¿Cómo llegamos al Pirineo francés? ¿Por qué elegimos este destino? ¿Cuándo fuimos? ¿Qué vimos? ¿Dónde nos alojamos, comimos, cenamos? Todas estas preguntas y varias anécdotas son las que vamos a responder en esta entrada y la siguiente. Porque esta corta escapada realmente forma parte del final del viaje que realizamos en el verano de 2018. Un viaje que nos llevó desde Madrid, en coche, hasta Bretaña y Normandía (Diario del viaje Bretaña y Normandía)
Después de un viaje como aquel, durante 17 días, éramos conscientes de que íbamos a necesitar unos días de descanso antes de volver a casa. Como íbamos con nuestro propio coche decidimos, a la vuelta, hacer lo que nosotros denominamos “el descanso del viajero” en un lugar cuyo protagonista fuera la naturaleza. Y así acabamos en una casa en medio del campo, pero que pertenecía al pueblo de Barcus, territorio histórico vasco-francés de Sola (Aquitania, Francia).
Elegimos una casa con piscina porque nuestra intención era, básicamente, tirarnos a la bartola con buenas vistas, un bañito por aquí, otro bañito por allá y tres o cuatro paseos. Pero como nos suele pasar, no fuimos capaces de mantener tanto reposo y acabamos visitando lugares coquetos, algún paisaje realmente precioso y un restaurante genial. Y, sobre todo, acabamos viviendo momentos realmente divertidos, en parte, gracias al alojamiento que elegimos, que nos ha regalado recuerdos inolvidables.
El resumen de lo que realizamos durante los tres días fue:
Día 1: Llegada desde Poitiers a Barcus, bienvenida en el alojamiento, baño en la piscina, cena en mesa compartida y noche bajo trillones de estrellas.
Día 2: Ruta de senderismo a la Garganta Kakueta, tarde de piscina, y cena espectacular en el restaurante Chilo.
Día 3: Navarrenx - Oloron - Tienda Lindt - L'Hopital Saint Blaise.
Día: Desayuno en alojamiento y vuelta hacia Madrid con parada en Jaca.
Últimamente se ha hecho muy popular el término de “slow life”, sí así somos, hacemos “roadtrip”, buscamos “slow life” y damos “tips” sobre viajes y, lo peor es que, esto se estandariza tanto que a veces te cuesta encontrar la palabra en castellano para definir lo que quieres contar, drama total… Luchamos contra ello, pero es difícil sucumbir muchas veces. Y una vez hecho el desahogo continúo con lo que os íbamos a contar, que lo de disfrutar de un “turismo tranquilo” , pausado, relajado es muchas veces necesario. Porque hay muchas formas de viajar y cada una tiene su momento.
Sobre esta escapada vamos a hacer dos entradas, va a seguir un poco la estructura de los diarios de viaje, pero agrupando el primer y segundo día en esta, y en la próxima el tercer día y regreso. No vamos a hacer una entrada solo de preparativos del viaje porque como os comentábamos veníamos de Bretaña y Normandía y esto simplemente fue un desvío en el camino.
De todas maneras, a modo de resumen deciros que llegamos en nuestro propio coche, como ya habíamos indicado. Que el alojamiento que elegimos, y va a ser bastante protagonista en estos relatos, fue Callary Park en Barcus, un chalet regentado por un matrimonio de británicos que tienen 3 habitaciones disponibles en su casa de campo.
Las tres noches que estuvimos allí solo se ocuparon dos, la nuestra y la otra, que iba rotando con nuevos viajeros. Los desayunos estaban incluidos y se hacían en una mesa de comedor todos juntos y por las noches, si lo deseabas, te preparaban la cena ( y qué bien la preparaban) Si los otros huéspedes habían elegido cenar allí, pues todos juntos disfrutábamos de aquel instante. De los mejores momentos de la estancia, por cierto.
La habitación no era muy grande, pero sí suficiente. No tanto el baño, lo bueno es que te pillaba a mano el lavabo, inodoro y ducha, ni una paso los separaba a los tres.
La casa disponía de una piscina con horario libre de baño y el agua un poco fresca y alrededor de la casa un jardín bastante hermoso, que el que no escribe y yo tuvimos la oportunidad de conocer al detalle por una anécdota que pasó la segunda noche de estancia y contaremos en la próxima entrada.
Para llegar a este alojamiento tienes que adentrarte en una carretera estrecha rodeada por kilómetros de laderas verdes, por donde parece que no hay nada más que un tractor que nos encontramos varias veces.
El lugar es realmente bonito y está tan solo a 3 km del pueblo. El día de nuestra llegada lo hacíamos sobre las 19.30 horas. En un correo previo nos habían preguntado si íbamos a querer cenar allí, al decirles que sí, no había mucho horario que elegir, las 20.00 horas es el momento de cenar en Callary Park. El detalle es que antes de reservar la cena nos hicieron llegar lo que sería el menú de aquella noche, todo muy profesional.
En treinta minutos, incluyendo presentaciones “jijis” y “jajas” no nos quedaba demasiado tiempo antes de la cena. Lo cierto es que para ser británicos nos pareció hasta buena la hora, porque nos temíamos que nos hubieran dicho que había que cenar antes.
Aquel día no sabíamos cuál era la dinámica de la cena en aquel lugar, así que después de que “el que no escribe”, que como os he dicho en otras ocasiones lleva una madre dentro, deshiciera su maleta, mientras yo le miraba medio tumbada desde la cama, movil en mano, bajamos al comedor a la hora en punto (ya se sabe lo de la puntualidad británica, algo que confirmaríamos después) y nos encontramos una mesa puesta con cuatro cubiertos enfrentados unos a otros. Vaya, pues parece que no estábamos solos para cenar.
Y sí, así de entrada aquella noche, al menos, el castellano iba a fluir, porque una pareja de valencianos se cruzaba en nuestro camino . Ellos venían de Luxemburgo, Paris y Alsacia, en su coche, parece que el descanso del viajero nos unía. Con la diferencia de que ellos a la mañana siguiente continuaban su camino hacia Valencia y nosotros nos quedábamos. La conversación fluyó.
Cenamos muy bien, esa mujer tiene mano en la cocina, y buen gusto. Entrante de higo caliente enrollado de jamón serrano sobre una cama de lechuga. De principal, pechuga de pollo con champiñones y verduritas. De postre un tiramisú riquísimo y café. 20 euros por persona el precio de la cena, que de verdad estab muy buena y que encima mientras la mujer cocinaba el hombre nos iba sirviendo con toda su amabilidad, además de ambientarnos con música y una pantalla con imágenes del lugar. Todo muy sorprendente.
Antes de que nos levantáramos de la mesa, el anfitrión ya había ido a la zona de la piscina, a la que se accedia directamente desde el salón-comedor, a encender unas cuantas velas que repartió por los exteriores e iluminar la piscina. Si eso no es ponerle cariño para que tus anfitriones se sientan bien…
Y no le podíamos hacer el feo de no salir un rato a fuera y sentarnos en sus hamacas a la luz de las velas después de ese empeño, vale, nos moríamos por hacerlo también, lo reconocemos…
Subió un poco más la música ambiental para que llegara al jardín y allí estuvimos hasta que notamos el silencio, ya nada sonaba y nos pareció que nos mandaban un mensaje críptico que nos decía “venga majos, a dormir ya, se acabó la estancia romántica por hoy, que me quiero acostar”, serían las 23.00 horas. Aunque él nos sonreía amablemente.Nos pareció una hora razonable para el retiro a nuestro aposentos.
A la mañana siguiente el desayuno nos esperaba, por supuesto en la misma mesa que la cena anterior. Allí coincidimos de nuevo un trocito de Valencia con un trocito de Madrid, nos deseamos buen viaje mutuamente y cada uno tomamos un destino.
Antes de salir nos preguntaron si cenaríamos en el alojamiento esa noche, les comentamos que habíamos oído hablar maravillas de un restaurante que había en el pueblo, Chilo, se llamaba y habíamos reservado. Nos puso cara de “qué gran elección” y mirada de sorpresa porque lo conociéramos y nos comentó que a ellos les iba perfecto porque esa noche, al menos la mujer, tenían algún plan.
Y con la agenda cerrada nos fuimos a disfrutar un poco de la naturaleza, concretamente el plan era conocer la cascada Kakueta. Si estáis cerca de este lugar os recomendamos muchísimo que os acerquéis a conocerlo, porque es un lugar precioso. Si os gusta la naturaleza y los paisajes os encantará.
La garganta de Kakueta se encuentra en un paraje protegido en el País Vasco-francés, a unos 40 minutos de Barcus, pero por ejemplo si estáis cerca de la frontera por la zona de Navarra también pilla muy a mano.
El recorrido total de ida y vuelta es poco más de 4 kilómetros, y se trata de una garganta que tiene habilitadas unas series de pasarelas durante un tramo y que como premio final te regala la vista de la bonita cascada Kakueta y acaba en la Gruta. El agua brota casi de cualquier rincón, hay tramos de sendero, otros con algún tunel… Muy entretenida, pero no apta para sillas ni carritos.
Hay algún tramo en el que ambas paredes de la garganta están separados por escasos 3 metros de distancia.
Un paisaje verde, frondoso, de gran belleza y con muchísima humedad ambiental, por cierto. ¿Esto qué implica? Que hay tramos bastante resbaladizos, por lo tanto, aunque sea un recorrido totalmente accesible y corto, llevad un calzado apropiado para realizarlo. Mi fobia a “deslizarme” me hizo pasar algunos momentos tensos, que solo me ocurrieron a mi, cierto, pero que no era la única que deslizaba también es cierto. Así que si os planteáis este recorrido que no falte el calzado adecuado.
Esta garganta no es visitable durante todo el año, solo durante la temporada del 15 de marzo al 15 de noviembre pertenece abierta. Hay que dirigirse hacia Sainte-Engrace y seguir las indicaciones hacia las cascadas (dejamos ubicación). Tiene tienen habilitado un enorme aparcamiento gratuito para dejar el coche.
Pero no todo es gratuito, en este caso adentrarte en la naturaleza tiene un precio de 6 euros persona. Ya cada vez nos sorprende menos esto, todas las gargantas internacionales que hemos visitado hasta la fecha tenían precio. Los niños pagan a partir de los 7 años (4,50 euros en 2018).
No es un lugar muy popular, pero en cambio en algunos lugares hemos leído que es una de las gargantas más salvajes (difícil pensar en esto pagando entrada y con un aparcamiento a unos metros, pero bueno) y bonitas de Europa. Lo cierto es que a nosotros nos encantó, la conforma un paisaje muy pintorescos, a ratos te transmite una imagen tropical, a ratos una imagen montañosa. Se entremezclan diferentes elementos que la hacen muy atractiva.
Para adquirir la entrada a la zona desde el aparcamiento se asciende por la carretera hasta el Bar “La Cascade”, allí dentro pagas el importe, y unos metros antes desde una caseta te piden que muestres el ticket. Desde ahí comienza un camino en descenso importante y la ruta se da por comenzada.
Podéis llevaros vuestro picnic para comer allí, hay muchos rincones idílicos, pero si necesitáis más comodidad también se puede comer a la vuelta en el propio bar que vende la entrada, o bien, justo antes de llegar al bar (a la vuelta) hay una especie de mesas tipo merendero para quién necesite más infraestuctura. Nosotros no la necesitamos, pero acabamos allí tomando nuestra comida.
La subidita de vuelta desde el lago (y zona de merenderos) hasta el bar es corta, pero tiene una inclinación estupenda para bajar la comida en cuestión de minutos.
Y como aquel día nos encontrábamos en modo “descanso del viajero”, decidimos teníamos que aplicarnos un poco más en esa faceta, quitarnos los pantalones de montaña y las botas e irnos al alojamiento a darnos un baño antes de disfrutar de la cena que nos esperaba en el restaurante del que os vamos a hablar a continuación.
Así, hacia las 15.30-16:00 estábamos en la piscina, dándonos unos baños solos en la piscina como dos campeones.
A las 20.30-21.00 más o menos teníamos reservada mesa en el Restaurante Chilo, en Barcus. Teníamos buena referencias del lugar, más o menos a la altura del precio, sí altito. Pero bueno, a nosotros lo que es el mundo gastronómico, nos suele dar grandes alegrías y total, estábamos clausurando, casi, el super viaje del verano 2018, así que un buen homenaje nos merecíamos.
Y sí, el precio de la carta es elevado, tiene también la opción de un menú que fue por lo que nosotros optamos, que incluía platos de la propia carta. El menú incluía dos entrantes a elegir uno, dos platos principales a elegir uno y dos postres a elegir uno. En nuestro caso decidimos pedir todos los platos, así podíamos probarlos sin excepción.
La experiencia en el Restaurante Chilo aquella noche fue maravillosa, tienen una preciosa terraza en la que te cae la noche encima sin que casi te des cuenta. Un ambiente muy agradable, un servicio impecable, a pesar de tener nuestras dificultades para entendernos, y gastronómicamente nos gustó mucho también. Por supuesto, hubo platos que estuvieron por encima de otros, pero de forma global nos alegramos muchísimo de ir.
Fue muy divertido aguantar la compostura con la presentación de cada uno de los platos, en francés, en la que nos narraban ingredientes y forma de cocinado de cada elaboración. Bueno, imaginamos que eso nos decían, como suele ser habitual que hagan.Algo entendimos y todo, o eso creemos.
Lo dicho, no es un restaurante cualquiera, tiene algo especial (a pesar del precio jaja) y cerró aquella jornada de una forma maravillosa.
Del restaurante a nuestro alojamiento no nos separaban ni 10 minutos en coche, eso sí, 10 minutos por monte cerrado y carretera estrecha, lo bueno, que a parte de nosotros nadie más nos encontramos por el camino.
Cerramos aquella noche de nuevo bajo las estrellas, con todo el atrezzo montado por parte de nuestros anfitriones para que pudiéramos cerrar un día de la mejor manera posible.
Al día siguiente, de nuevo no supimos quedarnos quietos y descubrimos nuevos rincones de la zona por la mañana, además de pasar una tarde-noche en el alojamiento de lo más “entretenida”....
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Revista Cultura y Ocio
Escapada de 3 días al Pirineo francés (I): Gargantas de Kakueta y restaurante Chilo
Por Tienesplaneshoy @TienesplaneshoySus últimos artículos
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