Hace pocos días los tres grupos del Parlamento gallego reprendieron irritados a José Montilla, el presidente socialista de Cataluña por acusar a su rival, Convergencia i Unió (CiU), de actuar como los gallegos que no se sabe si suben o bajan las escaleras al no revelar si apoya o rechaza la reforma laboral de Zapatero.
Los portavoces del gobernante PP, el nacionalista BNG y el hermano ideológico de Montilla, el PSdeG, consideran al político de origen cordobés grosero y sembrador de estereotipos peyorativos.
Una muestra de la decadencia del espíritu tradicional gallego: les falta sutileza para entender que Montilla no denigró, sino que alabó con envidia una forma de ser ondulante como los meandros, reservada e inteligente.
Precisamente, por actuar como los gallegos del tópico, y no como estos políticos tan lineales de Santiago, CiU echará en noviembre de la Generalidad al PSC-PSOE de Montilla.
Artur Mas, el líder de CiU, oculta ahora su postura sobre la reforma laboral, pero también sobre su soberanismo, para provocar inquietud y lograr que España gire alrededor de sus intereses.
Como buen catalán según el estereotipo CiU compra y vende una cocacola política, escondiendo su fórmula secreta entre recovecos soberanistas.
Así la Generalidad será, al menos, la primera beneficiaria. Su objetivo es obtener unos beneficios superiores a los del resto, como acaba de lograr ahora el PNV con los presupuestos zapateriles para 2011.
El cronista es un gallego de los que se sabe perfectamente si sube o baja las escaleras. Admite su torpeza al no ocultar sus intenciones, y añade avergonzado que los políticos de su tierra son aún más negados que él en usar la gallega virtud de la ironía: somos un pueblo en decadencia, con el ingenio en extinción, y sin una ONG pagada por la Xunta, como haría la Generalidad en igual situación, que lo salve.
Y hay que coincidir con Rosa Díez en que Zapatero actúa como gallego en el sentido peyorativo, porque suba o baje escaleras, todo lo que haga será para el mal general.