Revista Opinión
Recuerdo el reflejo de su silueta a través del escaparate. Su cuerpo esbelto, como esculpido por un artista del Renacimiento. Su melena cobriza desparramada por el cuello, larga como un ciprés, armoniosa como la brisa del mar en una tarde de estío. Los ojos azules, enormes, invitando a admirarlos aun a riesgo de perderte en sus profundidades. Día tras día, me inventaba cualquier excusa para contemplarla. Y allí mismo, frente a la tienda, echaba a volar la imaginación, me dejaba ir y dibujaba escenas imborrables a su lado. Recorría sus turgentes pechos con mis dedos temblorosos, sintiendo en sus pezones la excitación del adolescente primerizo. Me sumergía entre sus muslos de piel canela y percibía la humedad que abarrotaba de deseo nuestros cuerpos destinados al amor. Su aroma penetraba en mí con la intensidad de un romance de quinceañeros. Acariciaba sus caderas una y otra vez, en busca del tesoro que recompensara mis desvelos. Era una relación tan apasionada que traspasaba los albores de la realidad.Solo cuando aquel tipo desnudó a esa maravilla de la naturaleza caí en la certeza de mi calenturienta personalidad y, sobre todo, de que para el maniquí de mis sueños concluía la temporada primavera-verano. #AmoresDeVerano