Revista Fotografía
Una densa nube de humo, hollín y sequedad se entremezcla entre las hileras de chimeneas que se ierguen a lo largo de las afueras de Islamabad. La tierra desprende un calor abrasador mientras las alargadas sombras que proyectan recuerdan a castillos quijotescos que se protegen en el horizonte. Los ladrillos poco a poco comienzan a tomar forma.
Unas manos agrietadas por las altas temperaturas apilan una montaña mientras unos niños tiran de unos burros cargados con la pesada carga a sus espaldas. Las entrañas de la tierra vomitan géiseres altivos de llamas. La edad no importa. Los terratenientes quieren que se salden las deudas, el cómo o quién realice la tarea no es de gran importancia, la producción de ladrillos tiene que seguir en marcha.
Las fábricas de ladrillos se extienden a lo largo de todo Pakistán, como la pobreza que acompaña a sus trabajadores. Las familias, encadenados con grilletes invisibles de anquilosada servidumbre pertenecen a los estratos más bajos de la sociedad paquistaní.
La mayoría son nómadas anónimos que sobreviven muy por debajo del umbral de la pobreza. Sin electricidad ni agua corriente, viven en humildes chamizos cercanos a las chimeneas.
“ La situación de los trabajadores de ladrillos cada día se empeora más. Pese a que lograron manifestarse hace un año por sus derechos, no ha cambiado nada. Son esclavos del siglo XXI”, explica Lyacat, abogado incansable de DDHH.
Rashid lleva toda su vida trabajando catorce horas al día, seis días a la semana, 500 ladrillos por jornada. Al igual que muchos paquistaníes, vaga de fábrica en fábrica buscando un trabajo y así pagar sus deudas. Carente de cualquier tipo de contrato legal, sabe que no podrá enviar a sus hijos a la escuela.
El escaso salario que le deja el terrateniente impide que vislumbre un futuro más optimista aunque no pierde la esperanza. “ No tengo otra opción. Tengo que seguir trabajando, mi familia me necesita” comenta Rashid mientras vuelve a su puesto de trabajo. De nuevo tiene que ponerse a trabajar, la producción no puede parar. El humo no se puede apagar.