Revista Filosofía

Esbozos del Reino de Dios (I)

Por Zegmed

Esbozos del Reino de Dios (I)

Como habrán notado, llevo varios días sin escribir. Debo decir que no es cosa que me agrade, porque el blog es un tipo de formato de comunicación que aprecio mucho. Lamentablemente, el último ciclo de la maestría y algunas ocupaciones laborales y académicas me han tenido bastante corto de tiempo. Una de esas ocupaciones académica, sin embargo, me da el contexto propicio para compartir algo nuevo con ustedes. El día martes me tocó exponer en el VI Simposio de Estudiantes de Filosofía, organizado por la PUCP y la UARM en la ciudad de Lima. De hecho, el Simposio aún está en pleno desarrollo y hoy por la noche es el cierre del mismo en la UARM.

Los dejo, entonces, con el texto de mi ponencia. El mismo aparecerá en unas tres o  cuatro partes, calculo, debido a su extensión. No hago una presentación del texto porque tengo la impresión de que, por el modo en que lo redacté, que el mismo fluye solo. Espero no equivocarme

:P

***

Esbozos del Reino de Dios

Los aportes de John D. Caputo y Gustavo Gutiérrez a la filosofía de la religión contemporánea

 

I

Hablar del mundo

La filosofía de la religión es un área compleja de las múltiples ramas de la filosofía. Es compleja, entre otras razones, por el tipo de fenómenos que estudia. Se trata de un tipo de discurso cuyos referentes son lejanamente palpables, cuyos objetos, en la mayoría de casos, son solo conjeturales: hablar de Dios, de los fenómenos místicos, de la experiencia de fe, del final de los tiempos, etc., es, sin duda, difícil. Es difícil, además, porque en el contexto de nuestra época, el discurso religioso o teológico ha dejado de ser hegemónico. No sucede, como antes, que los supuestos de la religión son por todos compartidos; no hay ya una suerte de sentido común religioso. El sentido común de nuestra época es básicamente secular, laico. Las razones de ese proceso de secularización han sido estudiadas con minucia por importantes historiadores y filósofos[1] y no es tarea de esta ponencia hacer un recuento de dicho tránsito epocal. Mi exposición, más bien, parte de ese dato: vivimos en una época secularizada y es ese el contexto en que nos movemos aquellos que nos dedicamos a la filosofía de la religión. Junto a este primer elemento, sostengo otro como segundo punto de partida, a saber, que si bien el contexto de nuestra época es secular, aún existe un cierto temperamento, una cierta vocación y actitud religiosa entre buena parte de los seres humanos. Esto no supone formas doctrinales de religión, ni un corpus establecido de creencias muy delimitadas; pienso más en cierta actitud solemne frente a determinadas cosas que se consideran sagradas, formas de meditación que procuran algún tipo de diálogo trascendente, etc. Esos son mis dos puntos de partida, podemos discutirlos, por supuesto, pero no me dedicaré a argumentarlos en estos breves minutos. En ese contexto, más bien, propongo tratar de responder algunas preguntas, preguntas que tienen que ver, sobre todo, con pensar cómo es posible hablar de Dios y de los supuestos de la religión cristiana en un mundo como el que muy básicamente hemos descrito. Podríamos plantear el asunto a través de dos preguntas tan generales y provocadoras de objeciones, como: ¿cuál es el futuro de la religión? y ¿cuál es el futuro de la filosofía de la religión? Veamos a dónde podemos llegar con esto.

 

II

Hablar de Dios

Como se imaginarán, aunque mis preguntas son deliberadamente generales, el filósofo tiene que, casi por obligación moral, hacer delimitaciones. Por ese motivo, les propongo que examinemos estos asuntos a la luz de algunas de las ideas de dos de mis pensadores favoritos: Gustavo Gutiérrez y John D. Caputo. La elección, allende mi propio gusto, no es en absoluto caprichosa. Me parece que ambos intelectuales han pensado a su manera el fenómeno de la religión y de la teología en el contexto contemporáneo con una finura que merece atención. Tengo la impresión, además, la misma que me fue confirmada personalmente por el mismo Caputo, que se trata de proyectos filosóficos y teológicos muy afines, proyectos que tratan a través de diferentes modos de expresión un mismo problema, a saber, ¿cómo hacer un discurso sobre Dios que sea capaz de atender a las demandas de nuestro tiempo?

Para hacer eso, sin duda, hay que trazar un método. Caputo y Gutiérrez lo saben bien y ambos han empezado sus propios proyectos poniendo los cimientos para un trabajo como el que venimos proponiendo. Quisiera hacer una exposición muy breve de las aproximaciones metodológicas de ambos con la finalidad de ir respondiendo las preguntas que hemos abierto.

 

2.1. Nuestra metodología es nuestra espiritualidad

Me provoca comentar con ustedes varias de las razones por las cuales el pensamiento de Gustavo Gutiérrez ha sido tan influyente desde el momento de su aparición; sin embargo, por razones de extensión y de pertinencia, sólo quisiera concentrarme en un par de asuntos centrales. Primero, quisiera que prestemos atención a lo que supone hablar de la teología como la inteligencia de la fe y, segundo, me gustaría que notemos la relevancia de la distinción hecha por Gutiérrez entre los conceptos de acto primero y acto segundo.

Casi al inicio de su famosa Teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez sostiene que:

“[…] la reflexión teológica —inteligencia de la fe— surge espontánea e ineludiblemente en el creyente, en todos aquellos que han acogido el don de la palabra de Dios. La teología es, en efecto, inherente a una vida de fe que busque ser auténtica y plena, y, por tanto, a la puesta en común de esa fe en la comunidad eclesial. En todo creyente, más aún, en toda comunidad cristiana, hay pues un esbozo de teología, de esfuerzo de inteligencia de la fe. Algo así como una pre-comprensión de una fe hecha vida, gesto, actitud concreta. Es sobre esta base, y sólo gracias a ella, que puede levantarse el edificio de la teología, en el sentido preciso y técnico del término. No es únicamente un punto de partida. Es el suelo en el que la reflexión teológica hunde tenaz y permanentemente sus raíces y extrae su vigor”[2].

El primer rasgo que me parece digno de resaltar, más allá del evidente lenguaje cristiano que espero no ahuyente a mi auditorio, es que Gutiérrez, en un movimiento conceptual novedoso, prefiere hablar de teología como inteligencia de la fe[3]. Nos encontramos ante una sugerencia del todo relevante porque ella supone una comprensión de la labor teológica que, sin desestimar su entramado teórico, concentra su atención en la experiencia concreta del creyente, a partir de la cual emerge la fe y sin la cual toda teología en el sentido técnico del término resulta carente de raíces. No se trata, pues, de un mero inicio cronológico para la investigación: se trata del punto de partida de la experiencia como condición de posibilidad de toda reflexión ulterior. Este tema me parece fundamental y quisiera detenerme en él por un momento.

La centralidad del asunto, en lo que a la filosofía de la religión y a la teología atañe, radica en una cuestión de énfasis, un énfasis que en otro lugar he denominado “pragmatista”. Mi tesis es que, sin renunciar a la teoría ni a un lenguaje sobre Dios, Gutiérrez empezó a proponer desde los años setenta una forma peculiar de concebir ambas cuestiones teniendo como eje una nueva manera de hacer teología. Una teología comprometida con las vivencias de hombres y mujeres de este mundo. Atenta a sus demandas y, en el caso de América Latina, atenta a su pobreza. La teología de la liberación fue un modo creativo y honesto de responder a las demandas teóricas y prácticas de una época. Su relevancia, me parece, se mantiene porque la injusticia y la desigualdad persiste; pero, además, porque la vocación por discursos religiosos de talante fundamentalista permanece también. Aprender a sentir con la gente, sobre todo cuando esta sufre de hambre de pan tan urgentemente como de hambre de Dios, es un ejercicio teológico que nos aleja del dogmatismo y de propuestas teológicas concentradas más en las verdades universales y abstractas que en los sufrimientos y alegrías de los hijos de Dios. Este primer movimiento, entonces, constituye un paso relevante en la comprensión del fenómeno que nos ocupa.


[1] Puede verse, por ejemplo, la monumental obra de Charles Taylor, A secular age. London and Cambridge: Belknap Press, 2007.

[2] Gutiérrez, G. Teología de la liberación (TL). En: Gallego, A. y R. Ames (comp.). Acordarse de los pobres. Gustavo Gutiérrez. Textos esenciales. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2003. p. 6. Énfasis añadido. En adelante, AP. También puede verse el mismo fragmento en TL, Lima: CEP, 2005, p. 67.

[3] En una comunicación personal, Jaime Nubiola, el importante especialista español en Charles Sanders Peirce, me hizo notar que no se trata de una aproximación tan novedosa. En efecto, como el profesor Nubiola me indicase, hablar de la teología como inteligencia de la fe es un movimiento conceptual que puede remontarse por lo menos hasta San Anselmo de Canterbury y que se nota también en un pensador posterior como Santo Tomás de Aquino. El profesor Nubiola tiene toda la razón; sin embargo, lo sugerente en Gutiérrez son la consecuencias teóricas que él desprende de dicho movimiento conceptual para la concepción misma de la teología y eso es lo que resulta relevante para los fines de esta tesis y para establecer relaciones con el pensamiento religioso de James.



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