Revista Cine

Esa copita

Publicado el 22 febrero 2015 por Josep2010

Uno se sienta en la oscuridad del patio de butacas y abre los ojos para absorber todo lo que la pantalla es capaz de ofrecer.
En algunas, pocas, escasas ocasiones, hay un festival de imágenes bien entrelazadas que de inmediato producen una especie de euforia en el cinéfilo que, hambriento de cine, se frota los dedos porque percibe que quien está al mando se ha decidido por una vez a presentar gráficamente ideas que habrá que ir desgranando lentamente, con fruición.
Uno, que se alinea con los cinéfagos ya sin recato alguno a estas alturas, atisba de repente algo que llama la atención por insólito, desconocido: mecachis en la mar, porque el torbellino acaba de empezar, como quien dice y queda en la retina y en el ánimo suspenso una sensación que algún día habrá que aclarar: hay por ahí una copa diminuta que no ha pasado desapercibida al mirón empedernido, ojo avizor, empecinado en que todo lo que sale en pantalla tiene su porqué...
Esta ha sido la primera ocasión en que quien suscribe ha visto -y degustado- una película de Wes Anderson, del que se tenía noticia leída pero no vista, así que las sensaciones que produce (en realidad, produjo, pues los hechos primigenios acontecieron meses ha) su última película son nuevas absolutamente y ha sido un plato de buen gusto, reconfortante al extremo que, hallándose al alcance el dvd con la versión original, el bis estaba asegurado.
Esa copitaMe refiero, claro está, a The Grand Budapest Hotel (El gran hotel Budapest) que, visto lo visto (que no ha podido ser todo lo deseado) del año pasado, posiblemente sea una de las mejores, sino la mejor producción estadounidense de 2014 (esta noche, si nada falla, veré The Imitation Game) y desde luego una verdadera sorpresa para este cinéfilo que no esperaba cosa semejante.
Dice Anderson en los comunicados mercadotécnicos que se inspiró en sendas novelas del ahora semi desconocido Stefan Zweig para pergeñar un guión que él mismo se ha ocupado en dirigir y no hay porqué desconfiar de su palabra ya que desde el inicio la literatura está presente en esta buena pieza que no puede faltar a ningún cinéfilo que se precie: nos hallamos ante un esquema literariamente conocido por su solidez: en el inicio una jovencita homenajea al "escritor" ante su efigie y de colofón se dispone a leer su novela que será lo que en imágenes veremos, recuerdos de recuerdos de vidas vividas con pasión lo que no quiere decir apasionadamente ya que las formas educadas marcarán la diferencia entre gentes cultas, educadas y tolerantes y bárbaros despóticos y dictatoriales.
Cuando vi la película en el cine me quedé pasmado y declarado incapaz de escribir una sola línea coherente porque la multitud de sensaciones que la misma produce en un ánimo calmado pero atento a la pantalla es parejo a la embriaguez dichosa de quien asiste por primera vez a una bacanal.
Ha tenido que ser la disposición de la tecla de pausa, parar y revisar, la que ponga las cosas en su sitio mínimamente, como (me) ocurre con los libros bien escritos: y entonces, ¡ay! ha aparecido como no podía ser otra forma, el vivo recuerdo de la copita.
No una copichuela, un chupito, no; nada de eso: una copa pequeña, diminuta, delicada, de cristal, que aparece de repente cuando puestos ya en materia, Mr. Moustafá ha invitado al Joven Escritor a cenar para contarle los avatares de su vida: la ofrece cuidadosamente el maître soumiller para que Mr. Moustafá, dueño del hotel y su historia, cate la bebida que va a acompañar los suculentos manjares escogidos para la ocasión, una de esas cenas pulcramente literarias en las que un comensal cuenta a otro riquísimas anécdotas que conforman una azarosa vida y a tal efecto, además, le invita a degustar una bien dispuesta mesa.
Una copita que me llamó la atención en el cine y que me hizo levitar en la seguridad que el director se disponía a regalarnos los sentidos, porque yo jamás había visto servicio semejante.
Porque no lo hay: buscando afanosamente en la red, hallé lugares interesantes que hablan del protocolo de la sumillería y me quedé patidifuso pero no solventé la cuestión fílmica, así que cuando lógicamente me dispuse a repasar la pieza en su versión original el alto en la escena estaba garantizado y mira por dónde resulta que en la misma se observa un fallo de ràcord escandaloso porque la servilleta que protege la manga del sumiller aparece y desaparece como por arte de ensalmo en dos sucesivos saltos de eje, lo que me llevó a declararme tonto por fijarme en detalles nimios que no sirven al conjunto.
(Que digo yo que igual Anderson encargó a su ayudante que filmara el ir y venir de esa copita y luego pasó lo que pasó, que algunos no pasan nunca de ayudantes y es por algo)
Lo que cuenta, no obstante, es la intención y el desarrollo del conjunto: asistido como está Anderson de un elenco que quita el hipo (vaya pandilla de secundarios: dan miedo) se dedica a poner en imágenes una trama que bebe directamente de las fuentes de la novelística clásica de mediado el siglo pasado y medio en risa medio en serio dispone una aventura rocambolesca que sin alterar el ánimo lo mantiene en un breve suspenso interesado por el devenir de un relato que siendo clásico no es caduco, trufado de dobles lecturas y guiños que se van descubriendo lentamente, repleto de referencias ciertas o inventadas que harán las delicias del espectador que, atónito, siente las cosquillas que a su intelecto produce una película que no parece tener más -ni menos- pretensión que la de avivar la imaginación del público.
Alguien, al salir del cine, decía que resultaba una exageración increíble y fuera de toda razón la continuada referencia al pastelero Mendl al igual que los aromas del Air de Panache, pero hete aquí que, meses después, me encuentro con la irrefutable prueba: "cómo hacer la Courtesan au chocolat de Mendl's" lo que demuestra que esta buena pieza de Anderson no tan sólo por una muy eficaz mercadotecnia consigue trascender la pantalla, como ocurre, por ejemplo, con las recetas que nutren a los mafiosos al servicio del clan de los Corleone, pero eso ya si acaso, sería otra entradilla la mar de nutritiva, también.
El cuidado riguroso de Anderson con esta película, el mimo excesivo por los detalles, con la excepción que confirma la regla del fallo de ràcord hallado casualmente, produce una sensación de plenitud en el espectador que de inmediato es consciente de hallarse ante un trabajo bien hecho y medido rigurosamente por el director que incluso se permite jugar con la memoria gráfica del veterano cinéfilo: no hay más que percatarse de la forma en que corren los protagonistas, elevando ostensiblemente las rodillas, exagerando el gesto, recordando su silueta los grandes mimos del cine silente usando su cuerpo para expresarse.
Esa copita
En el apartado interpretativo Anderson, que cuenta como ya he señalado con una banda de secundarios dispuestos a partirse un diente para robar la escena, demuestra tener las ideas muy claras de lo que pretende y desea comunicar y descansa todo el peso de la función en un infra valorado Ralph Fiennes que hay que disfrutar, sí o sí, en versión original y a todo trapo, una demostración -por si había alguna duda- de la enorme panoplia de recursos al alcance del muy versátil británico que nos regala un trabajo perfecto, idóneo al personaje ciertamente complejo y disparatado que lidera toda la aventura, secundado -y nunca tan oportuno el adjetivo- por el joven Tony Revolori que se hace imprescindible y verdadero co-protagonista de una trama por momentos alocada, romántica y siempre maravillosamente irreal que pasa en un suspiro.
Es cuando ya has acabado de verla que te percatas de la estupenda banda sonora, de la acertadísima caligrafía cinematográfica que usa todos los planos imaginables sólo para reforzar la casi surrealista historia y una fotografía que permanece al servicio de la película recreando con esas luces opalinas un ambiente que se identifica como añejo al instante.
Un conjunto absolutamente imperdible que reconcilia la alegría de la fantasía bien hecha con las ideas transitando desde la pantalla hasta el patio de butacas, absorto, sorprendido hasta que la vuelta a la realidad propicia el fin con el cierre del libro que se nos ha leído.
Plus: La página de la película

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