Revista Viajes
No sé si os pasa a vosotros, pero hay un montón de sitios cerca del lugar donde vivo, que por el simple hecho de estar cerca, no los conozco. O los visité hace muchos años y no he vuelto. Parece que como los tenemos siempre a mano, no vamos porque podemos ir en cualquier momento, pero ese momento no llega.
Pues esta vez llegó. Llevábamos mucho tiempo queriendo ir con las niñas al Monasterio de Piedra, así que para celebrar el cumple del padre de las criaturas, allí nos fuimos. Y desde luego es un plan que recomiendo 100% para ir en familia.
Fuimos en plan relajado, no queríamos pegarles paliza de madrugar y andar a las niñas. La única premisa era disfrutar. Compramos las entradas con antelación porque salían más baratas, pero no por otra cosa. No vimos que hubiese problemas de aglomeraciones (desconozco sin en primavera o verano está más demandado y con problemas para entrar). Llegamos a las 12 de la mañana, aparcamos sin problema y lo primero que hicimos fue visitar el Monasterio. Esperamos hasta las 12:15, porque aunque se puede ver libremente y leyendo los carteles explicativos, preferimos hacerlo con una guía para que las niñas escuchasen las explicaciones. La guía que nos acompañó nos lo explicó todo fenomenal. En las estancias del monasterio hay dos pequeños museos, uno del vino y otro del chocolate. Me centro en éste último por razones obvias: se considera que es en este monasterio cisterciense donde se cocinó cacao por primera vez en Europa, y como curiosidad, los monjes no lo consideraban alimento al no estar mencionado en la Biblia ni en la Regla del Císter, por lo que podían tomar chocolate incluso cuando estaban en ayuno (eran chicos listos estos monjes...jajaja).
Al terminar la visita, ya pasada la 1 del mediodía, decidimos comer algo antes de entrar al parque en el restaurante que hay justo a la entrada, para no tener que salir a la hora y pico para comer. Eran las 2 cuando entrábamos por fin al parque del Monasterio de Piedra.
Y lo primero que nos cautivó fue el calidoscopio de colores de otoño que había en lo árboles. Nada más entrar se bajan un par de tramos de escaleras que terminan en una preciosa pradera. "!!!!!!Mamá mirá!!!!!! ¡¡¡¡Una piscina de hojas!!!!" Eso fue lo que chilló mi hija pequeña al verlo. Así que antes de empezar el recorrido por las distintas cascadas, hicimos entre todos un precioso ramo de hojas secas (que por supuesto nos hemos traido a casa y algo haremos con él para incluirlo en nuestra decoración navideña).
Y felices con nuestro ramo, iniciamos el recorrido, perfectamente indicado, de las distintas cascadas y saltos de agua. Cada una es distinta, pero todas preciosas: el Baño de Diana, La Caprichosa (que la ves de frente, pero luego subes y ves el salto de agua desde arriba),... Pasas tan cerca de muchas de ellas que el agua te salpica. Lo que más les gustó a las niñas (y a nosotros) fue bajar por la Gruta Iris e ir viendo la Cola de Caballo desde arriba hasta abajo. Pasas incluso por detrás de la cascada y eso es realmente impresionante.
Otra cosa que les entusiasmó fue dar de comer a las truchas. Hay un centro de piscicultura y al entrar al parque puedes comprar una bolsita de pienso para darles de comer (cuesta 1€). Se volvieron locas las truchas y las niñas cuando les lanzaban las bolitas de comida al agua.
Después del recorrido por cascadas viendo la fuerza del agua al caer, se pasa por el Lago del Espejo donde hay un silencio especial.
Casi al final del recorrido, hay un parque infantil donde las niñas se lo pasaron de lo lindo y donde nos tomamos un tentempié.
Como os he dicho al principio, hicimos el recorrido de manera muy tranquila. El paseo duró unas tres horas (yendo sólo adultos, calculo que en hora y media o dos horas se puede ver todo perfectamente). Mis hijas son de las que dicen en seguida que están cansadas cuando hay que andar. Pero he de decir que las dos mayores no se quejaron ni una vez, todo lo contrario. Y la pequeña hizo prácticamente todo andando. Sólo al final tuvimos que cogerla un rato porque estaba cansada.
El domingo, de vuelta a Madrid, paramos a comer en Sigüenza... pero esa excursión os la cuento otro día.