Pocas funciones han despertado recientemente en el público madrileño tanta expectación como «Escenas de la vida conyugal», que se presenta en los teatros del Canal hasta el 15 de noviembre, y cuyas entradas están totalmente agotadas desde hace un par de semanas. No nos engañemos. La función tiene un único imán: Ricardo Darín. Ni el título, ni el autor (Ingmar Bergman), ni siquiera la directora (Norma Aleandro) son reclamo suficiente para estos saludables y felices llenos absolutos.
Normalmente, las cosas que despiertan mayor expectación son las que producen mayores decepciones. No ocurre, más bien todo lo contrario, este tan sencillo como soberbio espectáculo procedente de Buenos Aires, y primorosamente dirigido e interpretado por Darín y por su compañera de escena, Érica Rivas.
«Escenas de la vida conyugal» (en España se ha represenado siempre bajo el título «Escenas de un matrimonio») es un introspectivo y amargo texto de Ingmar Bergman que descorre la cortina para que el público se asome a la intimidad de una pareja en proceso de descomposición. Se trata de una pieza grisácea y profundamente acre, desesperanzada, lastrada por el desconsuelo y el tormento. Un dramón, vaya.
El gran acierto de Norma Aleandro es iluminar el drama de los dos personajes, Juan y Mariana; sin que la amarga historia que se cuenta pierda su amargura, la cuenta con tono de comedia, en la que asoma el sentido del humor, y subrayando el cariño y, sobre todo la ternura. Es la suya, además, una dirección salpicada de maravillosos detalles. Un ejemplo: el modo en que hace enfrentarse a los personajes en la crucial escena de la confesión de Juan (no quiero desvelar más por si alguien no conoce la historia y va a ver la función): los dos personajes están de pie, sin ningún elemento escenográfico que estorbe o distraiga, y él le pasa el maletín a ella, como deshaciéndose también del problema que acaba de crear.
Cómplices necesarios en esta magnética función son Ricardo Darín y Érica Rivas. Aquél es un actor carismático y una fuente inagotable de matices, siempre desde su diáfana dicción y su luminosa personalidad: su interpretación en la escena del estudio es sencillamente inolvidable. Y Érica Rivas camina también con seguridad y convicción por los distintos sentimientos que le exige su personaje.