Los inviernos de mi infancia transcurrían a menudo en casa de mis abuelos, sentada encima del arcón donde almacenábamos el carbón, contemplando el temporal a través de la ventana de la cocina. Me encantaba ver el baile descompensado de los árboles al son del viento, y los pequeños regueros de lluvia que recorrían el cristal. Mientras yo estaba allí calentita, al ras de la cocina de carbón, en cuyo horno unas manzanas se asaban lentamente, impregnando con su dulzor toda la estancia. Mi vida carecía de preocupaciones.
Esa sensación de despreocupación y de confort aislado mientras justo al otro lado del cristal se desarrolla el diluvio universal, tiene un nombre: hygge.
Si es la primera vez que lo lees, te aseguro que no será la última, yo no he parado de cruzarmelo las últimas semanas. Redes sociales, blogs e incluso artículos de prensa se han rendido a la filosofía nórdica de disfrutar de la vida.Dinamarca encabeza año tras año la lista de países más felices del mundo, y según Meik Wiking, Director del Instituto de Investigación para la Felicidad, el gran responsable de ese mérito es el Hygge.
Pero ¿qué es exactamente?, pues aparentemente de algo tan sencillo como vivir sosegadamente. Fijarnos en los pequeños detalles, vivir el presente, sin agobios, sin prisas, sin grandes lujos, preferir lo rustico a lo llamativo y exclusivo. Desconectar el teléfono al llegar a casa, participar en los juegos de nuestros hijos, disfrutar de comida casera, y si es en compañía de unos buenos amigos, mejor.
Suena fácil ¿verdad? entonces ¿por que solo en Dinamarca consiguen llegar a esos niveles de felicidad? La clave se encuentra en su estado de bienestar. Aunque sus tasas de impuestos sean de las más altas, estos revierten directamente en la sociedad: educación totalmente gratuita (incluida la universidad), bajas maternales y paternales igualitarias, jornadas laborales que no se extienden más allá de las cinco de la tarde, o de las cuatro para quienes sean padres. La tasa del paro apenas supera el 4%, la tasa de abandono escolar es de las más bajas y parece que tienen la formula secreta para evitar el acoso escolar.
Con este cuadro que he pintado, no es de extrañar que al llegar a casa puedas permitirte apagar el teléfono, planear una rica y sana cena mientras juegas con tus hijos. Tus necesidades más básicas no solo están cubiertas, sino que lo están con creces. Tú solo tienes que disfrutar de "esas pequeñas cosas".
Y yo digo, que complicado de aplicar esta filosofía en un país como el nuestro en el que quien más y quien menos tiene que hacer encaje de bolillos para pagar las facturas a fin de mes, donde los horarios de trabajo no permiten la conciliación, donde el fracaso y el acoso escolar son una realidad en aumento, y donde las mejoras sociales apenas se aprecian porque los fondos se han quedado por el camino. Difícil ¿verdad?
"El producto nacional bruto no tiene en cuenta la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación o la alegría de sus juegos. No incluye la belleza de nuestra poesía ni la fortaleza de nuestros matrimonios; la inteligencia de nuestro debate público o la integridad de nuestros funcionarios públicos... En resumen, lo mide todo excepto lo que hace que la vida valga la pena."Robert Kennedy