Como ya dije en la entrada sobre la ruta a caballo, aprovechamos para visitar Patones, uno de los pueblos de la Ruta del Agua que mi madre quería visitar, pues estaba cerca de donde se realizaba la experiencia. Menos mal que el objetivo principal del día había sido dicha ruta a caballo, porque si llegamos a tirarnos una hora de viaje solo para visitar el pueblo nos habríamos cabreado muchísimo. Y es que decepcionante es quedarse cortos. Pero empecemos desde el principio.
Reconozco que la hora no era la más apropiada. Llegamos a Patones sobre las 13:30. Lo cual, en pleno julio, es sinónimo de mucho calor. Pero que mucho. Aunque el sol pegaba bastante, dejamos el coche en Patones de Abajo para hacer la...
Senda ecológica de El Barranco
La verdad es que resulta espectacular. Aunque claro, cuesta arriba y con la solana resulta dura, incluso aunque está habilitada para peatones (se supone que las bicis no pueden pasar, aunque nos cruzamos algunas). Por suerte es cortita, no llega al kilómetro de largo, y tiene algunos bancos en los que hay una sombra maravillosa.
A lo largo de la ruta, se ven acueductos y supuestamente una cueva de interés (la verdad, no me fijé en ninguna que pareciera especial).
Llegados arriba encontramos la primera pista de lo que íbamos a encontrar: un sacacuartos para turistas en forma de aparcamiento de pago improvisado, aderezado con unas chicas repartiendo flyers de restaurantes. Y ya estábamos en...
Patones de Arriba
Lo primero que encuentras al llegar al pueblo es un puesto de abalorios (de los que venden en las ferias medievales) y la antigua ermita, que hace las veces de Oficina de Turismo. Muy cuca. Teníamos dos objetivos: ver el pueblo y encontrar una panadería donde comprar el pan que acompañaría a los fiambres que habíamos llevado para comer. No somos muy de restaurantes, sino de comer mientras exploramos. Así que pensé: "En la oficina de turismo me dirán qué se puede ver y, de paso, pregunto dónde podemos comprar pan". Esto fue básicamente lo que me dijo la chica que me atendió:
- Que en verano a Patones hay que ir de noche para cenar en uno de los numerosos restaurantes y ver las estrellas, pero que a esas horas, con ese calor, no nos recomendaban hacer ninguna de las rutas que salían del pueblo.
- Que no tienen nada remotamente parecido a una panadería, que si queríamos pan tendríamos que ir a uno de los numerosos restaurantes y pedir algo, que seguro que la tapa de acompañamiento llevaba pan.
- Que lo único que podía recomendarme era que visitara los puntos del mapa que me tendió, que lo ideal era perderse y descansar en uno de los numerosísimos restaurantes del pueblo.
Vale, lo pillamos, había muchos restaurantes en el pueblo. Aunque en realidad no lo pillamos en toda su magnitud, porque aun así nos sorprendió que fuera CASI LO ÚNICO que había en el pueblo. Restaurantes y más restaurantes. Una fuente y un lavadero. Una vista panorámica del pueblo que no se veía porque los árboles eran tan frondosos que la tapaban. Más restaurantes. Una casa típica que contenía una tienda de regalos (nada artesanal, todo se podría encontrar en cualquier chino mucho más barato) y que no solo no estaba amueblada, sino que para colmo lo único que había era un cubo de pintura vacío. Más restaurantes. Otra tienda de regalos en liquidación por cierre que, según entendí, también tenía una zona de terraza y restauración. Más restaurantes. Casas en venta a cada paso. Y muchas cuestas. Y más restaurantes. Todo muy bonito, sí, si pasabas por alto que resultaba demasiado artificial, como un decorado. Es lo que tiene un pueblo que se compone únicamente de restaurantes y de trampas para turistas, que carece de autenticidad. Para ir, verlo y largarse sin dejarse un duro.
Vamos, que a los 20 minutos ya habíamos renunciado y estábamos haciendo la ruta a la inversa para ir a...
Patones de Abajo
Fue una experiencia flash. Buscamos una panadería, no había nada abierto. Lo que vimos no tenía ningún encanto, ni siquiera artificial. Nos negábamos a comer en un restaurante, así que decidimos que comeríamos tarde, pero en casa, y tomamos un helado y una cerveza en un bar (más que nada por entrar al baño antes del largo viaje de regreso) donde nos atendieron fatal. Abandonamos el pueblo de bastante mal humor, con la firme intención de no volver y pensando que pasaríamos hambre durante la hora y pico de trayecto. Por suerte llegamos a Torrelaguna. Pero eso es otra historia, que contaré en otra entrada después de mis vacaciones.