El viernes pasado se quejaba Juan José Millás en su columna habitual de El País ("Pánico") de la verdadera m... que fue esta semana llena de domingos con sus tardes, y mentalmente yo me sumaba a su protesta sólo que despotricando de los interminables lunes de la misma semana.
¡Sniff!
Por fortuna, esa peculiaridad no logró anestesiarme del todo y conservé el instinto necesario para elegir una lectura acorde a ese calendario fragmentado, irregular, casi desasosegante...
Fue el tomito Escaramuzas, que reúne el dietario que el poeta "novísimo" Martínez Sarrión acaba de publicar (en Alfaguara) y que recoge sus anotaciones, apuntes, reflexiones, diatribas, observaciones, lecturas, impresiones o inquietudes, inquisiciones (es muy borgiano él), visiones cinematográficas o el puntual análisis del presente que abarca otra década más (¿ominosa o prodigiosa?), la que corre desde el 2000 hasta...
Sarrión, como suele llamársele, me acompaña desde mi juventud (no deja de ser otro de mis hermanos mayores -como les llamo a esa generación-, si bien algo más mayor que otros): su poesía (una buena muestra de ella reunida en El centro inaccesible un título programático), sus traducciones (vieja edición de Les fleurs du mal, en La Gaya Ciencia), sus memorias: magnífico el primer volumen, Infancia y corrupciones (lo destaco fue la primera vez que leí al Sarrión prosista o relator), al que siguieron Una juventud y Jazz y días de lluvia.
Si la memoria no me traiciona, conocía Sarrión (valga decir me interesé por él, me puse a leerlo) gracias a José María Guelbenzu (y no tanto al antólogo Castellet: las cosas como son). No en vano Sarrión es personaje de la ¿autoficción? que hay en El mercurio....
No, no me falla la memoria, ni la paciencia.
Esta vez sí me he levantado.
Y, en efecto (que se diría), Guelbenzu (sí, Guelbenzu como personaje: autoficción, que se dice ahora, y que es cosa tan antigua) y Jorge Basco, en su último deambular por Madrid, al entrar en el Whisky Jazz, encuentran, entre otros seres carnales, "a Antonio Sarrión en un recodo de la barra, aferrándose con las piernas a la banqueta en el alcohol de la madrugada, recita a Cavafys, y saluda, saluda a Alejandría que se marcha, dispersos fragmentos". (págs. 385-386 de mi edición)
Dispersos fragmentos...
Posible título para una hipotética reseña comme il fault de estas escaramuzas que me han acompañado en esta semana guadianesca.
No voy a sorprenderme de las correspondencias dada la antigüedad de mi relación lectora con Sarrión, pero sí agradezco estímulos y verificaciones.
Su firme defensa de quienes deberían seguir siendo (no para mí, que lo fueron siempre, sino en adelante, para los jóvenes no infatuados de moderneces prescindibles) una referencia necesaria y un bastión: los cuatro grandes del 98, cada uno a su manera: Azorín, Baroja, Valle y Unamuno... siempre presentes en estas páginas, con menudas (inmensas) apostillas en las sucesivas lecturas.
(Y por cierto que cita el fragmento de Valle-Inclán sobre sueños y revolución que yo traje a estas páginas en fecha no lejana).
El continuo retorno a la poesía de Claudio Rodríguez: algunos de sus versos presiden mi Ciudadanos.
Las sugerencias plásticas o las propuestas filmográficas (de las que tomo buena nota).El debido homenajea una mujer que me doctoró doctoró doctoró, impidiéndome ciertas delicuescencias (otra palabra que aparece más de una vez en estas páginas y que creo saber de dónde procede), ROSA CHACEL. Aparece más de una vez (como su gran amigo Juan Gil-Albert), pero citaré una página en que Sarrión se explaya sobre su "bestia negra", en la vida y en el arte, y que no es sino "la noñez o ñoñería, modo específicamente burgués o pequeñoburgués, que se cocina con variables dosis de respetabilidad, mal entendido decoro, gusto atroz, blandenguería y simulación hipócrita" y... Sigue concretando Sarrión y luego concluye, en lo que nos atañe: "Tengo por los mejores prosistas españoles contemporáneos a aquellos donde la ñoñez está por completo ausente, es decir, a Baroja, a Solana, a Chacel, a Aldecoa, a Benet, A Ferlosio" (pág. 86).
Podría seguir citando muestras de las afinidades electivas y también de algunas discrepancias (a la hora de cifrar Sarrión la afinidad política de algún próximo). Y hasta podría regodearme reproduciendo las pifias que él le señala a un excelso crítico y profesor universitario a propósito de una reseña del mentado sobre los Artículos de Carlos Barral. Pero no es cosa de agotar una lectura (o estrecharla) en mera enumeración.
Sí me voy a dar el gusto de reproducir unas líneas que corresponden a la anotación que sigue a "los grandes acontecimientos de marzo de 2004" (atentado de Atocha, vísperas electorales), cuando Sarrión confiesa que se estremece de horror imaginando que Rajoy hubiese sido elegido Presidente del Gobierno. Y lo retrata así:
Este sujeto, casi invisible en su etapa de ministro e incluso en la campaña electoral, durante la tarde del sábado de reflexión electoral tuvo el tupé de asomarse a la televisión desprovisto de máscaras y cautelas. Y jamás, jamás en toda mi vida tuve una más intensa vivencia de lo que es el punto supremo de lo torvo, lo lúgubre, clerical y servil. Detestándolo también, prefiero mil veces a Aznar, reaccionario feroz, mentiroso, taimado y chulo, pero sin esa capa de repulsiva ranciedad de su lacayo". (pág. 101)
P.D. Deliberadamente omito cualquier posible ilustración.