Concédeme un punto de apoyo y de descanso;
necesito digerir esta realidad.
Salgo a la calle con el cuello izado al cielo, como vela de barco que busca su racha favorable para encontrar un rumbo, pero aquí no corren brisas porque las nubes se han quedado a vivir en las cimas de los marchitos edificios. Muy lejos quedan ya esas mañanas recorriendo las húmedas montañas del norte cogidos de la mano de papá, en excursiones familiares derrochando vida e ilusión por los poros. Muy lejos quedan las sonrisas despreocupadas por el peso del mundo y paso del tiempo.
Pero, ¿por qué siempre nos tenemos que empeñar en que todo sea difícil? ¿Por qué se volvieron grises las miradas? ¿Por qué tu alegría ahora es una mueca desencajada de dolor? Siento en ocasiones que mi corazón intenta emanar un torrente de lágrimas desde lo más profundo de mi pecho y que mi garganta se estrangula como un asesinato de Jack en el oscuro callejón del Londonage en siglo XIX.
¿Por qué se volvieron tan oscuras y sucias las calles? ¿Por qué las ratas salen al encuentro de la desesperación cuando lo único que necesitas es un empujón o una mano sobre el hombro que te diga que siempre merece la pena luchar por abrir los ojos cada día y comerte el mundo?.
No he llegado a saber si los viejos tiempos se fueron de la mano de la pequeña niña, o simplemente se quedaron anclados en el pasado, como los suaves dedos de mi madre a los pies de mi cama contando mi cuento favorito y arropándome en invierno para dormir bien. El día que toque a la vida salir del cuerpo pensaré en ti, del mismo modo que quiero que pienses en mí cada vez que te mojes al llover de alegría o tristeza. Parece que fue ayer cuando te besé en la playa y te juré todo mi ser, que recorrería el mundo entero para estar siempre junto a tu lado, viajando sobre tu cama en el final de todas mis noches. (Párrafo dedicado a Los Suaves)
De cuerpo incorrupto y puro a pecho desgarrado por las noches de naufragio en las calles, la tristeza y culpa a la mañana siguiente, cuando todavía me arden los oídos por disfrutar del sonido a un metro del foco de emociones, cuando la garganta parece un arrecife escarpado sin sirenas cantando canciones a marineros en alta mar.
¿Por qué los pájaros dejaron de anidar y piar en nuestro balcón? ¿Por qué las copas de los árboles superaron nuestra mirada y siguieron creciendo sin decirnos adiós? Ahora veo caer las hojas marchitas en otoño desde el cielo, sin saber si la naturaleza ha crecido devastando todas las alturas o he sido yo el que se ha estancado y ha dejado de crecer. Siempre pensé que podríamos ser más grandes que la Luna, acariciando las nubes desde el cielo con la nostalgia que un anciano mira a su nieto recién nacido en la cuna. De verdad, siento tanta pena. . . . . . .
Cuando era niño mecía toda la ilusión de una infancia marcada por la tensión y por el ruido en la noche sobre un sofá con suave piel de carnero, con el tacto de la rugosa y fuerte piel de un héroe que aún no sabía que pronto iba a caer en una batalla llamada “vida”, y quedar herido para siempre, mirando pasar las hazañas de nuevos hombres escondido en lo alto de la ventana de su castillo en ruinas.
En fin, que como dicen — la vida son dos días—, y solo quiero pasarme el tiempo que me queda gritando de felicidad, viviendo y haciendo el amor con ella —mi princesa de cuento de hadas— porque yo nunca voy a caer en batallas, siempre voy a derrotar a magos, dragones y brujas, voy a brindar con una copa de vino en la mano cada día, por el devenir de increíbles momentos; porque estoy decidido a ser feliz, contigo.
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Jesús Zayas.
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