Revista Religión
Quién diría que las papas majadas que preparé para un almuerzo me permitirían ver desde otro punto de vista lo que hace Dios con las personas que se acercan a Él y se dejan amar por el Padre.
Sí. Eso mismo... unas papas majadas que me quedaron con exceso de sal. Tan fácil que hubiera sido botarlas o dárselas a la mascota de la casa (si es que podía meterle el diente la pobre perrita a semejante atrocidad culinaria). Pero de repente, me vi ahí, sin muchas opciones.
El hambre picaba, no había tenido el tiempo de ir al supermercado y la única opción para ese almuerzo eran las benditas papas. Y no podía darme el lujo de botarlas porque en el bolso ya quedaban pocas. Así que luego de verme tentado a tirarlas, acepté que debía tratar de arreglarlas con algo más de leche y un poco más de las papas en polvo que quedaban en el empaque, para tratar de disipar el fuerte sabor de la sal.
Para no entrar en muchos detalles sobre mi tortuosa experiencia en la cocina, solo añadiré que funcionó el remedio y que, aunque no quedaron perfectas, al menos pudimos almorzar.
Ahora iré al grano con lo que el Señor me permitió entender con esa experiencia que parece tan insignificante. Y es que eso mismo hace Dios con nosotros; no nos deshecha ni nos tira a la basura. Cuando nos acercamos a Él arrepentidos por nuestro pasado, y entonces decidimos ponernos en sus manos, el trabaja ayudándonos a mejorar, si es que se lo permitimos.
Y Él trabaja sin deshechar nada, sino que utlliza todos los 'ingredientes' (nuestros talentos, características, particularidades) que ya están en nuestro 'empaque'. Claro está, que sí habrá cosas que eliminar de nuestra 'receta' para que el 'plato' final sea una delicia. Pero esos ingredientes a eliminar son aquellos que no nos pertenecen y que nunca debimos haber utilizado, como el rencor, la falta de perdón, la mentira, el odio, el orgullo... usted mismo de seguro sabe lo que no debió utilizar y de lo que hasta hoy no había decidido desprenderse.
La gran enseñanza que me llevé es que Dios no se deja llevar por nuestro pasado y ni siquiera lo toma en cuenta si de verdad deseamos ponernos en sus manos y clamar por su ayuda. No es que los errores que cometimos y los fracasos del pasado se borren así porque sí. Pero Dios no está limitado por lo que nosotros hayamos hecho mal antes. Si decido que mi vida va a cambiar, las decisiones serán mejores en el presente, y los resultados serán otros.
El pasado sigue estando ahí, pero no determinará más mi presente.
La gran enseñanza que me llevo es que aunque mi pasado, las malas decisiones, los errores, lo que me hicieron, y el daño que me causaron otros quedó grabado ahí en la memoria, eso no me limita para cambiar, ni Dios me rechaza por mis fracasos o pecados de ayer.
Fíjense que la ilustración de las papas majadas muestra eso mismo. El objeto del error, que fue el exceso de sal que añadí, seguía estando en el recipiente donde preparé la receta. Y como ya no podía botar las papas por la razón que expliqué arriba, decidí hacer algo para arreglarlas. Eso no quita que aquella receta siguió conteniendo la misma cantidad de sal en exceso que le eché. Sin embargo trabajé sobre ese error para mejorarlo.
Así debe ocurrir con nuestra vida. No podemos borrar el pasado, pues está ahí, ocurrió, y es verdad que sucedió, pero no tiene por qué continuar ocurriéndome lo mismo. Ni tiene por qué seguir limitándome. De hecho, no tiene sentido negarlo porque permanecer en negación sería pretender que nunca ocurrió, pero a la misma vez eso sería como decir que tal situación no ocurrió y yo no cometí tal o cual error. Eso, lamentablemente, nos condenaría a cometer el mismo error, porque no estamos reconociendo lo que hicimos mal, o que alguien nos hizo mal.
Pero a partir de reconocer nuestro error, pecado, mala decisión, o como quieras llamarle según haya sido tu caso, lo siguiente es levantarse y que ocurra un verdadero cambio en tu vida. Ya reconociste tu error, pero no vas a estar toda la vida nadando sobre lodo, culpándote y condenándote por lo que no hiciste, o por lo que hiciste mal. La gente quizás te culpa, pero Dios no te condena ni te culpa.
Dios lo que quiere es que te dejes transformar, que te dejes ayudar. Que te dejes dirigir para que veas cómo con las mismas características e ingredientes que te formó, él puede hacer de ti una obra digna.
No una obra perfecta, porque como seres humanos somos imperfectos. De hecho, las famosas papas majadas no me quedaron perfectas, pero aun así pude almorzar. En realidad no quedaron malas, y la muestra es que sobreviví para contarlo aquí.
La otra enseñanza que me llevé en la confección de ese almuerzo es que no siempre funciona agregar los ingredientes "a ojo". A veces quedará bien la receta, pero no tendremos la seguridad de que siempre será así.
Aplicando esto último a nuestra vida, es como cuando decidimos tomar decisiones a la ligera y responder en base a las emociones (echar la sal a ojo) en lugar de analizar todo detenidamente antes de actuar, y más importante aun, consultarlo con el Padre en oración. Y creánme que Dios responde. No necesariamente con una voz audible. Una de las múltiples y perfectas maneras en que Dios habla es con el tiempo.
Cuando sabemos esperar en Dios, en la respuesta que Él va a dar (que no siempre será inmediata), esa espera es el proceso que Dios utiliza para mostrarnos cuál es el paso correcto a dar. Pero ese es tema para otro blog.
Por ahora, lo importante es que sepas que tu pasado no echó a la basura tu presente ni tu futuro. Hoy tienes una gran oportunidad de comenzar a construir a partir e independientemente de ese pasado. Hoy tienes oportunidad de ponerte en manos del alfarero para que te des cuenta que ese verdadero Alfarero no desecha la vasija cuando se deforma al dar vueltas en el torno, sino que toma la misma materia prima, quita el exceso (los ingredientes que se deben desechar) y aprecia tanto esa obra que la convierte en una pieza maestra que luego atesora con amor y la exhibe orgulloso.
Así eres tú cuando permaneces en las manos de Dios, y no te sales del torno.
"Cada vez que una vasija se le dañaba, volvía a hacer otra, hasta que la nueva vasija quedaba como él quería. Allí Dios me dio este mensaje para los israelitas: Ustedes están en mis manos. Yo puedo hacer con ustedes lo mismo que este alfarero hace con el barro". (Jeremías 18:4-6)
Por Antolín MaldonadoFuentes: El Nuevo Días