar los vértigos propios del riesgo, el miedo a que esa criatura que ha nacido pueda expirar tarde o temprano. Podría decirse que dicho asunto, y no otra cosa, es el resumen de la vida, tal vez su sentido. Sin la amenaza del riesgo, sin la incertidumbre del azar, nuestra existencia sería demasiado aburrida, como la de los inmortales de la ficción. Lo interesante es mantener el equilibrio de esas emociones para no volvernos locos. Me embarco en este diario con el júbilo de quienes se adentran en la espesura de las tierras vírgenes, sin saber qué les deparará el próximo amanecer. Con este proyecto se abre una senda insólita en mi ciudad. Y esperemos que perdure.Hablando de ciudades… En los últimos meses he leído con frecuencia a Thomas Bernhard, autor al que llego tarde aunque en el fondo no importe: cada lectura tiene su momento; si lo hubiera leído quince o veinte años atrás quizá lo hubiera detestado. Escribió Bernhard, en uno de sus relatos autobiográficos, esta frase que hoy, aquí, hago mía: “Porque todo lo que hay en mí está a merced de esa ciudad que es mi origen”. No requiere ninguna explicación. Pero voy a darla: Bernhard pensaba que, ames u odies tu ciudad natal, no puedes sustraerte a su influencia, a su contexto, a su sentido. La ciudad como patria y como germen de lo que somos. Uno se debe a su ciudad porque casi todo lo que uno es deriva de ella, le debe su formación, sus orígenes, las calles que paseó y las tabernas que pudo frecuentar y las personas del entorno: amigos, familiares y conocidos. Esa ciudad es Zamora, en mi caso. El lugar donde están mis orígenes. Que viva lejos no significa que la haya olvidado. Que mi nombre apenas se asociara a esta provincia desde hace un año casi exacto no significa nada: sigo pendiente de lo que ocurre, sigo vigilando, quizá menos de lo que debiera; y la visito una o dos veces al mes. Entro en la ciudad con el crepúsculo y me dedico a observar, a recorrer sus aceras limpias. Volver a mi lugar de origen en este vehículo apasionante que es la prensa supone para mí una especie de fiesta, un regocijo.Desde la distancia, junto a otros camaradas zamoranos que emigraron por diversos motivos, observo el modo en que Zamora florece, aunque sea despacio, aunque sea mediante pasos cortos. Florece despacio y con firmeza. Que nazca un periódico en estos tiempos convulsos, de crisis económica y de crisis anímica, de revoluciones tecnológicas que nos sitúan ante un futuro demasiado incierto y demasiado insondable, es sólo una prueba de ello: la ciudad, pese a los golpes que recibe, avanza. Vuelvo un año después con mi sección. Un año más viejo, más veterano y con varias lecciones aprendidas y numerosos palos en la espalda, que me han dejado la memoria mancillada de verdugones y un currículum vital con más cicatrices. No importa. Lo que importa es la resistencia. La lucha. Como dijo Indiana Jones para escarnio de sus enemigos: “Soy como un penique falso: siempre reaparezco”. Reaparezco, por tanto, en las páginas de opinión de este periódico, y lo haré dos veces por semana: los miércoles y los jueves. Esa, de momento, será la periodicidad de mis colaboraciones. Y ya estoy deseando hacer algo que, en la distancia, aún no puedo hacer: abrir este periódico y notar el crujido de sus páginas entre los dedos y el aroma de las hojas en la nariz. Aunque la revolución tecnológica traiga cambios, no deberíamos olvidarnos de la prensa de papel.