El viaje a Pamplona fue una sorpresa. Recordaréis que hace un tiempo hice la reseña de Ocho velas, una novela divertida y original que me encantó. Pues bien, había una frase oculta en el libro y un sorteo de este pedazo de viaje entre los acertantes. Y fui la afortunada ganadora, aunque casi lo pierdo porque el mensaje se me fue a spam. ¡Y además coincidía con el viaje a Italia! Por suerte, cuando lo comenté con el autor pudimos retrasarlo un día y no tuve que renunciar al premio. Así que llegué de Milán a la una de la noche y a las nueve estaba en un Alvia rumbo a Pamplona.
Llegamos a eso de las 13.30 y, tras pasar por el hotel Tres Reyes (maravilloso en todos los aspectos: desde las habitaciones hasta el desayuno), Jon Ander, el autor, nos dio los vales para el restaurante y la ruta de pinchos (todos los locales son escenarios de la novela) que también estaban incluidos en el premio.
Luego buscamos un lugar donde comer en la Plaza del Ayuntamiento y nos fuimos al museo de Navarra, también escenario de la novela, en el que teníamos una visita guiada. Nuestra guía era estupenda, nos contó muchas cosas sobre la historia de Navarra, sobre el museo y sobre algunas piezas destacadas del mismo. Resultó interesantísimo, descubriendo muchas cosas en algunas piezas que en principio no llaman la atención pero que tienen grandes secretos. También especulamos con el fantasma del museo, que en el libro se llama Juancho y tiene un papel importante. Preguntando a los guardias de seguridad, uno nos habló, de segunda mano, de un par de fenómenos inexplicables.
Cuando acabamos en el museo, Jon Ander nos acompañó para enseñarnos la ciudad. Vimos todos los puntos importantes de Pamplona: el lugar de donde salen los toros de los sanfermines y su recorrido; la catedral, en la que entramos; una zona más medieval y diferente del resto de edificios del centro; la zona de tapas; la plaza de toros y la estatua a los sanfermines; el monumento a los fueros; la Plaza del Castillo...
También conocimos algunos lugares de la novela, como un casino privado donde se desarrolla una fiesta y el callejón de la Jacoba, y hablamos de la novela y libros en general. Finalizamos la jornada cenando en el Pasaje de la Jacoba, que parece un bar de copas pero abajo tiene restaurante. Nos trataron de maravilla y la comida era deliciosa, así que fue un gran cierre de jornada.
A la mañana siguiente, empezamos por los parques. Visitamos primero los Jardines de la Taconera, donde tienen fosos con animales de granja (gallinas, ocas, pavos reales...) y supuestamente también había ciervos, aunque no vimos ninguno, así que deduzco que los han llevado a otro lugar más adecuado.
Luego visitamos la ciudadela, en cuyo centro hay varias edificaciones que se utilizan como casa cultural, con exposiciones de arte moderno. Había gente grabando un cortometraje y te hacían esperar para atravesar varias zonas, pero lo vimos bastante rápido. Aun así, ya empezaba a acercarse la hora de comer y ese día la comida y la cena eran a base de tapas, así que volvimos al centro.
Primero fuimos al emblemático Café Iruña, relacionado con Hemingway (Pamplona debe su fama mundial al autor de Fiesta, un libro que ya reseñé en el blog y no me gustó). El sitio es espectacular, merecería la pena ir solo por la decoración, y allí tomamos una tapa de queso y cebolla caramelizada. Luego nos tomamos un espectacular frito de huevo en el bar Museo, un calabacín relleno en el bar Txoco y una tapa de lomo con bacon y salsa agridulce en el bar Kiosco. Para entonces ya estábamos rodando y nos dejamos las dos tapas que nos quedaban para cenar.
Bajamos la comida subiendo hasta el Portal de Francia y caminando por la ronda del Obispo Barbazán hasta el Fortín de San Bartolomé. Luego visitamos el Parque de la Media Luna (muy pequeño) y bajamos hasta la plaza de la Libertad para finalmente subir por la avenida Carlos III (la zona pija, según el de la oficina de atención turística) y volvimos al centro. No podíamos quedarnos tampoco sin visitar la Iglesia de San Fermín, que por cierto no es el patrón de la ciudad.
Y ya con esto llegó la hora de la cena. Nos fuimos al Bar San Gregorio para tomarnos la primera tapa, de lomo y queso. La que nos quedaba era el Bar Kaixo, y el bono se podía canjear también en el Museo o en el San Gregorio pero, ya que estábamos, queríamos visitarlos todos. El caso es que entramos y era un bar de copas, con un grupo de chavales al fondo, así que, como no somos muy bebedoras ni era nuestro ambiente, al final acabamos tomándonos otro frito de huevo (mmm, qué rico está) en el Museo.
Al día siguiente, nuestro tren salía pronto, así que solo dimos otro corto paseo por los lugares del centro antes de marcharnos de vuelta para Madrid. Acabé reventada, pero mereció la pena, porque el viaje fue de diez.