Las protagonistas del documental dibujan un locuaz paralelismo entre las ‘strippers’ y sus clientes. Esencialmente, los dos son infelices. Los banqueros de Wall Street ganan mucho dinero pero eso no les calma ni les tranquiliza, y se lo gastan todo en clubes privados, mujeres, alcohol y drogas. Y se ven obligados a tener que ganar más dinero todavía.
Lo mismo que les acabaría ocurriendo a estas mujeres que desde dos mil siete diseñaron un sistema de estafa que les dejaría conseguir dinero a manos llenas y sin mucho esfuerzo. La verdad es que se forraban, sintiéndose mal, pero lo procuraban calmar con grandes viajes y comprando cosas lujo. Después debían regresar a su vieja vida.
Cuando Rosie volvió al negocio tras dos años en los que había parido y cuidado a la hija de su ex-, se percató de que algo no encajaba. A raíz de la crisis, los costes estaban por los suelos, y mientras que jamás se había prostituido, veía de qué manera inmigrantes rusas o bien colombianas ofrecían sexo por un puñado de dólares. Sus viejas compañeras se habían tenido que adaptar al nuevo estado de las cosas. Todas menos Samantha, a la que le iba realmente bien con su sistema de marketing, como ella le llamaba. Había encontrado alguna forma nueva de hacer dinero sin hacer el amor…
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