Revista Opinión

Esaú y las lentejas

Publicado el 28 noviembre 2011 por Rbesonias

Esaú y las lentejas«Soy de la opinión de los que creen que los pueblos de Germania no se han alterado por enlaces con ninguna otra nación y que son una raza singular, genuina y semejante a sólo a sí misma. Por tanto, tienen una perfecta analogía de figura entre ellos, aunque son tan numerosos; son de ojos azules y salvajes, de rubios cabellos, cuerpo ingente y fuerte...» Así comienza Tácito su obra La Germania, convertida con el tiempo en libro de horas de la ideología nazi. Himmler y sus correligionarios estaban convencidos de que Alemania, siglos atrás vilipendiada y venida a menos, resurgiría de las cenizas, cual ave Fénix, para terror de sus enemigos y honor de su noble raza. La depresión económica generó el perfecto caldo de cultivo para que cualquier descerebrado con poder e ínfulas pudiera proponer al pueblo soluciones a su pobreza a cambio de una fiel pleitesía a su catecismo. Por supuesto que estos tiempos de crisis no se parecen a aquellos y que ningún partido con legitimidad democrática posee hoy sesgo totalitario (matizar es de sabios), pero la naturaleza humana -que yo sepa- permanece inalterable desde entonces. Los mecanismos de estupidización social, pese a haber adquirido una cierta sofisticación, siguen siendo los mismos. Cuando la ciudadanía pierde poder adquisitivo, comienza a pensar si no es mejor ceder poder a cambio de sustento, dejar en manos de una aristocracia tecnócrata su futuro, vender, como Esaú, su primogenitura por unas lentejas. La cesión de libertad a cambio de bienestar es un mecanismo sociopolítico muy habitual. De hecho, no hace falta estar en crisis para activarlo. El éxito de nuestra sociedad del bienestar ha provocado un efecto perverso sobre el activismo democrático de la ciudadanía, la cual estando satisfecha y feliz, no necesita pedir cuentas al gobierno de su gestión. El adormecimiento vindicativo es común a todos los ciudadanos en los países democráticos. De este mecanismo sociológico se aprovechan aquellos demagogos que ven su oportunidad para vender su biblia política. El pueblo, por su parte, en vez de no ceder al chantaje, acepta mansamente este contrato social a través del cual cede su voz y su voto a cambio de bienestar. Hay excepciones, por supuesto; el caso reciente de la ciudadanía egipcia, exigiendo un gobierno legítimo, elegido por el pueblo, que sustituya al actual gobierno militar, es un ejemplo de honestidad democrática. La Europa desarrollada comienza a pensarse si sustituir a políticos por técnicos que gestionen la crisis desde la lógica de la eficacia, la optimización de recursos y el máximo beneficio. La ciudadanía, temerosa de perder el pan, firmaría un contrato de esta naturaleza con tal de ver alivio a sus pesares. La crisis sería la excusa perfecta para generar un legítimo estado de excepción que modifique el modelo de gobernabilidad y el papel tradicional de la política dentro del Estado de Derecho. La primera acción excepcional la protagonizó España, con la modificación por decreto, sin consulta popular, de la Constitución, añadiendo la limitación del gasto público como texto auxiliar. Salvo excepciones no significativas, este hecho no supuso un rasgado de vestiduras dentro ni fuera del Congreso. A día de hoy asumimos sin pesar esta lesión al poder soberano del pueblo como una contingencia más dentro del orden que impone la excepcionalidad de la crisis. La pregunta es: ¿cuál será el siguiente paso político que quiebre de nuevo la soberanía? Porque no lo duden, si las circunstancias empeoran, el ejecutivo se plegará a un nuevo decreto absoluto, pese a que ello suponga debilitar la Democracia. Y otra pregunta aún más inquietante: ¿estará dispuesta la ciudadanía a ceder poder soberano a cambio de pan? La respuesta es evidente: sí. Hobbes gana 1-0 a Platón.Ramón Besonías Román

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