Revista Cultura y Ocio

Escenas de guerra

Por Calvodemora

Escenas de guerra
Fotografía: Ken Klisch
En época de guerra a los alimentos se les llama víveres. Es lo que tiene el lenguaje: que se adapta a las circunstancias. En cuanto las circunstancias se ponen bravas viene un pelotón de fusileros y asedia una ciudad, interrumpe el suministro de agua, dinamita los servidores de electricidad y convierte las avenidas en caminos de escombros. No les importa la cuenta de muertos, ni el fuego, ni el aire mezclado con la ceniza. No hablan para no tener que justificar la barbarie, callan porque el silencio es una manera de disculparse, si es que esas mentes pudieran albergar un gesto de disculpa. Estamos al tanto de esa iconografía blasfema. Gente pendenciera que disfraza su pendencia de nacionalismo o de libros de fe o de acciones de bolsa recorre las aceras, vigila los edificios todavía en pie y derriba con mira telescópica, en plan videojuego, los desavisados que sobreviven y esperan que el azar les permita encontrar víveres o una fuente de agua. La foto está tomada en Gaza, pero podría ser cualquier ciudad del mundo en donde a los alimentos se les llame víveres. El intruso que asiste a la matanza con la nikon en ristre es un personaje necesario: es el intermediario entre el Estado del Bienestar y el Estado del Odio, el cronista que revela el mal a quien lo tiene lejos. Conecta ambos mundos y pone en evidencia las anomalías del sistema. Las guerras se pierden siempre, da igual que un bando las gane. La guerra es una de las anomalías más antiguas, no desaparece por más que se condenen, por mucho que se documenten y difundan. Existen desde que alguien pensó que por la fuerza podía hacer valer su criterio. La guerra nace siempre dentro de uno. La acata y considera suya cuando usa la fuerza en un patio de colegio. Quién no lo ha hecho, quién no ha sentido ese brote de ira en la sangre, esa locura en el corazón. El arma sin usar es siempre la palabra. A veces hay guerras que ni siquiera exhiben criterio alguno sino que se conducen desde la barbarie más abyecta. He dicho a veces y ya corrijo: siempre. Es lo que tiene el lenguaje: que se adapta a las circunstancias y hasta se obstina en rebajar la crudeza de lo real. Porque la realidad es cruda y vivir es un delirio compartido en el que unos tiran bombas en un salón y otros toman la instantánea que registra el estropicio. Nada nuevo. Seguimos alerta. Estamos en guardia. El hombre es, en esencia, un superviviente. La poesía no desbarata el campo de batalla, no lo anula, pero no hay otro instrumento más riguroso ni eficaz, pero no hay poesía en la foto de la habitación de una vivienda de Gaza. No puede haberla, no se intente buscar, que no lo hay.

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